lunes, 28 de abril de 2014

Capítulo 33

   Y hablando de chicas; cuando estudiaba, en uno de mis últimos años en el instituto, me pasó algo curioso: una chica intentó ligar conmigo. No es algo que me pasase todos los días, por eso lo recuerdo; sin embargo yo sí que hice lo que suelo hacer todos los días, el gilipollas.

   Resulta que en mi instituto había dos turnos, uno de mañana y otro de tarde. Yo tenía turno de mañana, pero los jueves tenía tres horas que coincidían en el turno de tarde. Era un fastidio porque cuando tenía que quedarme tenía que esperar por el bus más allá de las nueve y media; el día se hacía larguísimo.

   Aquella tarde solo había tenido clase las dos primeras horas. Todos mis compañeros se largaron; tenían coche propio, o moto, o tenían quien les fuese a buscar, así que a eso de las cinco me quedé solo. Me senté junto a la puerta principal, no tenía que ir a ningún lugar y tocaba esperar hasta las nueve. Me puse a leer un folleto sobre calefactores, cualquier cosa vale para esperar y ver pasar las horas.

   Entonces, sin levantar la vista en ningún momento, vi como pasaban ante mí un precioso par de piernas. Un minuto después vuelven a pasar; estaba seguro de que eran las mismas piernas que habían pasado antes, aunque en todo momento había evitado levantar la vista del folleto. Una vez más observé por el rabillo del ojo como aquellas piernas volvían para pasar frente a mi; esta vez la curiosidad me pudo. Esperé al momento en que creía que ya habían pasado y levanté la vista. Para mi sorpresa me encontré con que la propietaria de aquellas piernas me estaba mirando, y justo en aquel momento se paró.

   - ¡Buenas tardes eh! - Dijo como si me conociese de algo y se estuviese quejando de que no la hubiera saludado.

   Era una chica no muy alta, ni gorda ni flaca, normal; con una camiseta blanca muy holgada, un bonito escote, y unos vaqueros tuneados, creo que ahora lo llaman shorts, muy ajustados, que dejaban al aire aquellas preciosas piernas que habían llamado mi atención. Intenté responder, lo juro; incluso llegué a mover los labios, pero, no sé si por la sorpresa o porque tenía la garganta seca, mi voz apenas se escuchó.

   - ¿Qué pasa? ¿No puedes hablar? - Dijo con tono burlón - ¿Se te ha comido la lengua el gato?

   Yo sonreí y negué con la cabeza; quería decir que no, que el gato no se me había comido nada, y que no sabía por qué no me había salido la voz, pero ella ya había entendido otra cosa.

   - ¡Oh!- Su cara cambió, de repente dejó de sonreir, parecía preocupada - Lo siento, perdóname.

   Nada más decir eso se fue. La seguí con la mirada hasta que entró por la puerta y desapareció de mi vista. Miró atrás en dos ocasiones, siempre con la cara triste, como si hubiese hecho algo terrible, avergonzada. Yo tardé unos segundos en entender lo que había pasado; supuse que la chica se había sentido violenta al entender que yo era mudo, y ella, en cierto modo, se había burlado de mí. O algo así, no seré yo ahora el que presuma de comprender la mente femenina.

   A partir de aquel día la veía con frecuencia; al verme me dedicaba una sonrisa y saludaba, yo le devolvía el saludo pero nunca me paraba. No creí que fuese una buena idea acercarme a pedir disculpas y explicarle la situación, no sabía como hacerlo; pensé que era mejor dejar la cosa como estaba, de todas formas pronto me iría de allí y no volvería a verla. Mantener la farsa por un día a la semana en el que podíamos coincidir me parecía fácil, y sabía que si intentaba explicarme podía hacerlo peor. En serio, dí por hecho que dejar así el malentendido era una buena idea justo hasta aquel día en que, mientras discutía con un colega de clase sobre un trabajo, la escuché hablar a mi espalda.

   - Mira... ¡El pobre mudito, ahora habla!

   Me giré y allí estaba, pero tampoco esta vez esperó a que me explicase, solo dijo eso y se marchó. Después de eso volví a cruzármela alguna vez más, pero ya no tenía sonrisa para mi; la había cambiado por una mirada asesina y una cara de malas pulgas. Tampoco entonces me atreví a hablar con ella.

   En fin..., que como yo pensaba, a las pocas semanas me fui de allí y ya no volví a verla nunca más. Es una espinita que tengo ahí clavada. Y ahora mismo no recuerdo que tenía que ver esto con la chica de los ojos verdes de la otra punta de la barra, cada día se me va un poco más la olla, tienes que perdonarme.

lunes, 21 de abril de 2014

Capítulo 32

   Todos los sábados por la mañana, después de dejar a mi chica en el trabajo, me acercaba a tomar café al bar que había justo en frente. A veces nos levantábamos con el tiempo muy justo y llegábamos allí sin desayunar, entonces solía acercarle un café y un cruasán. Y aunque mi chica pronto dejó el café y el croasan, por no sé que historias de una dieta, yo seguí parando todas las mañanas, aquella magdalena que ponían con el café no tenía comparación con los cereales ligt que había en casa.

   El bar en sí, visto desde fuera no era gran cosa, y una vez dentro no mejoraba mucho que digamos. De no haber parado allí los primeros días seguramente nunca habría entrado. Pero ahora ya se había convertido en un ritual: el primer café de la mañana con su magdalena y un vistacito a la prensa del día; así después podía caminar mientras alguna noticia daba vueltas en mi cabeza, una manera de atormentarse tan buena como cualquier otra.

   Aquella mañana entré al bar a la hora de siempre, las ocho menos cinco. Nada más entrar hice un gesto al camarero y me hice con uno de los periódicos. Como casi siempre a esa hora no había ningún cliente. Me senté en mi esquina de la barra y en unos segundos ya me habían servido el café. Ojeé la prensa, vertí el azucarillo en la taza y removí lentamente mientras leía. Entonces me di cuenta, mi magdalena no estaba.

   Me quede un rato mirando fijamente al camarero, pero ya se había puesto a leer el Marca. Dos señoras mayores, una de ellas clavadita a la reina de Inglaterra, entraron en aquel momento y se sentaron en la mesa de la entrada. Era la mejor mesa del local, junto a la ventana. Desde allí se podía ver toda la calle, pero yo nunca me sentaba porque era una mesa para ocho y no me parecía correcto ocuparla yo solo. Me importaba un bledo que se sentasen allí ¿Quién era yo para juzgar a la reina de Inglaterra? Pero reconozco que pensé que las señoras tenían mucha cara estando el local lleno de mesas para dos, por muy de la realeza que fueran.

   Desde donde estaba sentado podía ver perfectamente la cesta llena de magdalenas junto al molinillo de café; magdalenas había. Me hice el remolón, no quería empezar mi café sin mi magdalena, así que me quedé mirando al camarero. Le seguí con la mirada mientras servía a las señoras junto a la ventana; un café con leche y un té con sus respectivas dos magdalenas. El camarero volvió a la barra y se puso otra vez a leer el Marca. Me di por vencido, entendí que aquella mañana me iba  a quedar sin magdalena.

   Reconozco que es un poco estúpido por mi parte, si tantas ganas tenía de una magdalena solo tenía que pedirla. Pero yo no quería pedir la magdalena. Si quisiese bollería hubiese pedido una napolitana o un cruasán con el café, pero no se trataba de eso. Yo quería mi magdalena; me sentía con el mismo derecho a ella que las señoras de la ventana; o magdalenas para todos o para ninguno. Estaba enfadado.

   Supongo que aquel señor no lo hizo a posta, pero yo me lo tomé como algo personal. El sábado siguiente cuando pasé ante la puerta del bar pasé de largo, y me dirigí hacia el que había al fondo de la calle, el del gran toldo rojo. Cada vez que pasaba por allí me llamaba la atención aquel gran toldo de color rojo con las palabras "Café - Bar"; parecía que alguien se había olvidado de poner el nombre del bar, nombre que sin embargo sí podía leerse sobre la puerta de entrada: El Sereno, un curioso nombre para un bar. Nada más entrar pedí un café con leche, me hice con la prensa y me senté en una esquina de la barra.

   - ¿Un pinchito de tortilla? - Preguntó la camarera mientras me servía el café.
   - Gracias. - Respondí.

   Fue en aquel momento, al levantar la vista, cuando ví por primera vez aquellos dos ojos verdes que me miraban desde la otra punta de la barra.

lunes, 14 de abril de 2014

Capítulo 31

   Aunque no te lo creas no saltó loca de contenta cuando se lo propuse, tampoco lo esperaba. Nos casamos un sábado de un mes de junio en un pequeño ayuntamiento donde no conocíamos a nadie. Un compañero del trabajo y su novia hicieron el papel de testigos y después nos invitaron a comer en un local del pueblo, decían que había que celebrarlo. Es lo que se llama una boda minimalista, ni siquiera tuve que comprarme una corbata. Tuvo su momento romántico, aunque no te lo creas.

   Una amiga me preguntaba hace unas semanas si debía casarse o no, llegado el momento. Pues..., llegado el momento lo normal es casarse, sino, es que el momento no ha llegado. No supe si hacía bien diciéndole que sí, o quizás debía quedarme en el tópico y gritar: "¡Ni se te ocurra!" Así que ejercí como gallego, expertos en responder este tipo de preguntas, y le contesté con un "depende". Siempre hay un momento en el que merece la pena echar mano de los tópicos.

   La típica broma sobre los homosexuales, de que se casen para que se jodan como nos jodemos los demás, solo tiene gracia en un contexto. La mayoría de la gente asocia el matrimonio a un lugar terrible donde se pierde la libertad y se es infeliz, el infierno; Pero no es así. Quiero creer que no es así, aunque como siempre digo, tú no me hagas mucho caso porque yo de esto no entiendo.

