lunes, 30 de diciembre de 2013

Capítulo 16

   Cuando nos subimos al coche creo que los dos sabíamos a donde nos dirigíamos. La verdad es que ella lo sabía mejor que yo, que andaba un poco perdido por aquellos lugares, así que me dejé guiar. Ella fue marcando que dirección tomar en cada cruce hasta que llegamos a un lugar solitario y oscuro donde el camino se acababa. Allí me mandó parar.

   - Esto no es tu casa – La verdad es que hay ocasiones en que me sorprendo a mi mismo, que capacidad de deducción.

   No dijo nada, se limitó a sonreír, y después de darme un beso, saltó con agilidad hacia el asiento de atrás, desde donde me hizo un gesto para que yo hiciese lo mismo. No sé porqué me sorprendió, como dije antes, los dos sabíamos a donde íbamos. No era la primera vez, ni la segunda - En realidad era la tercera – así que no me entretuve demasiado; yo también sabía que en el asiento de atrás íbamos a estar más cómodos.

   Casi sin hablar, en realidad no podría hacerlo pues su lengua me lo impedía, me revolví hasta quedarme tumbado debajo de ella. Me rodeaba con sus piernas, y sus labios, más que besar mordían los míos. Demasiada pasión para mi gusto. No tardó ni un segundo en desabrochar todos los botones de mi camisa, decía que le gustaba mi pecho. Dejé que mis manos se perdiesen bajo su falda, acariciando sus muslos y subiendo muy lentamente. Intentaba ir despacio. Quería ir despacio; tanto que pedí disculpas y retrocedí cuando mis manos encontraron lo que buscaban. Me encantan las chicas que toman la iniciativa, e Inés, que otra cosa no tendría pero de iniciativa andaba sobrada, atajó mi timidez con solo una frase:

   - ¿Acaso yo te he dicho que parases?

   Tengo que reconocer que en las distancias cortas, y mientras me miraba de aquella manera, la chica ganaba mucho. Me puse a cien, si es que ya no lo estaba, me incorporé para sentarme y agarrarla con más fuerza de las caderas. Tenía todo lo necesario, justo allí al lado guardaba un par de preservativos desde hacía meses. Sí, me parecía patético ver como los condones de mis amigos caducaban en sus carteras o bolsillos, por eso yo nunca los llevaba encima, si caducaban lo harían en su sitio, el bolsillo de atrás del asiento del copiloto.

   Cuando eres joven no sé quién es el que te convence de que la primera vez tiene que ser especial. Será lo que te cuentan las revistas, será la tele, no sé… (A veces son los papás; yo pienso contarle el mismo cuento a mi niña. No me mires así... tú harías lo mismo ¿O no?) Esperas poder compartir ese momento con el amor de tu vida, con esa princesita con la que dicen que después comerás perdices y todo eso… En ese momento se abrirán los cielos, habrá fuegos artificiales… oh… Que bonito. Todo mentira. Cuantas horas de sexo desperdiciadas, cuantas experiencias sin realizar, cuantos momentos sin vivir, para que después un día llegue tu princesita y te diga: “lo nuestro no funciona” “Ya no confió en ti” o “No siento que me quieras”. Puta tele, putas revistas, putas novelas de amor… Puta vida.

   En fin… perdona, que me pierdo. Te contaba que según van pasando los años, y ves que ese momento con esa persona especial no llega, empiezas a impacientarte y replantearte el tema. Yo había estado muchos años esperando a mi princesita, quizás demasiados, y creí que aquel momento era tan bueno como cualquier otro. ¿Qué más podía pedir? La tenía allí; encima, húmeda, caliente, dispuesta…

   ¡Solo un idiota no se la follaría!

   ¿Buscabas un idiota? No busques más, ahí estaba yo.

   Te juro que fué difícil contenerse. Ella se frotaba contra mí en un ir y venir constante, y era una chica lista, había encontrado el punto exacto donde frotarse. Quería quitarmelo todo y entrar dentro de ella, pero cada vez que estaba a punto de lanzarme algo en mi interior me lo impedía. Mi cuerpo decía que sí, que tenía que hacerlo ya, que era el momento, pero mi mente decía no. No me fiaba de ella, no podía hacerlo. Sin embargo, físicamente estaba a punto de... explotar, nunca mejor dicho. Los dos estábamos totalmente entregados y tuve que pararla unos segundos; la agarré con fuerza y me mordí los labios para frenarme y no... terminar. Ella se dió cuenta, pero supongo que eso la puso más caliente todavía y ya no pudo parar. Fué la primera vez que una chica se corrió conmigo. Me gustó ver como se deshacía entre mis manos, me sentí poderoso.

   -¿Que te pasa? - Preguntó pasados unos segundos, con la voz todavía entrecortada y casi sin aliento.
   - Nada - Dije, aunque no estaba del todo seguro de que no hubiese pasado nada - Tengo que irme.  

   Esto..., seguimos el lunes ¿Te parece? Será mejor…

lunes, 23 de diciembre de 2013

Capítulo 15

   En un lugar, de cuyo nombre no quiero acordarme; ni me voy a molestar en buscarlo, es un dato que no tiene la más mínima importancia - No se molestó Cervantes ¿Voy a hacerlo yo? Pues eso - había una de esas verbenas que se organizan en los pueblos, con orquesta, más o menos buena, a las que tienes que ir, sin dudarlo, porque tu amigo dice que: “va a estar toda la peña”.
   Y tenía que ser precisamente aquel domingo. No me apetecía nada lo de ir de fiesta. Nada de nada. Estaba cansado, aburrido, sin ganas… y encima al día siguiente tenía que trabajar. Pero, según Fran, se suponía que allí iban a estar todos y todas; y teníamos que ir, y teníamos que ir… así que allí nos presentamos.

   No había ni dios.

   El borracho de turno, bailando delante de la orquesta y haciendo las veces de director; los vecinos del pueblo en cuestión, que se apiñaban todos alrededor de la barra que la comisión de fiestas había montado para la ocasión; y algunos chiquillos, supongo que no habría cole al día siguiente, correteaban de un lado para otro. De toda “la peña” que se supone iba a estar no había ni rastro. Solo se veía un grupo de jóvenes, sentados justo delante del pequeño bar del pueblo, lleno a rebosar, a solo trescientos metros del baile, pero ninguno conocido.

   - ¿Qué hacemos nosotros aquí, Fran? – No era una pregunta.
   - Ahora viene Marta y las otras – Respondió mientras buscaba a su alrededor.
   - ¿Marta? – Pregunté disgustado – Y las otras… Ya…

   No había caído yo en que Marta vivía por allí cerca, a menos de un kilómetro, y “las otras”… sospechaba quienes serían: Inés, que era vecina suya, y alguna otra chica del lugar. Efectivamente, al momento aparecieron de la nada, Marta, Inés, y dos o tres chicas más que no conocía, también jovencitas. Las presentaciones de rigor, esta es tal, esa es cual, a Inés ya la conoces; dos besos, y en menos de quince minutos me encontré solo con Inés en la jodida fiesta. Fran me dice que se va con Marta y que ya se buscará la vida para volver a casa; que no me preocupe, que me podía ir cuando quisiera, que sabía que estaba cansado – Hijo puta… – las otras dos, simplemente desaparecieron. Yo a eso le llamo encerrona, no sé como le llamas tú.

