Siempre tenía algo que contar, y una imaginación desbordante; de cada tres cosas que me contaba yo estaba seguro de que dos eran mentira. Pero nunca se lo dije ¿Para qué? Me gustaba que me hiciese compañía, y sus historias, que no hacían daño a nadie, me entretenían todo el viaje. Por ejemplo, un día que me contó que había estado hablando con Julio Salinas por teléfono, sobre no sé que incidente con un calzoncillo, no supe muy bien que cara poner. Ella era así, imprevisible.
Al llegar a Santiago ella se bajaba en la primera parada, yo debía continuar como unos cinco kilómetros más, pero como me gustaba, bajaba con ella y la acompañaba hasta su academia para después caminar solo hasta el que debía ser el final de mi trayecto. Eran como unos cuarenta minutos a pié que aprovechaba para decirme a mí mismo lo estúpido que era por no decirle de una vez lo loquito que me tenía, mientras intentaba convencerme de que la próxima vez... la proxima vez... La próxima vez, fijo... Más o menos lo que hago ahora con la dieta.
En realidad solo quería preguntarle si podía besarla, que era lo que sentía cuando estaba a su lado. Solo quería un beso, solo un beso a ver que pasaba. Muchas veces he pensado que ella sospechaba algo sobre mis sentimientos, pero prefiero pensar que no. Recuerdo aquel día en que iba totalmente decidido a tomar el toro por los cuernos y confesarme.
Al llegar a su parada bajé con ella, como había hecho en otras ocasiones. Durante todo el camino hasta Santiago había estado ensayando lo que debía de decir, pero aquel día que yo había decidido abrirle mi corazón, ella, digamos que también me abrió el suyo. Aprovechó el trayecto de diez minutos hasta su academia, los diez minutos que tenía para decirle algo sin que las señoras del asiento de atrás pusieran la oreja, para contarme como el fin de semana pasado había alternado con uno de sus profesores. Se la veía muy ilusionada con el asunto, y esa ilusión suya destrozó totalmente la mía. Me sentí pequeñito, muy pequeñito. No le dije nada, creí que aquel no era un buen momento. Fue la última vez que me bajé en su parada.
No dejó de sentarse a mi lado en el autobús, y nada cambió entre nosotros. Continué disfrutando sus divertidas historias durante todo el curso, yo y las señoras del asiento de atrás. No sé que pasó con aquel profesor suyo, pero supongo que la cosa no funcionó porque poco después me habló de otros novios. Tuvo un montón de novios aquel curso, creo que salía a uno cada dos semanas.
Cuando se terminó aquel curso dejamos de vernos. Coincidimos algún que otro sábado más adelante, incluso una vez me sacó a bailar, pero yo nunca fui capaz de decirle las ganas que tenía de probar sus labios. Un día le perdí la pista, desapareció de mi vida, y no he vuelto a saber de ella.
Ahora entiendo porqué nunca te había hablado de ella, la olvidé.
Esto va para los que dicen que un amor no se olvida. No faltará quién diga que si la olvidé es porque no era mi verdadero amor. Amor verdadero... ya... Integristas del corazón cuanta gracia me hacéis.
Esto va para los que dicen que un amor no se olvida. No faltará quién diga que si la olvidé es porque no era mi verdadero amor. Amor verdadero... ya... Integristas del corazón cuanta gracia me hacéis.
En fin... que hoy me he liado un poco, y como no me gustan las entradas demasiado largas casi que te cuento lo que pasó con Nati otro día, el lunes que viene para ser exactos.