   El matrimonio no te hace ser ni más ni menos libre, ni más ni menos guapo, ni más ni menos gordo. No, no es el matrimonio el que engorda. Es el hecho de unirte a una persona, de compartir tu vida con alguien, lo que hace que vayan surgiendo roces fruto de esa convivencia. ¿Normal? No sé si es normal o no, pero es lo que pasa. Todo influye cuando convives con una persona: la manera de afrontar los problemas económicos, las enfermedades, el horario de trabajo, eso de dejar los calzoncillos tirados en el baño... Pero todos esos problemas los tendrías igual si no te hubieras casado. No me cuentes que tu hijo lo entenderá mejor cuando le digas que solo erais novios, y tampoco me hables de dinero, el dinero no tiene nada que ver con el matrimonio. Solo conozco un método infalible para no tener nunca problemas con tu pareja: no tener pareja.

   ¿De verdad crees que esa relación se ha estropeado por culpa de una firma en un papel? Tampoco voy a negarlo categóricamente, no tengo pruebas. Es posible que los jueces, alcaldes, e incluso los curas que se dedican a estos menesteres, tengan unos bolígrafos malditos, puestos allí por el mismísimo diablo, que destrozan el amor que existe entre dos almas cada vez que los tocas. Es posible. Todo es posible. También es cierto que si no nos casamos, no tendremos a quién culpar del fracaso de nuestra relación. Y tener a quién culpar siempre es interesante, aunque sea a un bolígrafo.

   Como dice mi amiga, lo que viene después lo llaman "viaje de novios" y no "viaje de casados", por algo. Será que los efectos del boli no son inmediatos y empiezan a hacer efecto pasado un tiempo. En mi caso el matrimonio no cambió nada de lo que sentía. Yo, al día siguiente, seguía igual de enamorado de mi chica que el día anterior, y mi esposa - Que es como dijo la señora juez que debía llamarla a partir de entonces, aunque yo en eso nunca le hice caso - estoy seguro de que pensaba lo mismo.

   Nuestra manera de vivir no notó ningún cambio por aquello de habernos casado. Tampoco nadie a nuestro alrededor, a parte de los dos testigos que tuvimos que llevar a la boda, se enteró de que algo había cambiado. La rutina, esa famosa rutina que dicen arruina los matrimonios, hacía años que estaba instalada en nuestras vidas, ya era de la familia. A mí me gustaba mi rutina; me gustaba mi vida con Sonia, por eso me casé con ella.

   No cambié nada sustancial en mi día a día después de la boda, todo siguió igual, y seguramente todo hubiera continuado así durante mucho tiempo si no hubiera sido por aquel incidente con la magdalena.

lunes, 7 de abril de 2014

Capítulo 30



   - ¿Hoy haces tortilla mamá?
   - Ya veremos.
   - ¿Mañana voy contigo?
   - Ya veremos
   - ¿ Cuando termine puedo ir a casa de la vecina mamá?
   - Ya veremos.

    A mi madre siempre la recuerdo con ese "ya veremos". No sé como se las apañaba, pero yo entendía perfectamente cuando ese "ya veremos" podía ser un sí, aunque por lo general solía ser un no.
   Mamá nos dejaba uno de aquellos días en que Sonia y yo decidíamos ir a vivir juntos. No fue algo repentino, el cáncer la devoró poco a poco a lo largo de varios meses. La mejor persona que he conocido nunca, y no lo digo porque fuese mi madre. Es posible que por eso haya olvidado muchas cosas, mi memoria recuerda solo lo que quiere recordar. Por eso digo que, un día, al llegar a casa, mi chica estaba allí. Y es como si yo siempre hubiese tenido casa propia y Sonia siempre hubiera estado en ella, esperándome. No me podía imaginar mi vida de otra manera, sin ella allí no hubiese tenido sentido.

   El trabajo me apartó de mi tierra. También se puede decir que lo usé como excusa para huir de todo lo que me rodeaba. Primero fue Bilbao, después Mieres, Madrid, Valencia, y así hasta terminar en Barcelona. Sin darme cuenta había ido a parar a la otra punta del país. Pero no quedaba otra, las letras había que pagarlas. Sonia vino siempre conmigo, allá donde me llamaban ella me acompañaba. Nunca tuvo problema para encontrar trabajo. Normalmente eran trabajos mal pagados y de muchas horas, pero ella lo prefería a quedarse en casa. Además, como nunca encontró nada que valiese la pena, tampoco nunca tuvo problema para marchar llegado el momento.

   Durante años nuestra rutina fue siempre la misma. Yo la llevaba al trabajo por la mañana, comíamos juntos a medio día, y me pasaba a recogerla por la noche. Lo que peor llevaba eran los sábados, que casi siempre le tocaba trabajar las mañanas, y yo, que trabajaba de lunes a viernes, me quedaba solo esperándola por la zona. No sabía que hacer cuando no estaba con ella, la mañana se me hacía eterna. Recuerdo que solía aparcar delante de la tienda donde ella trabajaba e iba a caminar por los alrededores. Caminaba mucho, pero aun así solía tener tiempo para tomarme tres o cuatro cafés y leerme toda la prensa del día.

   Cuando estaba con ella todo era distinto. Solo necesitábamos dos o tres días libres y nos escapábamos a cualquier lugar, sin rumbo fijo. Nos subíamos al coche y tirábamos en una dirección, daba igual cual fuera, allá donde la carretera nos llevase estaría bien. Siempre encontrábamos algún lugar donde merecía la pena pararse. Otras veces yo ya sabía donde quería ir y que quería enseñarle, porque yo viajaba bastante por la provincia, y en cuanto me topaba con algún lugar bonito no daban pasado los días para poder enseñárselo. Llevábamos ya unos siete años juntos y nos sentíamos muy a gusto el uno junto al otro.

   Un día, en el trabajo, un compañero perdía la vida en un accidente, algo con lo que nunca cuentas. Una mañana estás bromeando con él sobre lo estúpido que es vuestro jefe, y al volver de comer, te encuentras con la noticia: un cable que no debía romperse se rompió y tu amigo ha muerto aplastado. Al principio no te lo crees, solo piensas que no puede ser, que es un error. Pero no es un error. Después viene el comprobar que tienes todos los estúpidos papeles que tienes que tener, esos que no han servido de nada. ¿Pero porqué ostias se puso allí? Después, lo aceptas: es real, ha pasado.
 
   Y entonces empiezas a pensar en que pasaría si hubieras sido tú. El piso, el coche, todo estaba a mi nombre. No me había parado a pensar en lo injusto de la situación hasta aquel instante. Si me pasaba algo, lo que al parecer podía pasar en cualquier momento, mi compañera, la que había compartido su vida conmigo hasta la fecha, la que había estado a mi lado sin importar donde fuera, se quedaría sin nada. No era justo. Yo no tenía planeado que pasase nada, pero aquel accidente me hizo pensar en el asunto. No hice otra cosa en toda la tarde, a parte de explicarle a cada compañero que se acercaba a la oficina las noticias que me iban llegando del caso.

   Aquella misma noche cuando pasé a recogerla, en cuanto se subió al coche se lo comenté.

   -Oye, que he estado pensando... ¿Y si nos casamos?

lunes, 31 de marzo de 2014

Capítulo 29

   Al final Sonia y yo no nos casamos. No por lo que dijeran nuestras familias, eso nos daba igual, simplemente creímos que no era necesario. Me compré un piso. Me hipotequé sin tener un duro, y nos fuimos a vivir juntos, para mí no había gran diferencia entre eso y casarse. Pocos meses después, entre discusión y reconciliación, decidimos que estábamos bien juntos. No hubo un día clave. Un día, sin saber como, al llegar a casa me encontré con que me esperaba mi chica.

   La vida al principio no fue fácil. No teníamos a nadie de nuestro lado y tuvimos que buscarnos nosotros solos las castañas. Nuestras familias..., no todos estaban en nuestra contra, pero eran esas voces las que más se escuchaban así que pronto nos encontramos solos. Nos daba igual, era lo que queríamos. Nos teníamos el uno al otro y eso era suficiente. Nadie se podía interponer entre nosotros porque no había fisuras. Ni siquiera me preocupé cuando a la fiesta de fin de curso llevó aquella falda tan corta; Mejor, pensé, así el de las rosas verá con más detalle lo que no puede tocar.
   El único problema era que había poco dinero, ella continuó sus estudios y yo no ganaba una fortuna. Pero ya no había vuelta atrás. Eso era lo bueno de aquella historia, no quedaba otra que seguir adelante. Dejamos a nuestras familias en sus casas y empezamos a vivir lo que nosotros llamamos, nuestra vida.

   Cuando eres joven ves la vida de otra manera, nada te da miedo. Recuerdo como me hipotequé con aquel sueldo ridículo que tenía. Eran otros tiempos. Supongo que ahora es todo más complicado. No me considero un valiente, hice lo que se suponía que tenía que hacer. Todo me empujaba en una dirección, era lo que tocaba, así que fue fácil. Hoy, hay días que miro atrás y hecho de menos un poco de aquella iniciativa, pero las cosas, y mi situación, han cambiado.
   No creo que uno pierda la valentía con los años, es más sencillo que todo eso. Lo que pasa es que cuando no tienes nada, tampoco nada pueden quitarte. Es fácil ser valiente cuando no tienes nada que perder. Del mismo modo es normal ponerse nervioso cuando ves tambalearse todo aquello que, con mucho trabajo, has construido durante años.