   ¿No te he hablado de Inés, verdad? No. No lo he hecho por que con ella me había tropezado como un mes o dos antes de conocer a Sonia. La llamaban “la pistolera”, no me preguntes porqué. Diecisiete años, delgadita, no muy guapa – esa es mi opinión, ya sabes que para gustos se pintan colores - metro setenta, o un poco menos, morena, y con una boca enorme; como Julia Roberts, salvando las distancias.

   Dios... ¿Acabo de comparar a la Inés con Julia Roberts? Estoy muy mal, tendré que hacermelo mirar...
 
   La verdad es que Inés no me gustaba. Nada. Pero nada de nada. Tenía tantas ganas de verla como de estar de fiesta aquella noche. No me gustaba por su manera de ser; lo de guapa o no... tampoco era tan fea; al menos no más que yo. Pero me resultaba un poco... tonta. Sï, tonta es la palabra que mejor la definía.

   Se me había arrimado un día en la discoteca mientras bailaba, y no sé como hice – el ambiente, las luces, el alcohol… - terminé llevándola a casa. Supongo que habrás oído la frase, “ave que vuela, a la cazuela”; cuando tienes veinte años le disparas a todo lo que se pone a tiro. Pues… digamos que no la llevé a casa directamente; hicimos una paradita por el camino, que ella sugirió, y nos dimos el lote. Nada serio, ella se sentó sobre mí en el asiento delantero de mi coche, nos besamos, se dejó quitar la camiseta; tenía buenas tetas, pequeñas pero bonitas, y poco más. No hubo más porque yo no quise, porque lo que es ella... estaba totalmente entregada.

   Creo que ya te he contado alguna vez que yo era muy tímido. Lo era, y mucho. Tanto que me sorprende como podía llegar a encontrarme en aquellas situaciones. Supongo que el exceso de alcohol tendría algo que ver, eso siempre ayuda mucho, y que una vez entrabas en faena, con tanta testosterona pululando por allí, era relativamente fácil dejarse llevar ¿Porqué no remataba la faena? Solo te diré una palabra: miedo.

   Desde aquél día no me la quitaba de encima; es una manera de hablar, tú ya me entiendes… Yo creía que ya había quedado claro que no quería nada con ella, pero se ve que no me explico nada bien. A veces me sentía acosado.

   Uno de mis problemas, heredado de mi madre, es que a veces soy demasiado bueno, unos te dirán cobarde otros me llamarán tonto, yo personalmente prefiero pensar eso, que soy demasiado bueno (Opinión personal que no podremos contrastar) Suelo implicarme demasiado en los problemas de los demás. Me cuesta desentenderme de lo que no me incumbe y siempre quiero ayudar, facilitarle las cosas a la gente, aunque eso provoque en muchas ocasiones que sea yo el que sufra las consecuencias, el que pierde. Por eso siempre termino diciendo que si; Por eso siempre me meto en líos; por eso… no era capaz de mandarla a la mierda.

   La chica no pillaba las indirectas, no se daba por vencida, y yo, después me arrepentía, pero cuando las hormonas se adueñaban de mi cerebro... Culpemos a las hormonas. Así que allí me quedé un buen rato mirando a la orquesta y manteniendo una conversación, si se puede llamar así, sobre temas que me interesaban más bien poco, hasta que… - Vale… Lo reconozco, además de imbécil soy un hipócrita - Me ofrecí a acompañarla a casa.

   Y por hoy lo dejamos aquí, que tengo una amiga que le encantan estos finales.

   Nos vemos el lunes. Si quieres...

lunes, 16 de diciembre de 2013

Capítulo 14

   Cuando era niño y tenía que ir a esas verbenas nocturnas que durante todo el verano animaban la noche gallega con mi padre, lo hacía de mala gana. Él nunca me preguntó si quería ir y yo nunca le dije que no. Ese día él decidía que teníamos que salir de fiesta y lo hacíamos todos juntos, mi padre, mi madre, mis dos hermanas y yo. Nadie rechistaba.

   Aquellas fiestas eran una tortura. Mis hermanas desaparecían nada más llegar al baile y apenas las volvíamos a ver hasta la hora de volver a casa, ellas sí lo disfrutaban, pero yo solía quedarme junto a mis padres. Era raro que coincidiese con algún amigo, y tampoco era yo una persona muy sociable, así que allí me quedaba casi toda la noche, yendo y viniendo, esperando a que llegase la hora de volver a casa. Ellos a su vez no solían moverse del chiringuito de turno. Solo recuerdo una vez que los vi bailar, un pasodoble, hace muchos, muchos años. Allí pasaban la noche charlando con los amigos entre cubata y cubata. Mi madre no bebía, mi padre se encargaba de hacerlo por los dos. De vez en cuando alguno se daba cuenta de mi presencia, y me soltaba una Pepsí, o una Mirinda que era lo que se estilaba en la época, que yo, con mi pajita, estiraba todo lo posible para mantenerme ocupado. Y así hasta que llegaba la hora de volver a casa, lo que volvía a ser toda una aventura. Mamá no tenía carnet de conducir, y puedes imaginarte como volvía mi padre.

   Supongo que por esos detalles nunca acabé de pillarle el punto a aquellas verbenas que había por las aldeas, incluso llegué a cogerles un poco de manía, y cuando fui lo suficiente mayor para ir por mi cuenta, no volví a hacerlo.

   Recuerdo una vez, acababa de comprarme el coche. Estábamos paseando por ahí. Es lo que hacíamos, ir de un lado a otro para pasar el rato, gastar gasolina, y de vez en cuando pasear a alguna chica que quería ser paseada; Tener coche propio era todo un puntazo.
   Aquel día íbamos solos, Fran y yo seguíamos a un par de amigos que conducían sin rumbo fijo. Habíamos estado tomando unas cervezas en el bar de costumbre, y se supone que nos dirigíamos a algún lugar a tomarnos la última, cuando de repente aparecimos en una de esas fiestas. Había cuatro gatos.

   Nada más llegar ellos se acercaron al bochinche, nosotros nos quedamos apartados, observando a los nativos, los cuales nos observaban a su vez, no sé porqué, con cara de malas pulgas. La mayoría eran gente mayor, ya era tarde y casi no quedaba nadie. Supongo que se preguntarían lo mismo que yo, que coño hacíamos ahí. Quitando tres o cuatro chicas jovencitas que bailaban frente a la orquesta, todos los demás se agrupaban alrededor del chiringuito. Era una fiesta enana, en un lugar apartado en medio de la nada. Recuerdo lo que dijo Fran nada más llegar y ver el panorama.

 - Joder... debimos dejar el coche en marcha.

   Ni nos acercamos. Preferimos observar desde lejos, e hicimos bien. No tardaron ni dos minutos en montar lío. No sé quién empezó, aunque yo no pondría la mano en el fuego por ninguno de nuestros amigos, cuando nos dimos cuenta se habían enzarzado en una discusión con otros dos jóvenes del lugar. Fran se acercó para convencerlos de que teníamos que irnos, y lo consiguió, pero cuando volvíamos a casa, a solo dos kilómetros del lugar, de repente, vemos que paran el coche en medio de la carretera, y el que conducía sale dando gritos.

   - ¡Nos han largado como a dos perros! ¡Mecago en Dios! - Mientras gritaba abria y cerraba la puerta delantera a patadas - ¡Me cago en Dios! ¡Como a dos perros! ¡Aaaaaa...!
   -  ¡Sube ostias! - Gritó el otro que había sacado el cuerpo por la ventanilla, estaba sentado sobre el cristal, mientras pegaba manotazos contra el techo - ¡Sube Ya! ¡Tira! 

   Arancaron de nuevo, y al llegar al primer cruce giraron en redondo volviendo por donde habíamos venido. Fran y yo nos miramos, no hizo falta decir nada, teníamos que ir tras ellos. No quedaba otra, era como una norma no escrita.

   Al llegar volvimos a quedarnos en el lugar de antes, desde allí veíamos a la gente que había reunida junto al chiringuito, las chicas y la orquesta ya no estaban. Ellos se tomaban una cerveza en un lateral, mientras discutían con varios de aquellos señores que no los querían allí. En la otra punta de la barra los otros dos con los que habían discutido. De vez en cuando se cruzaban las miradas. Uno de nuestros colegas les hizo el gesto de que iba a cortarles el cuello. Fran y yo nos miramos y nos reímos mientras negábamos con la cabeza. No sé porqué la escena nos hacía gracia, no tenía ninguna, se mascaba la tensión. De repente uno de aquellos nativos se acercó a nosotros y se puso a mi lado.

   - Es mejor que os vayáis - Dijo aquel señor, que parecía tener claro que los cuatro formábamos parte del mismo grupo, aunque siempre habíamos mantenido las distancias, pero él insistía una y otra vez - Pensé que ya os habíais ido, pero al volver así estáis provocando. Después pasan cosas que no queremos que pasen. Es mejor para todos que os marchéis. Icísteis bien en iros, la primera vez, pero al volver estáis provocando. Es mejor que os vayáis. Aquí no se os ha perdido nada.

   Yo no le dije nada, me limité a sonreír, pero la conversación empezaba a molestarme. El estúpido orgullo de un joven de veinte años casi me hace perder las formas y decirle que me iría cuando me saliese de los cojones, pero me contuve. Supongo que lo mismo pensaban nuestros colegas, querían dejar claro que se iban a tomar su cerveza tranquilamente e irse cuando les saliera del nabo y no cuando nadie se lo ordenara. Y así fue, a los pocos minutos se acercaron a donde nosotros estábamos y los convencimos de que aquello no molaba y era mejor irse a tomar algo a otro lugar. Volvimos al bar del que habíamos salido, y en cuanto nos aseguramos de que ya era lo suficientemente tarde para que no pudiesen volver, les dejamos seguir bebiendo tranquilos y nos fuimos a casa.

   No sé a donde quería ir a parar al contarte todo esto, se me ha olvidado, así que saca tus propias conclusiones. Supongo que solo quería hacer una pequeña introducción al capítulo de la semana que viene, cuando, sin ganas, como me pasaba cuando era niño, terminé en una de aquellas romerías.

   Un domingo. ¿Pero quién se va de fiesta un domingo?

lunes, 9 de diciembre de 2013

Capítulo 12+1

   Hola. Hoy me he propuesto terminar el “capítulo Natalia”. Me he extendido demasiado con un tema, que me resulta tan amargo en su final como dulce era al principio, y quiero zanjarlo de una vez. Por eso, he decidido borrar todo lo que tenía escrito - muchas palabras, poco contenido - y hacerte un resumen. ¿Te parece bien? Claro que te parece bien...

   Te contaba que Natalia parecía un poco enfadada conmigo aquella tarde aunque no tardó en perdonarme. No me costó mucho ganarme su perdón, bastó con aguantar un codazo debajo de las costillas, que seguro me tenía merecido, y un par de sonrisas en el momento adecuado. Incluso nos reímos de lo que había pasado aquella noche. Sobre todo del tema del sofá, eso sí, sin profundizar en los porqués, ni en los detalles. De todas formas ella siempre dijo que no había pasado nada, que todo se quedó en unos magreos, y yo la creo. Una hora más tarde, cuando intenté sacar el tema de los porqués, ella decidió marcharse. Se puso en pié, y mirándome desde arriba, lo que me hizo sentir más pequeño todavía, me acarició la cabeza como si de un perrito se tratase, mientras decía:

   – “No te comas el tarro. Lo de anoche no fue nada. Olvídalo”

   Y yo… lo olvidé. Lo olvidé en el sentido de que, en aquel momento, no creí buena idea insistir en un tema al que la niña restaba importancia y del que parecía no querer hablar. Era mi oportunidad para pasar página y la aproveché; y después, nunca más volvimos a retomar el asunto, no surgió el momento ni la oportunidad. De hecho creo que fue una de las últimas veces que pudimos hablar tanto rato. A partir de aquel día nos alejamos un poco. No por lo sucedido, sino por las circunstancias de la vida; cambiamos de amistades y dejamos de frecuentar los mismos lugares. Aun así, cuando nos cruzábamos siempre tenía unas palabras y una preciosa sonrisa para regalarme; Ella, siempre atenta y cariñosa, además de bonita era encantadora, y según fue creciendo, se fue volviendo más bonita, sin dejar de ser encantadora. Pocos años después, yo me marchaba a Barcelona y ya no volvimos a vernos.

   Cuando me marché quise desconectar de todo esto, por motivos que ya te contaré más adelante, y no mantuve contacto con ninguno de mis amigos. Si hace cinco años me dices que iba a volver a vivir aquí, te mandaba a tomar viento, pero la vida da muchas vueltas.

   Hace como dos meses volví a verla. Últimamente me estoy reencontrando con muchos viejos amigos, pero esta vez hubiese preferido no haberlo hecho. Como todos los domingos bajé a comprar el pan y mientras caminaba por una de las calles más concurridas del pueblo, a eso de las doce, creí reconocerla a lo lejos, caminando en dirección contraria a la mía. Según se iba acercando pude apreciar mejor su rostro, pero aun así tardé en convencerme de que aquella mujer era Natalia. No quería admitirlo. Dios… Su cara… Esa no era su cara, era solo un pedazo de piel sobre un montón de huesos. No había que ser un genio para adivinar que su cuerpo estaba consumido por las drogas. Al pasar a mi lado, su mirada – una mezcla de enfado y tristeza - se cruzó con la mía durante dos segundos. Aproveché para saludarla con un gesto, aun sin estar seguro de que se tratase de ella, mientras intentaba disimular en mi rostro lo que estaba pasando por mi mente. Creí apreciar en el suyo un gesto de contrariedad. Me reconoció, pero no se alegró de verme. No había sonrisa para mí, solo un triste “hola” antes de volver a bajar la cabeza y continuar su camino sin detenerse. Supongo que es algo normal después de más de diez años sin vernos. No pude evitar pararme y mirar atrás, como queriendo convencerme de que había visto lo que había visto, o tal vez esperando que ella hiciese lo mismo, pero ella no se volvió.