   Pero en aquella época todo eso no iba conmigo. Tenía miedo, supongo que siempre lo tuve, pero iba afrontando cada problema según iba apareciendo y poco a poco las dificultades fueron quedando atrás. De repente los frutos de nuestro esfuerzo empezaron a aparecer, y todo, como pasa en cualquier maquinaria bien engrasada, empezó a funcionar. Nos fue bien. Volvimos a salir, viajamos, cenas fuera de casa... ¿Qué quieres que te diga? Tenía todo lo que podía necesitar, amor, salud y dinero... Yo, era feliz.

   Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

   ¿A que este sería un buen final para mi historia? ¿Bueno? Bueno no, lo siguiente.

   Este era el final que un día una amiga dijo que sería el más adecuado: "y fueron felices y comieron perdices". Pero no sé porqué, el mismo día que lo publiqué nadie quedó conforme. Incluso mi amiga cambió de idea. Ahora decía que no podía terminar así, que ni se me ocurriera eso de dejar la historia a medias.
   No sé porqué, casi todo el mundo que me había estado leyendo hasta entonces daba por hecho que había más tela que cortar.

   - ¿Como te va?
   - Bien... Me va bien.
   - Anda venga, cuenta la verdad.

   ¿Será que no somos de finales felices?.
    El caso es que, tal y como había planteado el blog hasta entonces, me resultaba complicado seguir desmembrando la historia. Puede que por haber olvidado a donde quería llegar cuando la empecé, o por haber equivocado el destino. O tal vez, simplemente, por aburrimiento.

   No sé... el caso es que no estoy seguro de tener una entrada nueva para el próximo lunes. Como diría mi madre: Ya veremos...










lunes, 24 de marzo de 2014

Capítulo 28

   Me imagino la cara de su madre, que fue quién abrió la puerta para recibir aquella docena de rosas rojas. Me imagino su sonrisa al leer la tarjeta y ver que no traía mi nombre. También me imagino a Sonia atendiendo a la llamada de su madre, corriendo sorprendida al ver las flores y más sorprendida aun al leer la tarjeta y comprobar que no eran mías. "Una docena de rosas para una rosa", que original el chaval.

   - Mamá les echó laca para que aguanten más tiempo, las tiene allí en medio del salón - Me contaba aquel mismo día por teléfono - Yo quería devolvérselas, o tirarlas, pero no me dejó. Dice que esas cosas no se devuelven.
   - ¿Devolvérselas? - No acababa de convencerme la imagen de mi chica llegando a clase con una docena de rosas rojas - Déjale las rosas a tu madre, que las disfrute. Seguro que está toda contenta...
   - Sí, hoy estaba más feliz de lo normal.
   - ¿Y tú? 
   - ¿Yo qué?
   - ¿Te gustó?
   - Ya le llamé para echarle la bronca.
   - Ah... ya le llamaste, claro...
   - ¿Qué?
   - Nada.

   Aquellas rosas debían haber sido mías, pero no lo fueron. Yo no podía permitirme comprar una docena de rosas con mi sueldo ¿Sabes lo que cuesta una rosa en San Valentín? ¿Te imaginas una docena? Yo no. Yo no me lo imagino porque nunca he comprado rosas. Ya... soy un rácano, un soso, y poco detallista, lo mismo opinaba mi futura suegra. El caso es que yo me había gastado todo el dinero que tenía, que no era mucho porque todavía lo entregaba casi todo en casa, en un precioso anillo de oro con piedrecitas, que llevaba allí mismo en el bolsillo, y que ahora me parecía tan poca cosa al lado de aquella docena de rosas...

   - Esta tarde igual salgo un poco antes y paso a buscarte. Si quieres...
   - Vale - Dijo ella toda contenta - Te espero en la cafetería, donde siempre.

   Tenía curiosidad por saber si su amigo era tan alto y tan guapo como decían que era, algo que pude comprobar aquella tarde nada más entrar en la cafetería. Sonia estaba en una de las mesas con cuatro o cinco compañeros de clase y supuse que el alto y guapo sería el de las rosas. La saludé al entrar pero me quedé en la barra, dándoles la espalda, con la excusa de saludar al camarero que era amigo mío. Mientras charlábamos de como iba el negocio, ya habían pasado al menos un par de años desde que no me pasaba por allí, ella se acercó y nos marchamos sin pedir nada.

   - ¿De que te ríes? - Pregunté
   - De nada
   - Anda, cuenta
   - Nada, que Peke le decía a Marcos - Marcos era el de las flores - que tuviese cuidado contigo porque con esa espalda que tienes podías rebentarle la cabeza.
   - No le fata razón al Peke.

   Después pasamos la tarde en aquella montaña que había de camino a casa, solo había que dar un pequeño rodeo, mirando al horizonte sobre las copas de los árboles, y charlando. Podíamos pasarnos el día allí sentados y no se terminarían los temas sobre los que hablar. Era un lugar muy bonito para pasar la tarde, y tranquilo, por allí nunca pasaba nadie, si acaso alguna vez habíamos visto cruzar un conejo entre la maleza. Al final, como siempre, terminamos en el asiento de atrás, mi coche tenía unos asientos traseros muy cómodos y espaciosos. Empezaba a escurecer, y cuando ya estaba claro que aquella docena de rosas no había podido conmigo, decidí que era buen momento para sacar mi regalo del bolsillo.

   - Yo... te he comprado esto, no es gran cosa, pero...
   - ¡Qué bonito! - Exclamó mientras se lo ponía - Siempre le he dicho a mi madre que me casaría con el primer chico que me regalase un anillo.
   - Que bien... tu madre va a estar loca de contenta.


lunes, 17 de marzo de 2014

Capítulo 27

   Solo un beso. Un beso puede subirte al cielo en un momento, o enviarte a la cárcel si el que te lo da es un tal Judas. Aquel beso selló nuestro compromiso. No necesitamos decirnos mucho más ¿Para qué? Los dos pensábamos lo mismo, y si no era así… nos lo creímos. Pero no todo fue tan fácil como lo he contado, no bastó solo con un beso.

   Al terminar la noche la acompañé a casa y no hubo beso de despedida en el portal, o tal vez sí, pero nada que mereciese ocupar un lugar en mi memoria. Simplemente quedamos para el día siguiente, en el que poco después se convertiría en "nuestro bar", para tomar algo y seguir hablando. Yo, que me presenté una hora antes en el lugar, estaba muy nervioso cuando la vi aparecer. Llegó diez minutos tarde, diez minutos que se me hicieron eternos. Estaba igual de bonita que la noche anterior. La tarde fue bien, recuerdo que encontramos un lugar discreto donde charlar, se me hizo corta. Ella era tal y como la había imaginado, aquello iba en serio.

   Todo muy tradicional, la pasión llegó unas semanas después. La llamaba todas las tardes. No tenía nada que contarle, pero yo la llamaba igual, y hacíamos eso de "cuelga tú", "no, cuelga tú", ... Al final siempre colgaba yo porque se me acaban las monedas, pero era divertido. Éramos tan empalagosos que dábamos asco.
   Supongo que uno recuerda la parte que quiere recordar, no te sorprendas sí encuentras demasiado almíbar. Recuerdo también que discutíamos bastante, muchas veces estuvimos a punto de dejarlo, pero nuestras discusiones siempre terminaban de la misma manera, con un beso.

   Los fines de semana dábamos largos paseos en coche, nos gustaba mucho ir a pasear a la playa o subir a la montaña para sentarnos a observarla desde allí, y no tardamos en pasar las noches en él. Hoy ya no quedan tantos lugares como entonces donde aparcar y poder quedarte a dormir tranquilo después de hacer el amor. ¡Qué tiempos aquellos!
   Solo tuvimos un problema una vez, que tampoco fue un problema. Un día se me ocurrió aparcar en un descampado y aparecieron por allí un par de coches haciendo rugir sus motores. Uno de ellos se paró a nuestro lado, bajó la ventanilla y empezó a gritar -¡Folladores! ¡Folladores!- Pero todo quedó en eso. Tal como vinieron se fueron, quemando rueda. Al principio me molesté un poco, incluso me asusté, no sabía que era lo que pensaban hacer aquellos engendros, pero en cuanto vi que se marchaban pasé del tema y volví a lo que tenía entre manos.

   - Ya has oido ¿No? Tú no te sientas presionada pero... no podemos defraudar a nuestros fans - Dije.
   - No, no pienso follarte. Que se jodan... - Respondió sonriendo mientras volvía a sentarse encima mía - Yo voy a hacerte el amor. 

   Un beso, solo un beso. A veces bromeábamos sobre como nos habíamos conocido y la manera de formalizar nuestra unión: “Yo nunca te dije que sí”, solía decir ella, a lo que yo siempre respondía: “Pues yo me lo tomé como un sí, haberte explicado mejor, ahora te jodes”.
   Eramos felices. A su lado, no necesitaba nada más. A ella parecían gustarle las mismas cosas que a mí, algo que al final no sé si es bueno o malo; alguna vez he pensado que quizás nos parecíamos demasiado. El caso es que estábamos bien, pero a algunos de mi familia no les gustaba mi novia y a algunos de la suya no les gustaba yo.

   En mi caso era porque yo no era lo suficientemente "bueno". Yo, callado e introvertido, bajito y tan poca cosa, con un padre borracho al que seguramente me parecería en breve, no era el mejor partido para su hija. Además... estaba aquel otro chico, el alto, el guapo, el que estudiaba con ella en la misma clase. Aquel que a veces la traía hasta casa en coche, ese que sus papis le habían comprado por haber aprobado todo. Ese que incluso alguna vez la había acompañado hasta la puerta y saludado a su madre. Ese si era un buen chico para su hija, además, de su misma edad, y no ese chico mayor con el que llevaba varios meses saliendo y que la traía a las tantas; a saber de donde venían... Si en realidad supieran de donde veníamos seguramente les gustaría un poco menos.
 
   Un día, poco tiempo despues de estar juntos y entre discusión y discusión sobre lo que opinaba su familia o lo que había estado por ahí diciendo la mía, a su casa llegaron una docena de rosas, era San Valentín.

   Yo nunca he regalado rosas por San Valentín ¿Por qué? No sé... No me da la gana.

lunes, 10 de marzo de 2014

Capítulo 26

   El lunes me pareció un buen día para publicar mis entradas ¿Por qué el lunes y no otro día? Pues podría responderte como hizo en su día, ante la misma pregunta, una amiga que publicaba un blog muy interesante, del que por desgracia y por motivos que no puedo contarte aquí, perdí la dirección: "Si publicase cualquier otro día, los lunes dejarían de ser especiales". Cuando comencé el blog me pareció una buena forma de homenajearla, la echo de menos, y es por eso que continuaré publicando los lunes. Y tal vez mi amiga tuviese razón y los lunes tengan una magia especial que no tiene cualquier otro día, aunque yo personalmente nunca se la he encontrado.

   - Dice Chema que tienes algo que preguntarme – Había preguntado Sonia, para después clavarme aquella mirada que me volvía loco.
   - Necesito otra copa – Dije, y añadí con una sonrisa – igual después soy capaz de preguntártelo.

   Mi respuesta le hizo gracia, pero yo me sentí como un perfecto estúpido. Le pregunté si le apetecía tomar algo y dijo que no, entonces le pedí que me esperase mientras volvía a llenar mi copa, me sentía incómodo con el vaso vacío en la mano, ella asintió con la cabeza. Cuando volví todavía estaba allí, sentada en una pequeña repisa que sobresalía de la pared; si he de serte sincero, no estaba seguro de que de verdad fuera a esperarme, pero allí estaba, y parecía contenta.

   - Ahora si, con un poco más de esto la cosa funciona mejor. – Confesé mientras me sentaba junto a ella, e intenté cambiar de tema después de haber soltado la frase estúpida del día – Me topé con tu novio ahora, mientras subía.
   - ¿Novio? Yo no tengo novio - Dijo sorprendida.
   - ¿Carlos no es tu novio? – Pregunté.
   - No. Carlos es un amigo. Es buen chaval, pero solo somos amigos. – Dijo, y aprovechó para quitarme la copa y probar su contenido. No debió gustarle porque puso una cara rara - ¿Qué es esto?
   - Coca cola
   - Ya… - Mi respuesta no le convenció - ¿Y ahora ya puedes preguntarme eso tan importante?

   La pregunta era clara, directa y fácil de hacer, pero yo me hice el remolón. Era una pregunta tan sencilla que no sabía como hacerla. Sabía que no se iba a escapar, al menos no tenía pinta de querer irse a ninguna parte, pero también sabía que no iba a tener otra oportunidad como aquella. No tenía novio, o decía no tenerlo, y todo estaba saliendo como nunca hubiese podido imaginar. Me tomé mi tiempo, di un par de sorbos a mi copa mientras controlaba los alrededores, me arrimé más a ella y le dije al oído:

   - ¿Quieres salir conmigo?

   Qué bonito cuando todo era tan sencillo, una pregunta directa que no dejaba lugar a dudas. Antes le preguntabas a una chica si quería salir contigo y ya los dos sabíais claramente de que se trataba. Hoy todo son insinuaciones y medias verdades. Hoy lo veo todo más complicado, será la edad. Primero hay que conocerse, salir, incluso vivir juntos, y cuando crees que esa chica con la que llevas compartiendo tu vida varios meses es tu novia, resulta que no, que ahora es tu amiga, y claro... no quiere estropear la amistad que hay entre vosotros. Definitivamente antes era "más mejor". Pero ya digo que será la edad. No me gusta mucho decir eso de que "antes era..."; En realidad yo no recuerdo como era ese "antes", solo es hablar por hablar.

   Me miró durante un buen rato, como si me estuviese examinando mientras decidía cual iba a ser su respuesta. Durante unos segundos tuve miedo a ser rechazado, pero entonces se puso de pie, y sin decir palabra me agarró del cuello y me plantó un beso en la boca. Me quitó la copa de las manos, volvió a sentarse a mi lado, y continuó bebiendo como si no hubiese pasado nada.

   Entonces me di cuenta. No había lugar a dudas. Se había apoderado de mi copa y no tenía intención de devolvérmela.

lunes, 3 de marzo de 2014

Capítulo 25

   Nunca he entendido muy bien como funciona eso de enamorarse ¿Quién decide cuando, como y de quién te enamoras? No sé quien será, pero tiene una mala leche... Enamorarse duele, a veces, pero nadie me negará - a toro pasado- que es algo muy bonito. Un montón de sentimientos sacuden todo tu cuerpo. Basta con escuchar su voz a través de un teléfono, el corazón se te acelera, en el estómago se hace un vacío, te falta el aire, las piernas te flaquean e incluso te quedas sin palabras; de repente te vuelves tonto. Dicho así no parece tan bonito, pero lo es. Es una sensación única, en ocasiones complicada de llevar, pero que merece ser vivida y disfrutada.

   Sí, soy el mismo que una vez gritó: "el amor no existe y es una mierda". Soy consciente de que coherencia tengo más bien poca, pero de eso se da cuenta cualquiera que me lea un rato, porque yo lo mismo te digo una cosa que te digo la contraria. Supongo que cuando dije eso estaba enfadado, y cuando uno se enfada dice lo primero que le viene a la cabeza, sin pararse valorar cuanto de cierto hay en sus palabras, en aquello que afirma rotundamente, Lo que cuenta, cuando uno está enfadado, es desahogarse.
   En mi defensa diré que ninguno de los colegas que alguna vez me han aconsejado en estos menesteres, ha utilizado aquellos consejos que me daba cuando a ellos les hizo falta. Y es que aconsejar a otro siempre ha sido más fácil que curarse a uno mismo. Por eso hoy no voy a admitir ningún reproche cuando afirmo que enamorarse es algo estupendo, y que vivir ese momento merece el arriesgarse a sufrir un poco llegado el caso. Es lo que pienso hoy, mañana..., como decía mi madre cuando era pequeño y le preguntaba si después de hacer el trabajo podría salir: "ya veremos..."

   Aquella noche me tocó sufrir. Nada más entrar en la discoteca y acercarme a la pista de baile la vi. Allí estaba, bailando con Chema, mi colega, el mismo que hacia pocas horas me había advertido de que no perdiese el tiempo y me lanzase de una vez a por ella o lo haría él. Por lo que podía ver mi competidor no había desperdiciado ni un minuto, no me esperaba otra cosa. Por un momento me sentí totalmente perdido, tocado, casi hundido. Sentí que una vez más había llegado tarde. Viéndolos bailar me pareció que hacían buena pareja. Yo allí sobraba, era mejor que me esfumase. Había perdido.

   Yo soy así, me doy por derrotado al primer golpe. O peor... A veces antes de recibir el golpe. Me basta con imaginar como ese momento en que me harán daño va a llegar, tarde o temprano, para pensármelo dos veces antes de dar el paso ¿Cobarde? Sí, ¿Para que voy a negarlo? Pero no voy por ahí pregonándolo, he convencido a la mayoría de mis amigos de que lo que soy es, "prudente". Y de momento ha colado. Creo...

   Me acerqué a la barra a recoger mi copa, esa que te daban con la entrada. La idea era emborracharme, armarla, y terminar la noche tirado por cualquier esquina con cualquiera que quisiera acompañarme, o solo, ya me daba lo mismo. Seguramente estuve un buen rato lamentando mi mala suerte, que es a quién culpo cuando las cosas no salen como espero. Pero entonces, nada más tener el vaso en la mano y antes de dar el primer sorbo, cambié de idea, y con mi cointreau con tequila me acerqué a la pista y me coloqué justo a la altura donde los dos bailaban, apoyado en el pasamanos de acero que delimitaba la zona de baile. Y allí me quedé, mirándolos fijamente.

   Es otra teoría que manejo a veces, un plan que seguimos mucho aquellos que no somos capaces de ir por lo que queremos; Sí... los prudentes. Nos sentamos en un lugar donde creemos que puede pasar algo, y allí esperamos a que ese algo pase. Es como ir a pescar, dejar tu caña anclada en la orilla e irte a tomar café. No suele funcionar.

   Él la agarraba por la cintura y le susurraba a la oreja mientras ella le abrazaba. Le rodeaba el cuello con los dos brazos y solo le soltaba cuando él intentaba sujetarla más abajo de la cintura, para volver a colocar las manos de él donde ella creía que debían estar, unos treinta centímetros más arriba. Me hizo gracia la escena que se repitió hasta en dos ocasiones, no pude dejar de esbozar una sonrisa. Fué en ese momento cuando él se dio cuenta de mi presencia, se quedo mirándome con rostro serio. Me hizo un gesto como diciendo - ya te he visto, ya sé que estás ahí - volvió a susurrarle algo al oído a ella y continuaron bailando, ignorándome completamente.

   Pero yo había decidido que no me iba a marchar; ¿Molesto? Que se joda...

   Y de repente termina la canción, y sin mirar hacia mí en ningún momento, mi colega se despide y se marcha hacia el centro de la pista donde lo pierdo de vista entre la gente, mientras, ella viene hacia donde yo estoy, se coloca justo a mi lado y dice:

   - Dice Chema que tienes algo que preguntarme.

    Qué sonrisa más bonita... Mi suerte parecía que empezaba a cambiar. O era eso o que mi margarita sin lima en vaso de tubo empezaba a hacer efecto.

lunes, 24 de febrero de 2014

Capítulo 24

   Dice un amigo que todo ser vivo ha llorado alguna vez, incluso las plantas... y que el que mejor lo disimula es un pez. Yo no soy pez, lo de disimular se me da bastante mal.