   Mi primera reacción fue de rabia, maldije a su hermano una y mil veces. Al final tuvo que arrastrarla a ella también. ¿Por qué? Ella no era como él… Ella era más lista ¿Por qué? Maldito hijo de puta. Tonta, tonta, tonta… Después me entraron ganas de llorar, pero no lo hice, ya sabes… los hombres no lloran. Y a continuación empecé a pensar tonterías: ¿Y si yo hubiese insistido aquel día?, ¿Y si hubiera intentado que sucediese algo más? Bueno…, eso… Tonterías ¿Quién dice que estando conmigo no hubiese terminado así?  No soy capaz de explicarte con palabras lo que duele encontrarse con alguien a quién has querido, aunque solo fuese como amigo, y verlo de esa manera.

   Me enteré de que tiene un hijo. Me contaron que vive con un chico, que supongo que será el padre del niño, a solo dos calles de donde yo vivo. O vivía… La verdad es que desde aquel fin de semana no he vuelto a verla. No sé… Que más da ¿No? Yo no puedo meterme ahora en su vida. Ni puedo, ni debo. Incluso puede ser que haya olvidado que somos amigos. De lo que sí estoy seguro, es de que nunca voy a apartar la cara cuando me cruce con ella; quizás algún día decida pararse.

   En fin… que hoy ya no te cuento más. Se me han ido las ganas de seguir escribiendo.
   ¿Cómo…?
   ¿Yo?
   No…
   Ya te dije antes que los hombres no lloran.
   Es que hace tiempo que no llueve, y con este tiempo seco se me humedecen los ojos. También puede ser la primavera, el polen y eso… ya sabes…

   Un beso amigo. ¿Nos vemos el lunes?

lunes, 2 de diciembre de 2013

Capítulo 12

   Un día alguien me propuso que le contase algo de mí y empecé a escribir. Decidí empezar mi historia el día en que me enamoré por primera vez, aunque en realidad ese dato es falso. Antes de Sonia pasaron otras por mi vida, amores fáciles de olvidar aunque no por ello menos importantes. Decidí empezar ahí mi relato porque ella fue un punto de inflexión en mi vida.
   No me duelen prendas al hablar de amor, Sonia, Lola, Alba... todas tuvieron su momento en mi vida, y de todas ellas estuve enamorado en algún momento. No me gusta clasificar las historias que vive el corazón: a esta la quise de verdad... a aquella un poco menos... No, eso creo que no está bien ¿Como puedes poner nota a un sentimiento? Las veces que me he enamorado no he tenido tiempo para evaluarme. Me he enamorado sin ninguna razón, sin control, porque el amor es así, una explosión incontrolada donde la razón no tiene cabida.
   Pero vamos a lo nuestro, que me estoy liando y después no te cuento lo que venía a contarte. Pues eso, como te iba contando…

   Aquel día me marché calle arriba, por donde creía haber visto subir a Natalia. Mientras caminaba, en mi mente daban vueltas las cosas que me habían contado. Me angustiaba pensar en todo lo que podría haber hecho la noche anterior y mi mente no recordaba ¿Cuántos vecinos me habrían visto en esas condiciones? Con lo pequeño que es el barrio... Miraba a la gente como si todos ellos estuviesen al tanto de mis devaneos nocturnos; creía reconocer en cada mirada algún gesto de desaprobación, algún reproche, por eso caminaba mirando al suelo. De todas formas, subía sin rumbo fijo, no tenía la certeza de poder alcanzarla. Cuando estaba a la altura del ayuntamiento un silbido llamó mi atención y me giré, allí estaba Nati, sentada en las escaleras que daban a un pequeño parque infantil. No estaba sola, a su lado, Ana, una chica de su edad, quince o dieciséis años, morena, bajita, y con algún que otro kilo de más, me hacía señas para que me acercase. Supuse que había sido ella la que había silbado. Sorprendido, durante unos segundos me quedé inmóvil, mirándolas. No había tenido tiempo para pensar. Es cierto que la iba buscando, pero no tenía muy claro que es lo que quería decirle cuando la encontrase (Esto suele pasarme a menudo) Los gestos de su amiga me sirvieron de excusa y me acerqué, y aunque a Ana apenas la conocía, al llegar junto a ellas me senté a su lado, escondiéndome así de la mirada de Natalia.
   ¿Qué soy un cobarde? Por supuesto, incluso creo que era más valiente a los veinte que ahora con  cuarenta, pero eso es otra historia que ya contaré más adelante. Lo que yo no sabía era que mi protección iba a durar lo que tardé en sentarme.

   - Hola – Dije - ¿Qué tal?
   - Hola – Respondió Ana, que mientras saludaba se ponía en pié y recogía sus cosas. - Bueno…, yo me voy ya, a ver si encuentro a mi hermana. Nos vemos luego.

   Natalia, sin pronunciar palabra, dijo adiós con la mano, y yo, desprotegido, hice lo mismo. Ana nos dejó solos y allí nos quedamos, en silencio. Ella jugaba con una pequeña pulsera de bolitas de colores, donde fijé la mirada mientras intentaba construir una frase con la que romper el hielo, pero mi mente estaba en blanco.

   - Que dolor de cabeza, dios… - Me lamenté mientras me cubría la cara con las dos manos, al volver la mirada hacia ella me topé con su sonrisa, cosa que me tranquilizó - No te rías… No tiene gracia. Creo que la cabeza va a estallarme de un momento a otro; yo de ti mantendría una distancia prudencial, por si acaso.
   - ¿Ayer pillaste una buena eh…?- Dijo con desgana.
   - Sí… – Respondí sin quitarme las manos de la cara. Por el tono de su respuesta decidí dejar las bromas para otro momento – Creo que me pasé un poco. Estoy hecho polvo, y lo peor… es que no recuerdo nada.
   - ¿Nada? - Preguntó con gesto serio, dejando de sonreír.
   - Esto… me han contado… ¿Que te tiré a la fuente? – Puse toda la cara de bueno que pude mientras lo decía – Lo siento.
   - Ya… - Definitivamente pude comprobar que Natalia había dejado de sonreír.
   - ¿Te hice daño? – Pregunté preocupado.
   - Hay cosas que duelen más – Dijo mientras volvía centrar su atención en la pulsera.
   - ¿Por qué dices eso?
   - Por nada…
   - No…. Dime…– Insistí, mientras me acerqué más a ella hasta estar justo a su lado - ¿Qué pasa?

   Durante unos segundos que parecieron interminables, se quedó callada, mirando al frente, como si yo no estuviese allí. Después me miró fijamente a los ojos y dijo con cara de pocos amigos:

 - Yo no soy una puta ¿Sabes?


   Cuando empecé a escribir en este blog, me propuse no escribir mas de una página por capítulo, para no ser demasiado pesado, así que... continuo el lunes si te parece bien.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Capítulo 11

   Supongo que nunca te he hablado de Alba. Pillábamos juntos el autobús hasta Santiago cuando yo estudiaba. Nos conocíamos de haber pasado un verano compartiendo profesora de clases particulares. Éramos como diez o doce niños de distintas edades, nosotros dos los mayores, aunque ella era mucho más joven que yo. Supongo que por eso se sentaba a mi lado en el autobús y me acompañaba, si no recuerdo mal, casi todos los martes y jueves.

   Siempre tenía algo que contar, y una imaginación desbordante; de cada tres cosas que me contaba yo estaba seguro de que dos eran mentira. Pero nunca se lo dije ¿Para qué? Me gustaba que me hiciese compañía, y sus historias, que no hacían daño a nadie, me entretenían todo el viaje. Por ejemplo, un día que me contó que había estado hablando con Julio Salinas por teléfono, sobre no sé que incidente con un calzoncillo, no supe muy bien que cara poner. Ella era así, imprevisible.

   Al llegar a Santiago ella se bajaba en la primera parada, yo debía continuar como unos cinco kilómetros más, pero como me gustaba, bajaba con ella y la acompañaba hasta su academia para después caminar solo hasta el que debía ser el final de mi trayecto. Eran como unos cuarenta minutos a pié que aprovechaba para decirme a mí mismo lo estúpido que era por no decirle de una vez lo loquito que me tenía, mientras intentaba convencerme de que la próxima vez... la proxima vez... La próxima vez, fijo... Más o menos lo que hago ahora con la dieta.

   En realidad solo quería preguntarle si podía besarla, que era lo que sentía cuando estaba a su lado. Solo quería un beso, solo un beso a ver que pasaba. Muchas veces he pensado que ella sospechaba algo sobre mis sentimientos, pero prefiero pensar que no.  Recuerdo aquel día en que iba totalmente decidido a tomar el toro por los cuernos y confesarme.

   Al llegar a su parada bajé con ella, como había hecho en otras ocasiones. Durante todo el camino hasta Santiago había estado ensayando lo que debía de decir, pero aquel día que yo había decidido abrirle mi corazón, ella, digamos que también me abrió el suyo. Aprovechó el trayecto de diez minutos hasta su academia, los diez minutos que tenía para decirle algo sin que las señoras del asiento de atrás pusieran la oreja, para contarme como el fin de semana pasado había alternado con uno de sus profesores. Se la veía muy ilusionada con el asunto, y esa ilusión suya destrozó totalmente la mía. Me sentí pequeñito, muy pequeñito. No le dije nada, creí que aquel no era un buen momento. Fue la última vez que me bajé en su parada.

   No dejó de sentarse a mi lado en el autobús, y nada cambió entre nosotros. Continué disfrutando sus divertidas historias durante todo el curso, yo y las señoras del asiento de atrás. No sé que pasó con aquel profesor suyo, pero supongo que la cosa no funcionó porque poco después me habló de otros novios. Tuvo un montón de novios aquel curso, creo que salía a uno cada dos semanas.

   Cuando se terminó aquel curso dejamos de vernos. Coincidimos algún que otro sábado más adelante, incluso una vez me sacó a bailar, pero yo nunca fui capaz de decirle las ganas que tenía de probar sus labios. Un día le perdí la pista, desapareció de mi vida, y no he vuelto a saber de ella. 

   Ahora entiendo porqué nunca te había hablado de ella, la olvidé.

   Esto va para los que dicen que un amor no se olvida. No faltará quién diga que si la olvidé es porque no era mi verdadero amor. Amor verdadero... ya... Integristas del corazón cuanta gracia me hacéis.

   En fin... que hoy me he liado un poco, y como no me gustan las entradas demasiado largas casi que te cuento lo que pasó con Nati otro día, el lunes que viene para ser exactos.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Capítulo 10

   El aire fresco que corría entre las hojas de los arboles del parque era una bendición, llenaba mis pulmones y parecía calmar de alguna manera la sequedad de mi garganta. Por un momento pensé en tirarme allí mismo, sobre el cesped, pero en cuanto me paré me dí cuenta de que no era una buena idea. Era mejor seguir caminando Nada más llegar encontré a mis amigos en el lugar de siempre. Me dí cuenta de que empezaron a reírse y a murmurar entre ellos nada más verme, creía saber el porqué.

   - ¡Eh, por ahí viene Jose! – Gritaba Fran entre risas - Y hoy parece que puede caminar solo. Sí… Hoy se tiene en pié ¿Cómo vas chaval? 
   - Bien – Dije avergonzado mientras aguantaba sus manotazos, que bruto era por dios.
   - Ya veo ya… Bueno Marta, aquí lo tienes, zúrrale tú ahora.
   - ¿Por? – Pregunté – ¿Por qué tiene que zurrarme? ¿Te hice algo? 
   - No nada, no te preocupes – Respondió la chica.
   - ¿Nada? ¡Si le diste una patada en la pista, que la pobre casi no puede ni andar!
   ¿En serio? – Ella me lo confirmó moviendo la cabeza – Vaya… lo siento, de verdad… Ni recuerdo haber estado en la pista.
   - ¡Joder si estuviste! Y no veas que meneos… - Dijo Fran, que no paraba de reírse.

   Miré alrededor, allí estaban, además de Fran y Marta, otros amigos que no os voy a presentar porque sino nos liamos y podemos estar aquí hasta el próximo lunes, ya tendrán su momento. No estaba ni Nati ni Lola, que era las dos personas que estaba buscando. Cuando terminé de comprobar este punto, me dirigí de nuevo a Marta para pedirle disculpas, no entendía como no podía recordar nada de eso.

   - No te preocupes, no fue nada, en serio. ¿Tú estás bien? 
   - Bien. Me duele un poco la cabeza, pero estoy bien… si dejamos a un lado que no recuerdo nada. ¿De verdad te di una patada? 
   - Sí – Volvió a asentir Marta
   - Al menos a ti no te tiró a la fuente – Apuntó Fran entre risas.
   - ¿Cómo? ¿A quién tiré a la fuente? - Todos me miraban sin decir nada, como si hubiera preguntado una obviedad. El tema ya empezaba a mosquearme, no pensaba que tuviera unos vacíos tan grandes - Que no me acuerdo, en serio… ¿A quién tiré a la fuente? ¿Qué fuente? ¿Quieres contármelo de una vez?

   Fran empezó a contar como me habían ido a buscar a la disco para llevarme a casa, que yo me negaba a ir, y como, en un momento en que Natalia me agarraba del brazo intentando convencerme, yo me la había sacudido de encima; al parecer al grito de “tu quita de ahí puta” la había tirado a una de las fuentes del pueblo. Fran escenificaba la escena agarrando del brazo a Marta, mientras narraba para todos la historia como si yo no estuviese allí. Y no terminó ahí la humillación, al parecer la noche no había sido tan corta como yo creía. Continuó contando todas mis andanzas bajo los efluvios del alcohol, hasta conseguir que me arrepintiese de preguntar.

   - “Y el tío, claro… quería mear, y no podíamos soltarle…, sino se nos clavaba en el suelo” - Fran estaba animado, la gente no paraba de reírse, y yo… ya no sabía donde meterme. ¿Por qué no me estaría calladito? En aquel momento juré no volver a beber nunca y empecé a pensar que hubiera sido mucho mejor haberme quedado en casa echando la siesta.

   Entonces creí reconocer a Natalia; una pelirroja salía de un local cercano y se marchaba en dirección contraria a nosotros. Decidí seguirla, tenía que hablar con ella, aclarar cosas... Eso, y que cualquier escusa hubiese sido buena con tal de largarme de allí. Me despedí con un “vuelvo ahora” y salí pitando sin esperar contestación.