   Me he estado leyendo y no me reconozco. En mi intento por redibujar la realidad creo que en algún lugar apreté demasiado la tuerca y debió romperse. Ayer leí sobre el tema; Resulta que, según un estudio de estos que hacen los americanos cuando no están comiendo hamburguesas, los recuerdos cambian con el tiempo, y los recordamos de distinta manera según el momento que estemos viviendo. Entonces, no me molestaré en cambiar ninguna coma, porque seguramente después no sabría donde ponerla. No merece la pena.
 
   Las historias suelen continuarse donde se terminan, pero la memoria me falla. Un sábado de fiesta, Sonia, la advertencia de mi amigo ¿Lágrimas?... La verdad es que no recuerdo haber llorado aquella noche. Quizás me enfadé, maldije mi suerte, hasta es posible que le pegase un puñetazo a algo. Pero... ¿Llorar? ¿Yo? Los hombres no lloran, si acaso alguna vez les sudan los ojos. Eso debía pensar yo cuando era más joven, porque no recuerdo haber llorado ni cuando tuve motivos para hacerlo, y los tuve. No me permití llorar hasta casi diez o doce años más tarde, y lo hice por la tontería más ridícula que te puedas imaginar. Pero aquella noche no, aquella noche no lloré.

   Aquella noche empezó de una forma extraña. Yo buscaba a Sonia, podría decirse que desesperadamente, pero a quién encontré fue al que decían que ya no era su novio. Estaba parado a la entrada de un local del que yo pretendía salir. Mirando al frente y haciéndome el despistado, intenté escabullirme sin llamar la atención, pero al pasar a su lado me agarró del brazo.

   - ¡Jose!- Dijo con tono de sorpresa; le hubiese colado si yo no le hubiera visto observándome desde la puerta hacía rato - ¿Qué tal va todo?
   - Bien ¿Y tu que tal? Cuanto tiempo...
   - Estoy buscando a mi novia ¿No la habrás visto?
   - ¿Tu novia? No conozco a tu novia.- Mentí

   Me explicó quién era su novia con todo detalle y tuve que admitir que sí la conocía, pero que no la había visto aquella noche, para mi pesar. Entonces me confesó un pequeño problema que tenía: al parecer, alguien le había advertido de que su novia salía los fines de semana por allí y la habían visto bailando con “otro tío”. No sé porqué tuve la impresión de que cuando pronunció las palabras “otro tío” en realidad quería decir “contigo”, pero no me di por aludido. El se quedó mirándome esperando una respuesta, y yo intenté dársela.

   Mientras lo hacía calibraba mis fuerzas por si la cosa se ponía fea. No había nadie conocido por allí a la vista, y eso era bueno, sería un uno contra uno. Sabía que en un cuerpo a cuerpo poco daño podría hacerme, él era un niño pijo de ciudad y yo un joven con muchas horas de trabajo en el campo a mis espaldas. Me sentía más fuerte y eso me daba seguridad.

   - Baila con mucha gente, incluso yo he bailado con ella alguna vez – Dije - Pero eso no quiere decir nada. Por eso puedes estar tranquilo.
   - Ya... Es que me jode… porque…
   - Cuídala – Le interrumpí, no me interesaba conocer el porqué.

   Parecía querer seguir hablando, pero hice como que tenía prisa y me despedí con un gesto y una palmadita en el hombro. Siempre he sido una persona de pocas palabras, y supuse que con ese “cuídala” ya estaba todo dicho. Además, yo no estaba para perder el tiempo. Si él andaba buscando a su novia, yo también, pero no iba a quedarme parado en la puerta mirando a ver si pasaba por allí. Ya había revisado un par de locales y no la había visto, así que solo se me ocurría un lugar donde podía estar, en la disco. Todavía era temprano, pero había mucha gente que empezaba la noche en la discoteca, para bailar un rato antes de salir a tomarse unas copas. No me lo pensé dos veces y hacia allí me encaminé.

   Por mi cabeza empezaron a cruzarse ideas de culpabilidad. Uno que es así, gilipollas. Sentía que no estaba siendo lo suficientemente bueno, lo suficientemente leal con mi antiguo compañero, y al mismo tiempo me decía a mi mismo que tampoco había hecho nada malo. Como dije antes, sería ella quién tendría que decidir con quién quería estar, con él, conmigo, o con otro cualquiera. Yo no iba a tomar nada a la fuerza. Yo no era mala persona. Yo, simplemente… me había enamorado.

   Y dándole vueltas a estas cosas, justificándome ante mi mismo, llegué a la disco, y allí la encontré.

 

lunes, 17 de febrero de 2014

Capítulo 23

   Me he levantado cansado, sin ganas de nada. Mi única meta hoy será la misma que he tenido toda esta semana, ver que ponen en la tele. Esto no puede ser bueno. Necesito cambiar algo, pero todavía no sé muy bien el qué. Entonces, mientras lo pienso, seguiré contándote mí vida, una de las pocas cosas sobre las que me siento con todo el derecho de hablar.

   Había dejado aparcada mi historia en la primera (y no diré última) cita fallida con Lola, y ahí mismo la retomo. Cada día que ha pasado desde entonces me he preguntado porqué aquel día callé y no dije nada. He vivido siempre con la idea de que ahí se me quedó algo pendiente. Los días pasaron y la oportunidad no volvió a presentarse; yo, tampoco la busqué, no hubo tiempo. Es lo que tiene vivir deprisa. A esas edades te empujan a vivir así: Búscate un trabajo, una casa, una chica, cásate… ¿Pero a que esperas que todavía no tienes hijos? Demasiadas metas. Es prácticamente imposible que no termines por fallarle a alguno de esos que tanto esperan de ti.

   Mirando ahora desde la distancia te das cuenta de que no tenías que correr tanto. La vida hay que vivirla y disfrutar de cada momento, porque por mucho que corras, por muy rápido quieras ir, al final siempre te va a quedar la sensación de que no has tenido tiempo de hacerlo todo, o no has hecho lo suficiente, o que en realidad no querías hacer muchas de las cosas que has hecho. Es lo que tiene ir de prisa, que no controlas. Y al fin y al cabo no nos esperan en ninguna parte; al menos a mí no. Esa es la sensación que me queda, que mi vida hasta la fecha ha sido una carrera. Todavía hoy no he sabido pararme del todo y mirar alrededor un momento, con calma... Es fácil decirlo.

   Sin embargo, el que a mi mente acudan esos pensamientos, no significa que no esté conforme con la decisión que tomé en aquel momento; era lo que tocaba. Como sabes, yo solo tenía ojos para una, y en mi interior ya había decidido que tenía que ser mía, lo que pasa es que tardé en comprender eso, que ya lo había decidido. Tuvo que ser uno de mis amigos quién se encargara de espabilarme. Aquella tarde se me acercó por la espalda, puso una de sus manos sobre mi hombro reclamando mi atención, y me susurró al oído:

   – Te doy de plazo este fin de semana – dijo amenazante. Hizo una pausa para dar un sorbo a su cerveza, y volvió a comerme la oreja – Me he enterado de que te gusta Sonia – afirmó, aunque supongo que era más bien una pregunta pues se quedo mirando como esperando una respuesta; como no la obtuvo, yo todavía no había relacionado las dos frases, continuó diciendo - Dicen por ahí que está libre, y si tu no le entras… le entro yo. Te doy de plazo este fin de semana. Yo soy legal tío, sé que andas por ella, somos colegas, y… eso… o le entras ya o le entro yo. Te doy este finde Jose, ni un día más. – Y dicho esto me soltó y se alejó gritando en voz alta mientras me apuntaba con el dedo y sonreía – ¡Estás avisado! ¡Porque eres tu eh…!

   Tuve que quedarme a pensar un buen rato en lo que había sucedido. No entendía aquel arrebato de compañerismo, de respeto y deferencia conmigo, y mucho menos viniendo de quien venía. Para empezar me sorprendió que mi interés por Sonia fuese tan de dominio público, y después aquello de que "estaba libre", el muchacho parecía tener mucha información.

   Es cierto que el hecho de que Sonia tuviese novio me había cortado un poco, pero esa parte ya la había superado. Me había convencido a mi mismo de que era ella quién tenía que decidir sobre ese punto. Estamos hablando de una persona, un ser humano, no de un taxi al que puedas decidir si subir o no. ¿Qué quería decir eso de que estaba libre? El entablar o no una relación es una decisión de dos, nunca de tres; así lo veo yo. Por eso, el hecho de que tuviese novio y fuera amigo mío ya no era un problema para mí. Además, amigo, lo que se dice amigo…, dejémoslo en excompañeros de clase, y de eso hacía ya varios años.

   Pero aquella advertencia de mi “colega” (como él se definía) era algo a tener en cuenta, y no esperaba más consideración por su parte de la que yo estaba dispuesto a tener con mi excompañero. Tenía que lanzarme e ir a por todas, y tenía que hacerlo ya. Sabía que si yo no entraba en escena de inmediato pronto tendría otro estorbo en mi camino. ¿La verdad? No confiaba mucho en mis posibilidades.