   El lunés más, algo que dijo un tal Tomás.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Capítulo 9

   Levantarse el domingo no fue lo que se dice una tarea fácil, la boca pastosa, la cabeza a punto de estallar, aquello era terrible. No me hubiese levantado de no ser por el ultimátum que mi madre gritó desde la cocina - “¡Como tenga que levantarte yo te vas a enterar!”- Cuando mamá gritaba es porque ya era el último aviso, seguramente me había perdido todos los anteriores.
   Corrí al baño, tenía ganas de vomitar, e intenté hacerlo pero no pude, no había nada que vomitar solo era mi estómago que quería darse la vuelta, tampoco yo querría estar dentro de mí en aquel momento. Mientras me miraba al espejo intenté hacer memoria.

   Recordaba el momento en que llegué a casa, aparecí sentado en la solera del portal que hay justo enfrente. Me incorporé como pude, despacito. No hubiese sido difícil abrir la puerta si alguien la hubiera sujetado, no paraba de moverse. Cuando pude abrir subí a mi habitación intentando no hacer ruido, y despacito también, lo conseguí, o eso creo. Y recordaba aquella sensación al llegar a mi cama y poder cerrar los ojos, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Mis padres no me habían pillado, al menos eso creía, y eso también era importante, uno tenía una imagen de chico serio que mantener.

   Me acordé de Natalia, recordaba la escena del sofá tal y como te la conté el lunes pasado, y... yo estaba allí, con ella... Y ya no recordaba nada más. Recordaba como corrí hacia el baño para vomitar y como al salir uno de los dueños de la discoteca me sujetaba por el brazo, pero... nada más; ni donde había dejado a Nati, ni que había sido de mí desde ese instante hasta el momento en que desperté frente a mi casa.

   No podía dedicar más tiempo a pensar, me esperaban abajo. Me lavé la cara lo más rápidamente que pude pero cuando llegué a la cocina ya estaban todos a la mesa. Como me dolía la cabeza…

   Mamá tenía cara de enfadada, y mi hermana, que era un año mayor que yo, movía la cabeza de un lado al otro mientras me miraba. Me senté frente a mi padre que me miraba fijamente. Creí saber lo que estaba pensando; sí papa, ya ves, me he convertido en lo mismo que tú, un puto borracho. Durante la comida nadie dijo una palabra, pasó en silencio, solo interrumpido por el sonido de la tele que siempre teníamos encendida. Mejor así, yo ya tenía suficiente con mantener el tipo e intentar comer algo. No tenía ganas, pero era lo que tocaba en ese momento, comer, así que hice lo que pude. Pero como me dolía la cabeza…

   Como todos los domingos, al terminar bajé al parque para pasar el día y ver si me cruzaba con algún amigo, de todas formas en casa no tenía nada que hacer y no había un ambiente muy agradable. El aire de la calle me sentó bien, pero seguía sin recordar nada de aquella noche. Prácticamente violado por una niña, lo que hay que ver, los cuervos se tiran a las escopetas.

   La idea de liarme con Natalia, no es que me sedujese especialmente, no era mi tipo. Era buena chica, pero… no sé… no me decía nada. Era una cria. No tenía problemas morales, no te voy a engañar, con veinte años no ves a una cria de dieciséis como una niña, no te paras a pensar en eso. Aunque la noche anterior, así, vestida para cazar, nunca mejor dicho, la niña no parecía tan niña. Creo, yo no veía muy bien la noche anterior, y también sé que eso no es excusa. Ni siquiera recordaba lo que habíamos hecho, solo recordaba sus labios, sus muslos entre mis manos, y… Y al dueño de la disco para estropear el cuento.

- ¿Qué he hecho? - Intenté tragar saliva, pero en ese momento no encontré ni saliva para tragar.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Capítulo 8.

   Allí estaba yo, intentando aparentar que me lo estaba pasando bien, como otra tarde cualquiera, pero a los amigos de verdad no se les engaña tan fácilmente. Fran, que ya me conocía bastante mejor de lo que yo me conozco a mi mismo, enseguida se dio cuenta de que me pasaba algo, y en cuanto la peña se fue a casa y nos quedamos solos, puso su brazo alrededor de mi cuello y dijo las palabras mágicas: “Tú y yo nos vamos de cañas”.

   No tuve más remedio que confesarme con él mientras nos comíamos unos bocatas en una de las tabernas del lugar, que al fin y al cabo es lo que yo quería, contarle a alguien mis penas; lo de llorar siempre se me ha dado de vicio. Le conté como me había enamorado de una mirada, lo que me había pasado con Lola, y lo mal que me había sentado que por la tarde la chica pasase de mí; era como si a un niño le enseñas en que cajón guardas los caramelos para después decirle que no son para el.

   Antes de que nuestros colegas fueran volviendo de sus respectivas casas para empezar la noche, ya había caído alguna que otra copa y los efectos del alcohol empezaban a notarse en nuestra forma de hablar y los temas que tratábamos. Habíamos pasado de decir: “a las mujeres no hay quien las entienda”, “hay más peces en el mar” y “no vale la pena amargarse por nadie”, a resumirlo todo eso en una frase: “Las tías son todas unas zorras”.

   El problema de ir un poco animado es que a veces haces tonterías. En mi caso la tontería fue empezar una discusión con Sergio que terminó como era de esperar.

   -¿A que no tienes güevos de tomarte un tubo de vodka así a pelo?
   - ¿Que no? De penalti, tú tráelo.

   Y allá viene el muy cabrón con un vaso lleno de vodka, sin hielo, que me bajé de un trago, como un perfecto estúpido. Que valientes somos cuando somos jóvenes ¿Donde están en ese momento tus amigos para darte unas hostias? Es lo último que recuerdo haberme tomado esa noche, seguramente me trajeron alguno más, pero no lo recuerdo. A partir de ese momento todo es muy confuso, imágenes sin conexión con grandes vacíos en medio.

   No sé muy bien como llegué a la discoteca, lo más sorprendente es que consiguieran pasarme dentro. Recuerdo que los jefes siempre estaban en la puerta y eran muy poco tolerantes con todo aquél que iba un poco pasado. Solo recuerdo estar en el pasillo que conducía a la pista de baile, que alguien me cogía de la mano, una chica con una falda muy corta que quería que la acompañase a algún sitio. Me dejé llevar por aquella niña de piernas bonitas, que era lo único que acertaba a ver entre tanto juego de luces, y que me conducía hacia los sofás que había al fondo en un rincón del local. Era una esquina tranquila dentro de la discoteca, un lugar oscuro que las parejas aprovechaban para darse el lote, lugar ideal para mí que solo quería tirarme y dormir un rato. Me tumbé donde me indicaron, apoyando mi cabeza en aquellas bonitas piernas, y me relajé un rato. No sé cuanto tiempo estuve allí, cuando pude abrir los ojos de nuevo descubrí de quién eran aquellas piernas, Natalia.

   Aquello era maravilloso, que paz… Era el lugar ideal para estar en mi estado, quizás estaría mejor si alguien apagase aquella música que retumbaba en mis oídos, pero tampoco me molestaba excesivamente. Al verme despierto me miró, y dijo algo que no alcancé a escuchar mientras acariciaba mi cabeza. Sonreí de todas formas, estaba agradecido de que alguien se ocupase de mí. Ella hablaba con otra chica pero no acertaba a ver quién era. Intenté mirar, pero al hacer el esfuerzo de mover la cabeza un fuerte dolor me indicó que era mejor que me estuviese quieto. De todas formas me daba exactamente igual de quién se tratase. Volví a cerrar los ojos y me relajé.

   Recuerdo despertarme más tarde y encontrarme solo. Natalia no estaba. En los sofás de enfrente otra pareja se quería completamente ajenos a mi presencia. Todavía escuchaba la música así que supuse que no había prisa por irse, por eso no intenté levantarme, no se me ocurría ningún lugar donde pudiese estar mejor. Volví a dormirme.

   De repente me despertaron, Natalia había vuelto. Me miraba a los ojos muy de cerca, y me preguntaba si me encontraba bien. Estaba... encima mia, me rodeaba con sus piernas. Me hizo gracia encontrarme así, le sonreí. No tuve tiempo a responder a su pregunta, no me dejó, empezó a besarme como una posesa. Estaba totalmente perdido, no entendía nada, pero me dejé llevar. Sentía el calor de su cuerpo sobre el mío y mientras nuestros labios se fundían, mis manos subieron por sus muslos buscando algo (Fueron mis manos, lo juro… yo no tuve nada que ver) y entonces...

  ¿Te lo cuento el lunes? Es que se me hace tarde.

lunes, 28 de octubre de 2013

Capítulo 7

   Buenos días, lunes, no digo más...

   Al grano, estábamos en un fin de semana cualquiera de hace unos cuantos años, en un lugar de cuyo nombre no podría olvidarme. Aquella semana seguro que pasó muy lentamente, te mentiría si te digo que la recuerdo, tampoco creo que tenga la menor importancia, solo era trabajo, simplemente quería destacar eso, que pasó muy lentamente. Llegó el sábado, y como todos los sábados que no trabajaba me levanté tarde, a la tercera o cuarta vez que escuché a mi madre decir desde la puerta que ya eran horas, que si pensaba dormir todo el día, y todas esas cosas que dicen las madres cuando da la una de la tarde y todavía estás en cama.

   Después de comer me pareció buena idea acercarme al centro y por eso bajé hacia el parque, punto de encuentro, donde siempre aparecía todo el mundo. Tenía la esperanza de tropezarme con Lola. Con Lola, sí... son esas cosas que tenemos los chicos, o que tengo yo, no tengo porqué incluir a toda la especie en mis desvaríos, por un lado creo haberme enamorado, pero... Pero... Si supiese explicarme ya sería ya la leche.

   Pensaba que si Lola y yo coincidíamos sucedería algo, no sabía el qué, pero… algo. Y yo necesitaba que sucediera algo, cualquier cosa de las muchas con las que había fantaseado durante la semana. Yo creo que las cosas suceden solas, solo tienen que darse las condiciones apropiadas, y una de las condiciones es darle la oportunidad de que sucedan. ¿Nunca has escuchado eso de "lo que tenga que pasar, pasará"? Pues eso.
   Durante toda la semana me había convencido a mí mismo de que lo de Sonia tenía poco futuro, no podía ser y además era imposible ¿Pero que pasaba con Lola? Lo había dicho muy clarito ¿No?: “una como yo”. Está claro ¿O no? ¿Qué habría querido decir? ¿Era simplemente un consejo de una amiga a un amigo, o era algo más? ¿Habría entendido yo bien? ¿Seguro que no estaba borracho?

   Mientras daba vueltas a todo esto en mi cabeza llegué al parque. Allí estaban casi todos los que esperaba encontrar: Fran, Sergio, y Roberto, el panadero. Que no es que fuese panadero, era el hijo de los panaderos del barrio y le llamábamos así. Dudo mucho de que Roberto supiese hacer pan, es más, dudo mucho de que supiese hacer algo con la harina que no fuese esnifarla, ya me entiendes… Claro que nosotros entonces todavía no lo sabíamos,  y de todas formas, aunque lo supiésemos poco podríamos hacer por él.

   Nada más verme llegar, Fran propuso jugar una partida al futbolín, que era lo habitual, para aprovechar que éramos cuatro. Le dije que no, había reconocido a Lola en el grupo de las chicas y me interesaba quedarme por allí, a ver si sonaba la flauta. Lola estaba con Marta, Natalia, y Rosa y su niña.
   Natalia era una pelirroja de 15 o 16 años, hermana de Roberto, es decir, “la panadera”. La conocíamos con ese apodo, pero no era la panadera de las grandes tetas, esa era otra. Natalia era lo más parecido a un chico que te puedas imaginar, sin dejar de ser chica por supuesto. Siempre estaba metida en medio y se apuntaba a todo. Gran jugadora de futbolín. Me caía simpática, era buena chica.

   Las tres se arremolinaban alrededor de la niña de Rosa, que jugaba al lado de su madre con una muñeca, y a Lola debía gustarle mucho la muñeca pues le prestaba toda su atención. Marta y Natalia se acercaban de vez en cuando a nosotros, sobre todo Marta que mostraba un sospechoso interés hacia todo lo que decía Fran, pero Lola no se acercó en ningún momento. Durante las casi dos horas que estuvimos en el parque hablando de temas importantes, fútbol y cosas así, no se separó para nada de la pequeña. Se quedó allí, jugando, pendiente de la dichosa muñequita hasta que Rosa decidió que eran horas de llevar a la niña a casa con su abuela. Nada más escuchar eso Lola se ofreció a acompañarla. Y se fue. Ni siquiera se despidió. Soltó un “adiós”, así en general, para todos, pero sus ojos en ningún momento se cruzaron con los míos; y eso que yo puse todo de mi parte para que eso sucediera ¿Quizás no tenía que pasar?

Al final Marta se fue también con ellas y solo se quedó con nosotros Nati, que vino a sentarse a mi lado a la balaustrada donde estaba subido. Sí..., con los pies encima del banco. Ya sé que eso no se hace, es que suele estar más limpia la barandilla que el banco. ¿Para que ponen un banco donde ya hay otra repisa donde sentarse? Pues eso para que apoyes los pies. Y no me líes, que si no, se termina el capítulo y al final casi no te he contado nada.

- ¿Un futbolín? – dijo sonriendo mientras se sentaba.

Yo en aquel momento no me encontraba muy bien, supongo que me lo notó en la cara. Uno se hace tantas ilusiones sobre algo, y cuando no sucede nada de lo que esperabas, de los planes que tu mente había trazado para aquella tarde, te quedas totalmente hundido, a veces por el detalle más absurdo e insignificante. Todavía hoy me pasa a menudo, de repente estás triste, y aunque sabes que es por una tontería, y que el mundo no se termina, y que mañana vuelve a amanecer y todas esas cosas que se cuentan por los blogs, estás triste, y no puedes evitarlo.

- ¡Hey! - Insistió, esta vez sin sonreir. – ¿Estás bien?
- - Respondí de inmediato - Venga... ¿Un futbolín?