   La tarde avanzaba para convertirse en noche, una noche de sábado; una de esas noches mágicas de las que sueles esperar mucho cuando eres joven, y quizás por eso siempre sueles acabar un poco decepcionado. Pero... ¿Quén dixo medo habendo farmacias?

lunes, 10 de febrero de 2014

Capítulo 22

   El domingo amaneció despejado, aunque eso no era extraño a la hora que solía levantarme. Para mí los domingos empezaban a partir de las dos de la tarde, cuando mi madre entonaba el último aviso para comer, al que había que asistir sí o sí. Salí de casa sin tener todavía las cosas muy claras sobre como debía actuar. Me sentía confuso y no sabía muy bien que decir, o que hacer, cuando la tuviese delante. No tardé en encontrarla, siempre frecuentábamos los mismos lugares y el pueblo era pequeño; no llevaba ni media hora dando vueltas frente al viejo instituto cuando la vi aparecer junto a sus hermanas. Al verme se separaron y Lola vino a mi encuentro.

   - Hola – Dijo con la misma naturalidad de cualquier otro día.
   - Hola – Respondí con la misma cara de póquer - ¿Damos una vuelta?

   Asintió con un gesto, así que salimos del pueblo en dirección a ninguna parte, hablando de los más diversos temas como harían dos desconocidos. Pronto entendí que apenas sabía nada de Lola, pero no había problema, al parecer ella se había empeñado en que lo supiese todo aquella misma tarde. Hablando sin parar - Ella hablaba, yo me limitaba a escuchar - llegamos hasta un pequeño puente donde nos detuvimos. Nos quedamos mirando al río intentando encontrar entre sus aguas algún pez que lo hiciese más interesante, pero no había. Estábamos solos, no se veía a nadie alrededor, y creí que era un buen momento para empezar a hablar sobre lo sucedido la noche anterior, pero no hubo manera. El silencio duró solo un segundo, de inmediato empezó otra vez con su historia. Hablaba y hablaba sin parar sobre otras cosas, como dije antes parecía querer contarme toda su vida en una tarde y no encontré el modo de introducir el asunto del que quería hablar en la conversación. Tampoco me molestaba, la conversación era interesante. Continuamos caminando hasta el parque que había a las afueras del pueblo y una vez allí encontramos un lugar discreto para sentarnos. Un diminuto puente de madera situado sobre un lago artificial nos pareció un buen lugar. Este fin de semana estuve allí; me acerqué en uno de mis últimos paseos a solas para pensar. El lago todavía está allí, y el puente puede decirse que también está, aunque tan deteriorado por el paso del tiempo que dudo mucho de que nadie se atreva a cruzarlo. Me quedé mirándolo y recordé aquel momento.

   Recordé como, según fue avanzando la tarde, yo me iba convenciendo a mi mismo de que podía darle una oportunidad a aquella relación. Podía y debía. No tenía nada que perder y si mucho que ganar. Lola me gustaba. Me gustaba su manera de hablar, me estaba entreteniendo su charla, y me gustaba como me miraba. Ahora que sabía más de ella me gustaba aun más.
   Cuando nos sentamos nos quedamos un rato en silencio, no sé si fue el lugar ,el paisaje, o el croar de las ranas bajo el puente lo que nos despistó de nuestra conversación y ambos nos quedamos durante unos largos segundos callados, esperando algo.

   - Ayer me di una ducha fría al llegar a casa – Soltó de repente – No es que me sintiera sucia… es que estaba un poco alterada. No es que no me gustase lo que pasó en el portal… - continuó entre alborotada y confundida – Es que…
   - Lola… yo… - intenté interrumpirla pero no me dejó hablar.
   - No tienes que explicarme nada. Es algo que pasó y ya está. Yo sé que te gusta la chiquilla esa y lo entiendo. Tienes que animarte y decírselo de una vez. Lo de anoche fue un calentón de un momento y nada más. Pero quiero que sepas que me lo he pasado muy bien contigo esta tarde, y ayer también lo pasé bien.
   - Yo también me lo pasé bien ayer, y hoy claro... – Dije, y me quedé mirando al agua entre los barrotes de madera.

  Y ahora vas a permitirme que hable en tercera persona un momento: Aquel gilipollas que estaba sentado al lado de Lola… No dijo nada más. Todas las cosas que tenía que decirle, toda la tarde quejándose para sus adentros de que no le dejaban hablar, y ahora que tenía su momento, su oportunidad, el muy imbécil se queda callado. En su cabeza se agolparon las torpes palabras de Lola que no acabó de comprender, y mientras pensaba en una salida se quedó atrapado en ella, y no supo reaccionar; no se atrevió a cruzar el puente y dejó que el momento se escapase. Nunca sabrá si tomó la decisión acertada o no, quizás eso sea lo que peor lleva de todo el asunto. Aunque, que más da...

   Pero las cosas pasaron así. Los dos se quedaron callados, como si los dos pensasen que le tocaba mover ficha al otro. Caminaron en silencio hasta un bar cercano, y terminaron el día hablando con otras personas de cosas totalmente intrascendentes que seguramente ya han olvidado.

lunes, 3 de febrero de 2014

Capítulo 21

   Mis recuerdos de cómo empezó aquella noche con Lola son confusos. Sé que no tardamos mucho en marcharnos después de que lo hiciesen sus amigas. Como dije antes, era tarde, pero estuvimos un buen rato escuchando la música y mirando alrededor como dos tontos sin saber que decirnos, hasta que esta dejó de sonar y los focos que te invitaban a dejar el local se encendieron. Lola vivía a menos de quinientos metros de la discoteca, al fondo de aquella misma calle, así que bajamos dando un paseo.
 
   Hacía casi dos años que vivían allí. Cuando su madre encontró trabajo decidieron dejar la casa de los abuelos y venirse al centro. Su madre era venezolana, trabajaba en una tienda del pueblo. A su padre nunca le conocí, ni tampoco tenía el menor interés en hacerlo. Me hablaron mal de él, pero eso es otra historia que no tiene cabida en este blog.

   Lola nació en Caracas, se vino a España de muy pequeña pero aun conservaba ese acento que me hacía tanta gracia. Se enfadó cuando intenté imitarlo, al parecer confundí el acento argentino con el venezolano y eso no le gustó nada. Después de reñirme terminamos en su portal hablando sobre uno de sus grupos preferidos, los hombres G, y una vez más volvimos a quedamos sin palabras.

   Entonces me situé frente a ella, a escasos centímetros, dejando que su cuerpo rozara el mío mientras rodeaba su cintura con mis manos. No sé que pasó por mi cabeza para hacer eso, no era propio de mí. La miré a los ojos, algo que no suelo hacer pero que cuando me animo se me da de vicio. Se puso nerviosa, lo sé porque no pudo aguantarme la mirada. Cuando bajó los ojos e intentó hablar, como queriendo empezar un nuevo tema de conversación, no la dejé; en aquel mismo instante sellé sus labios con un beso. Supongo que era justo lo que ella estaba esperando porque se me entregó totalmente.

   En un segundo habíamos pasado de buenos amigos a amantes apasionados. Refugiados en la oscuridad de su portal, mis manos recorrieron su cuerpo sin pudor mientras mis labios no querían separarse de los suyos. Mi cerebro, normalmente muy prudente, hubiese puesto fin a todo ese descontrol en un momento si no fuese porque el muy cabrón también se había unido a la fiesta; un desliz que no tardé en perdonarle. Ya sé, estarás pensando que en ese momento mi cerebro poco tendría que decir pues seguramente estaría pensando con la polla; no te lo voy a discutir.

   - Me tengo que ir – Susurró. Parecía disculparse mientras tomaba aire.
   - Y yo también – Dije - ¿Nos vemos mañana?
   - Vale

   Nada más decir eso se apartó y salió corriendo escaleras arriba. Con la mente totalmente en blanco, sin haber asimilado todavía lo que acababa de suceder, me quedé mirando como se marchaba hasta que desapareció de mi vista. Entonces me di la vuelta y salí saltando completamente ebrio de felicidad. Si no fuese porque por aquel entonces ya me gustaba ir sin afeitar te diría que parecía Heidi bajando por la montaña. Al día siguiente tenía una cita y me gustaba la idea.

   Esa sensación de estar flotando, en una nube, me duró hasta llegar a casa. Fue ya delante del frigorífico, mientras buscaba algo que poder meterle al estómago antes de irme a dormir, cuando empecé a analizar lo que había pasado. ¿Qué estaba haciendo? ¿Era justo lo que estaba haciendo? Se supone que estaba enamorado de otra. Y si había metido la pata y me estaba engañando, y la estaba engañando, porque hacía solo dos horas, de haber podido me habría enrollado con otra. A ver si Eli iba a tener razón y Lola era solo un juego. Pero con esa otra no hay nada, ni va a haber nada, es complicado, y… Lola es real. Está ahí y es real, y también me gusta ¿No? ¿Lola también me gusta? Claro que me gusta. Hacía nada le estaba tocando las tetas y ahora me preguntaba si me gustaba. Tenía un montón de preguntas y ninguna respuesta, o un montón de respuestas para la misma pregunta, que viene a ser lo mismo. Y en la nevera no había nada.

   - Tu eres tonto chaval – Me dije a mi mismo.

   Decidí dejar de pensar tonterías y me fui a dormir. Estaba tan cansado que me fue fácil dejar de interrogarme sobre lo que iba a hacer al día siguiente, y en un visto y no visto… me quedé dormido.

lunes, 27 de enero de 2014

Capítulo 20

   Aquel sábado había estado bien, me lo había pasado en grande. Serían ya las cinco de la madrugada, la noche se terminaba y hacía un rato que había dejado de beber; sabía donde estaban mis límites. Mi mala experiencia con el alcohol todavía estaba reciente, por eso en mi vaso a esa hora solo había cocacola. Los efectos del ron empezaban a dejar de notarse y yo volvía a mi estado natural; volvía a ser el chico serio, soso y aburrido que soy normalmente.

   Me acerqué donde estaba Lola. Del mismo modo que hacía pocos días había notado en sus ojos que no quería estar a mi lado, aquella noche la sensación fue diferente. Aquella era la niña que siempre tenía una sonrisa para mí. Con un gesto saludé al resto de amigas que la acompañaban y una de ellas me miró de tal manera que pregunté si debía marcharme. Lola sonrió mientras me hacía un hueco a su lado, me senté.
  Tampoco había que ser un hacha para imaginarse la opinión que tendría de mí. Llevaba meses labrando una falsa reputación de mujeriego y borracho que me precedía allá donde iba. No puedo negar mi reputación de borracho, me la había ganada a pulso. Quitando aquel último mes que pasé junto a Ana, de chico serio, de no más de un par de cervezas en toda la noche, he de reconocer que le daba a la bebida sin muchos reparos. Lo de mujeriego sin embargo nunca lo entendí, pero tampoco voy a discutirlo. Recuerdo que pensé un buen rato en el porqué de aquella mirada que me decía que yo no era bienvenido, que no le parecía una buena persona para estar sentado ahí, al lado de su amiga. Yo no era un buen chico para Eli, así se llamaba aquella chica, y empecé a pensar si tendría razón. No me gustaba la idea de que alguien pensase eso y la curiosidad fue tal que la saqué a bailar para hablar con ella ¿O fue ella la que me sacó a mí? Ya no estoy muy seguro.

   - ¿Porqué no la dejas en paz? - Me dijo al oído nada más estuvimos juntos en medio de la pista.
   - ¿A quién?
   - Ya sabes a quién, no te hagas el tonto. Lola es muy inocente y le vas a hacer daño.
   - ¿Yo te he hecho algo? No entien...
   - Yo solo te digo que la dejes en paz. Se de que vas. Ella es muy tontita y se cree todo. Le vas a hacer daño. Podías buscarte a otra para jugar.

   No dije nada más, la chica había dejado bastante claro lo que pensaba de mí. Sin embargo, cuando terminó la canción, volví a mi sitio al lado de Lola, que nos había estado mirando todo el rato.

   - Vaya sermón me acaban de echar... -Dije con cara de circunstancias - no te sorprendas si viene y me larga a patadas.
   - Tranquilo, Eli es así… no le hagas mucho caso – Dijo Lola - Ella cree que me protege. Creo que no le gustan mucho los chicos.
   - ¿Te protege de mí?
   - No. – Sonrió – De los chicos en general.
   - ¿A lo mejor está celosa? – Pregunté.

   Lola se encogió de hombros y volvió a mirar a la pista. Fue entonces cuando advertí que Sonia también andaba por allí cerca, bailaba con un chico al que no conocía. Lancé un vistazo alrededor intentando encontrar a su novio, no le encontré. Pensé que si hubiera estado un poco más atento yo podría ser aquel chico. Estaba bonita, como siempre.

   - Bueno… eso está bien – Continué diciendo, un poco despistado - Que te proteja… está bien.
   - ¿Si te gusta porqué no se lo dices?

   Como siempre mis gestos me delataban, Lola se había dado cuenta de por qué mi mirada se había perdido en el fondo del vaso. Tomé un trago antes de contestar, pero ella se adelantó a mi respuesta.

   - No pierdes nada; el no ya lo tienes.
   - No se trata de eso. Tiene novio, y además es amigo mío – Mentí.

   En realidad estaba pensando que de haberla visto hora y media antes la cosa sería diferente. Ni amigos ni leches, seguro que me habría lanzado a decirle algo, cualquier barbaridad, pero en aquel momento no quedaban fuerzas en mi interior que me empujasen a intentar nada.
   Dicen que en el mundo hay una mujer para tí y estás destinado a encontrarla. Imagínate que por error esa chica, tu media naranja, se lía una noche con tu mejor amigo ¿Que haces? Una mujer para tí entre cuatro mil millones de mujeres y de repente es intocable. No, eso no puede funcionar así, no sé quién inventó esa regla estúpida de no liarte con la chica de un amigo. Yo siempre he sido de la idea de que es la chica la que tiene que decidir.
   Es cierto que tal vez la chica en cuestión no sea la que está destinada a estar contigo, pero siempre merece la pena correr el riesgo. Es complicado. Sería más sencillo si ambos llevasen tatuado en la frente un código, así al encontrarse, los dos estarían seguros de que el que tienen delante es el que andaban buscando, sin dejar lugar a dudas. La naturaleza es sabia pero podría haberse parado más en ciertas cosas.

   - No puede ser. Y como no puede ser, es mejor olvidar – Continué diciendo – Además, yo… ya… paso de chicas. Estoy pensando sinceramente en volverme maricón.

   Creo que le hizo gracia la convicción con que lo dije, no paraba de reírse. Cuando volví a mirar a la pista de baile Sonia ya no estaba, había desaparecido. La busqué durante un buen rato, desde donde estaba sentado podía controlar casi todo el local, así que no me fue difícil convencerme de que se había ido. Era tarde. Quedaba muy poca gente, era casi la hora del cierre y las amigas de Lola también avisaron de que se marchaban. Lola dijo que se quedaba, que ya bajaría conmigo, y allí nos quedamos durante unos minutos, mirando como el local se vaciaba poco a poco, hasta que dejó de sonar la música. Llevábamos un buen rato sentados en silencio, como si sus amigas se hubieran llevado consigo cualquier tema de conversación.

   -¿Te acompaño a casa? - Pregunté
   - Más te vale

   Y como no quiero ser un plasta y un pesado, continúo el lunes. Pero ya te adelanto que sí, que la acompañé a casa.

lunes, 20 de enero de 2014

Capítulo 19

   Claro que recuerdo su nombre, Ana, un nombre muy sencillo como para poder olvidadlo. Creo que fue la primera chica que me hizo daño ¿O fué la segunda? No sé, no llevo un ranking oficial. Ana fue la primera chica que mis amigos calificaron como mi novia. Sí, mi primera novia oficial. Una novia de fin de semana, porque los dos trabajábamos y en aquella época, sin móviles ni Internet, era más difícil estar localizable; bendito problema.

   Empezamos a salir oficialmente el día que me dijo aquello de “creo que me gustas”. Yo no dije nada, es posible que pensase “pues tú a mi también”, pero no llegué a decírlo. Yo… era muy raro. Simplemente la invité a dar un paseo y charlamos, de cosas sin importancia, hasta llegar a un lugar tranquilo donde nos abrazamos y nos apretujamos un rato mientras su lengua y la mía intercambiaron algo más que palabras. En ese momento se supone que ya es tu novia. ¿No? Yo pensé que era así, estaba muy desentrenado.

   Estuvimos juntos unos cuatro días, creo, ya no recuerdo muy bien. Eso quiere decir, como solo nos podíamos ver los domingos, que tuve novia durante todo un mes. Me gustaba. Estaba bien eso de tener novia, algo que hacer los domingos. Con sus amigos no me costó nada adaptarme, creo que eran más amigos míos que suyos. Aquellos días me lo pasé bien, fueron diferentes.

   Ella no trabajaba aquel sábado y habíamos quedado en el lugar de siempre, después de toda una semana de trabajo tenía ganas de verla y la recibí con una sonrisa. Se acercó despacio, mirando al suelo, como pensando. Sí te digo la verdad, me di cuenta de que algo pasaba nada más verla.

   - Hola.- Estaba muy seria.
   - Hola, ¿Qué tal? – Respondí. En ese momento supe que allí pasaba algo.
   - Oye… mira… Que eres un buen tio y… que no es por ti, es por mí… y... es mejor que cortemos.
   - Bueno…- Dije con resignación mientras la sonrisa se borraba de mi cara, y añadí - ¿Damos un paseo?

   Sí, también a mí me pareció una pregunta estúpida nada más salir de mis labios, pero yo soy así, de preguntas estúpidas cuando me pongo nervioso. Para mi sorpresa ella dijo que sí, así que empezamos a andar despacio, sin hablar y sin dirección fija. Ella no decía nada, y yo, tampoco sabía que decir, así que después de tres minutos caminando en silencio decidí romper el hielo y me ofrecí a acompañarla hasta la zona de copas, a lo que también accedió. Cuando ya estábamos llegando, después de unos largos, larguísimos minutos en silencio, ví como una de sus amigas venía hacia nosotros y aproveché el encuentro para despedirme; una palmadita en la espalda, un “hasta luego”, una sonrisa para su amiga que también era amiga mía, y aceleré el paso. No miré atrás.

   ¿No es por ti, es por mi? Nunca entendí esa frase.

   He de reconocer que algo ya me olía. Sabía que ella salía entre semana en el pueblo donde trabajaba y sospechaba que yo no tenía la exclusividad, pero no me había parado a pensar en eso. Yo, que soy de enamoramiento fácil, estaba totalmente pillado, y lo único que no paraba de preguntarme era ¿Por qué? ¿Qué es lo que había hecho mal?

   Solito, llegué a la conclusión de que el problema no había sido lo que había hecho sino lo que no había hecho. La verdad es que en cuatro días no habíamos hecho nada, pero es que tampoco se presentó la ocasión. Esas cosas surgen, no se planean. No es cuestión de abalanzarse encima de la chica así a las primeras de cambio. ¿O sí? Como os decía, estaba muy desentrenado.
   Eso es lo que pensé en aquél momento. No se me daba muy bien tratar con chicas, ni antes ni ahora. Supongo, porque hace tiempo que dejé de hacer esas cosas, me estoy quitando. Hoy, desde la distancia, y en base a lo que he aprendido a lo largo de los años, no tengo que pensar mucho para darme cuenta de los porqués de aquella espantada. No sé ni como pudo aguantar cuatro semanas conmigo.

   Quería olvidar todo lo más rápido posible, así que bajé por la zona de bares dispuesto a juntarme con cualquiera que me acompañase en la tarea de apagar mis penas como mejor sabía apagarlas, con alcohol.
A las puertas de uno de los locales que solíamos frecuentar, me encontré con uno de aquellos amigos que Ana y yo teníamos en común. Se acercó, me abrazó y dijo:

   - Perdona que te lo diga así amigo… pero tu novia es una puta.
   - Ya no tengo novia - Dije con una sonrisa, y me apresuré a entrar en el local.

   Tenía miedo a que las lágrimas delatasen mi estado y mi orgullo pudo a mi curiosidad, así que me quedé sin saber lo que quería decirme, de todas maneras ya no tenía la más mínima importancia. Ya dentro me zambullí entre mis amigos anónimos. Les llamo así porque no sé sus nombres, solo conozco sus caras. Son amigos de la noche que no estoy muy seguro de que existan durante el día; al menos yo nunca les he visto. Con ellos puedes hablar de cualquier cosa por más absurda que parezca, cuanto más absurda mejor. Siempre están sonrientes. Siempre están más borrachos que tú. Siempre te entienden, digas lo que digas.

   Cuando salí de aquel puf con dirección a la discoteca yo también iba bastante contento. La misión aquella noche era pasárselo bien, y cuando yo me planteo pasarlo bien… me lo paso bien. Después de cuatro semanas medio enclaustrado era lo mínimo que podía permitirme. Y así fue, me lo pasé genial. Recuerdo estar bailando, revoloteando y desvariando por la discoteca sin rumbo fijo hasta que casi era la hora del cierre. Entonces, con la discoteca casi vacía, mis ojos se detuvieron en un grupo de chicas que había sentadas en un rincón. Que extraño, no las había visto en toda la noche… Una de ellas era Lola, así que decidí acercarme.

lunes, 13 de enero de 2014

Capítulo 18.

   El cuento de Inés no duró. La chica no era muy de fiar, y como nunca lo confirmé ni lo negué, la historia enseguida perdió fuerza y credibilidad. Poco a poco dejó de ser una historia divertida con la que reírse a mi costa, dejó de hacer gracia, y se convirtió en un simple rumor sin importancia que nunca sucedió. Lo más gracioso era eso, que en realidad nunca sucedió, pero cuantas cosas que nunca sucedieron pasan a la historia como reales. Por suerte, aunque si no hubiese sido así me hubiera dado lo mismo, a las pocas semanas ya nadie volvió a mencionar el asunto.

   Esas semanas las dediqué a esconderme de ella por todo el pueblo, menos mal que yo allí paraba poco. No tenía ninguna gana de volver a encontrarmela pues cuando eso sucedía dejaban de suceder otras cosas, al menos eso era lo que yo pensaba. Quería estar libre, disponible, para cuando aquello que tenía que pasar, sucediese. ¿Qué tenía que pasar? No lo sabía. Lo que sí sabía es que con Ines al lado no iba a pasar nada interesante, por eso la evitaba.

   Pero aquel rumor no me perjudicó en absoluto, creo que alguna sí se lo tomó en serio, porque aquella misma semana dos chicas se interesaron por mí; algo a lo que yo no estaba muy acostumbrado.

   Estaba yo sentado en la terraza de aquel bar del parque, sumido en mis pensamientos, el que me conoce sabe a que me refiero, leyendo una revista sin meterme con nadie, cuando la chica que estaba sentada en la silla de enfrente me suelta una patada. Yo levanto la vista y ella me sonríe. Sonrió y vuelvo a mi lectura, no porque me interesase lo que estaba leyendo sino con el objetivo de hacerme el interesante. Funcionó, otra patada. Vuelvo a levantar la vista y me saca la lengua, a lo que respondo de la misma manera, para inmediatamente después volver a clavar mi mirada en la revista, como si aquello no fuese conmigo.

   - Que simpático eres.

   Miré alrededor para cerciorarme de que allí solo estaba yo, aunque ya sabía que no había nadie más. ¿Yo simpático? ¿Qué es lo que había hecho y no me había enterado? Que una chica me entrase así directamente si que era una novedad y no quería dejarla escapar. Volví a sonreír, esta vez mirándola a a los ojos fijamente durante un buen rato, mirada que ella sostuvo sin ningún problema. Había quedado claro que la niña quería algo conmigo, y yo, que soy un “chico fácil”, me dejé llevar.

   Me hizo gracia la manera de entrarme, por eso te la cuento, pero no voy a alargarte la historia porque al final no sucedió nada. Hablamos un poco, bailamos un par de canciones, la acompañé a casa… A ella le hacía gracia todo lo que yo decía y pasamos una tarde divertida, nada más. ¿Qué más querías? Me porté como dicen que se portan los "perfectos caballeros" y supongo que ese fue mi error. A la semana siguiente la busqué en la discoteca, sabía que era de las que bajaban temprano, y nada más verla me acerqué y le pregunté si quería bailar. Me dijo que no, que había venido con otro. No olvidaré su mirada victoriosa, la manera en que lo dijo me hizo daño; no sé porqué pero me dolió, me pilló desprevenido. Inocente, me había creído que ya era mía.

   Pero la noche  solo acababa de comenzar, así que aquella puñalada duró más bien poco. Solo tres o cuatro copas después me encontré en la pista bailando con otra joven. No recuerdo ni su nombre, solo sé que era amiga de Inés. Estábamos bailando tan tranquilos, hablando sobre la inexistencia de mi relación con su amiga - ella había venido a preguntar - cuando uno de mis “colegas”, dejémoslo en “conocido”, se enzarzó en una pelea y sacó una navaja. El tío estaba completamente borracho y soltaba manotazos de un lado a otro en medio de la pista mientras se tambaleaba. Yo agarré a la chica y la aparté mientras la protegía con mi cuerpo, y creo que fue la sensación de protección que le transmití en ese momento lo que hizo que al día siguiente se acercase a mí y dijese aquello de:

- Creo que me gustas.

Te he mentido, sí recuerdo su nombre, pero me gustaría olvidarlo.

lunes, 6 de enero de 2014

Capítulo 17

   Pasaron unos días después de aquello, no sé cuantos, supongo que pocos. Es que ya me hago un lío con las fechas, cosas del directo. Estaba yo en el bar que hay justo al lado del parque, donde se reunía toda la peña (Esto me suena a que lo he dicho más de una vez) y me acerqué a la puerta, donde había como una pequeña terracita. Al salir me encontré con “la tía borde” - No recuerdo que nombre le he puesto, Cristina, creo, pero que más da…, ya sabes que ese no es su nombre real, no te preocupes por los nombres, no son importantes - sentada en una especie de pasamanos de cemento que rodeaba la terraza y la separaba del parque que quedaba un poco más bajo. Me miraba raro, eso no me sorprendió, con esa cara de hija de puta que no ha perdido con los años, cuando de repente me espeta, así, directa:

   - ¿Es cierto que te follaste a la pistolera?

   La pregunta me descolocó, la tía esa normalmente no me hablaba ¿Cómo se había podido enterar esta si yo no había dicho nada? Solo había una manera, tenía que haberlo escuchado de boca de Inés. Me quedé callado, mirándola fijamente, pero no le dije que sí ni que no. Hubiera dado lo mismo lo que yo hubiera dicho, cuando hay rumores así la gente cree lo que quiere creer, la verdad pinta poco en estos casos, y supongo que ella ya se había formado una opinión sobre el asunto.

   - ¡Es cierto! ¡Te follaste a la pistolera! – Afirmó asombrada dando gritos, como si hubiese hecho un gran descubrimiento.

   - Si tú lo dices… – Respondí, mientras pensaba que habría visto en mí para estar tan segura de haber confirmado sus sospechas. Supongo que si le hubiera dicho la verdad me hubiera tachado de mentiroso, así que allí la dejé con lo que quería creer y me volví para dentro sin darle más explicaciones.

   Me senté en la barra. La camarera, que era la hija del dueño y muy guapa por cierto, mantenía una conversación sobre los beneficios del yogurt con uno de mis amigos. Creí que era un tema mucho más interesante que el que me habían planteado afuera, así que allí me quedé. No tardó nada en aparecer Fran por la puerta, como hacía todos los sábados por la tarde a esa misma hora, se acercó, y nada más sentarse dijo diriguiendose a mí:

   - Enhorabuena.
   - ¿Enhorabuena? ¿Por qué?- Pregunté.

   Me respondió con una enorme sonrisa, no necesité preguntar más, sabía a que se refería.

   - Ya… te han contado algo afuera. – Dije mientras miraba hacia la puerta donde todavía podía ver a la otra sentada.
   - ¿Fuera? No… Me lo contó mi hermana esta mañana.
   - ¿Tu hermana?- Pregunté incrédulo.
   - Sí, mi hermana. No se habla de otra cosa en el instituto. Al parecer una va diciendo por ahí que eres… “maravilloso” – Continuó Fran entre risas – Tienes suerte. Imagínate que dijera lo contrario… Es que te hunde tio, te hunde…

   Durante un segundo los tres se quedaron mirándome, callados, creo que mi expresión les quitó las ganas de seguir con la broma. No confirmé ni desmentí los rumores, preferí dejar la cosa así, de todas maneras, como dije antes, el negarlo no hubiese servido de nada. Yo negaba con la cabeza mientras buscaba mi cerveza en la barra, cuando mi otro compañero le preguntó a la camarera:

   - ¿A las chicas de hoy que os sienta peor, que os llamen putas o frígidas?
   - Creo que nos sienta peor lo de frígidas - Dijo ella.

   Eso es lo que yo llamo cambiar de tema. Al final continuamos hablando sobre yogures un buen rato. Sobre esos yogures de un litro o litro y medio, que uno no puede comerse de un golpe y los guarda empezados en la nevera.

Continuará.