Pd: Es que me lías... me lías... Ya si eso continúo el lunes.

lunes, 21 de octubre de 2013

Capítulo 6

   No sé porqué he ido tan atrás, en realidad Maribel y yo no llegamos a tener historia, siempre me trató como si yo fuera demasiado joven, no sé porqué pues solo nos separaba un año y tres o cuatro meses. Sin embargo, ella fue la primera chica a la que besé, y aunque nunca se lo dije ni dí muestras de ello, durante varios años fue mi novia secreta; Tan secreta que ni ella se enteró.

   Pero volvamos a mis veinte años. Acababa de dejar los estudios para ponerme a trabajar, por necesidades del guión. Me refiero al guión que alguien escribe para mi vida. Creo que se ocupa de eso un señor mayor con mala leche y bigote, y si ya era mayor y tenía mala leche cuando yo tenía veinte años... imagínate el bigote que se gastará ahora. Entonces me convertí en lo que es un "niño con dinero". Hasta la fecha había tenido que arreglármelas con lo que me daban mis padres, que en mi caso era poco, por no decir nada; mi familia era humilde y mi madre hacía lo que podía con el poco dinero que llegaba a sus manos, sobra decir que mi padre no aportaba mucho a la família, supongo que lo necesitaba para "sus gastos". El caso es que mi vida estaba cambiando, ahora, aunque una buena parte se quedaba en casa, tenía pasta, poca, pero tenía pasta.  Y me había comprado un coche. ¡Un coche! Ya ves, veinte añitos, dinero en el bolsillo, coche propio... ¿Que más se puede pedir? ¿Dejar de ser virgen tal vez...?

   Ya... Ya puedes dejar de reírte.

   Es cierto, yo con veinte años todavía era virgen. Si dejamos a un lado aquel incidente a los catorce en el viaje de fin de curso, incidente que no sucedió como dicen por ahí. ¿Para qué iba yo a negarlo si fuera cierto? Lo más lejos que había llegado con una chica era a compartir algún beso inocente, y tocar alguna teta, así, de casualidad y sin querer.

   Oye... te juro que fue sin querer.

   Pues ahí estaba yo, viviendo mi vida tranquilamente y sin comerme una rosca (Tranquilidad y no comerse una rosca parecen ir siempre de la mano) cuando de repente, una amiga me da a entender que yo le intereso, que podríamos ser algo más que amigos. Y lo hace justo el día en que algo dentro de mí me dice que me he enamorado. Y no podía haberme enamorado de cualquiera, no... tenía que ser de la novia de un amigo. Lo que os decía: el viejo tenía, y tiene, muy mala leche.

   A veces no soy capaz de recordar con claridad lo que hice ayer, sin embargo se han quedado anclados en mi memoria aquellos días y muchas cosas que pasaron en aquel año. Un año en que mi vida cambió por completo, y todo sucedió así, de repente. Supongo que todos tenemos una edad en la que suceden las cosas, y muchas cosas de esas terminan por marcarte una dirección en la vida. Aquel año, tengo que decirlo, fue maravilloso. Nunca viví la vida tan intensamente. Sexo, alcohol y rocanrol endulzaron muchas noches que nunca olvidaré, aunque he de reconocer que el alcohol endulzó algunas de tal manera que solo puedo recordar lo que mis amigos me contaron al lunes siguiente.

   Todo empezó aquel fin de semana, cuando vi a Sonia por primera vez. Hasta la fecha todo en mi vida había sido tranquilo, posiblemente demasiado tranquilo. No conocía lo que era enamorarse de esa manera. No sabía lo que era sufrir por una chica. Era feliz. Lo que no me podía imaginar en aquel momento, era que al fin, pocas semanas después, yo, dejaría de ser virgen.

   Hoy no me queda día para contartelo, pero… ¿Vuelves el lunes?

lunes, 14 de octubre de 2013

Capítulo 5.

   Crecí mirando al mar. Son las primeras imágenes que tengo grabadas en la memoria, las de una playa vacía, un océano inmenso a mi lado, inmensidad que todavía no podía imaginarme, y mi padre, en bañador, con una bolsa llena de berberechos en una mano y una paleta de albañil en la otra.
   Durante mis primeros años de vida, mis hermanas y yo eramos felices en un pequeño pueblo de la costa gallega. Un pueblo como te cuento, pequeño, con sus calles empedradas y su montoncito de redes de pesca en cada esquina, y al lado de esos montoncitos una señora que siempre que pasabas dejaba de atender su faena para hacerte una carantoña, no sé porqué esas dos imágenes quedaron impresas en mi mente. Los recuerdos de mi vida cerca del mar son pocos, pero todos y cada uno de ellos son de momentos felices, sin discusiones, sin gritos...

   Tendría yo poco más de cinco o seis años cuando mi padre decidió que viviríamos mejor tierra adentro, y allá que nos fuimos. No sé si mi vida hubiese sido mejor o peor de habernos quedado junto al mar, eso nunca lo sabré, lo que sí sé es que lo echo de menos. Siempre que he podido me he ido a vivir a la costa, el olor de la sal y la luz que inunda esos lugares, da igual que sea en Galicia, en Asturias, o en la misma Barcelona, me llenan de vida. Me gusta pasear junto al mar sin nada más en los oídos que su murmullo, y si tengo la oportunidad de caminar descalzo sobre la arena no la desaprovecho. Pero mi vida laboral no me ha permitido disfrutar de esa pasión, mis obligaciones siempre han tirado de mí hacia el interior, y yo me he dejado llevar sin oponer resistencia, como en su día me pasó con mi padre.

   Supongo que algo parecido le pasó a él, pero nunca llegué a ponerme en su lugar, nunca lo entendí, y por supuesto, nunca le perdoné. No entendí como pudo cambiar mi pueblo por aquél lugar donde no había nada, ni puerto, ni redes, ni señoras cariñosas..., nada. Ahora teníamos vacas, gallinas y cerdos, y vivíamos en casa de una señora mayor que decía ser mi abuela, que no sé porqué siempre estaba enfadada, y que no paraba de repetirle a mi madre - "¡Eso tenías que haberlo pensado hace años! ¡Hace años debiste pensar en eso!"- frase que no entendí hasta que un día, revisando unas viejas fotos de la boda de mis padres, descubrí que mi hermana también salía en ellas, el vestido que llevaba mamá no conseguía ocultarla.

Mi padre trabajaba como mecánico en un taller de Santiago de Compostela, pero vivíamos a las afueras, él nunca andaba por casa. Por las mañanas se marchaba temprano, a eso de las ocho, y no solía volver antes de las doce o la una de la madrugada. Normalmente me pillaba profundamente dormido, otras me despertaba el ruido de su viejo coche y los faros en la ventana de mi habitación avisaban de su llegada, pero nunca le veía entre semana. Si acaso, como mi habitación no tenía puerta, le veía pasar por el pasillo hacia su cuarto, pero eso era cuando venía muy tarde, sino solía quedarse en la cocina a ver la tele. Era como si no existiese. Supongo que de esa manera, poco a poco, mi padre dejó de ser ese señor que me llevaba de la mano junto al mar para convertirse en un extraño.

   No tardé en adaptarme a mi nueva residencia, y aunque el mar nunca dejó de llamarme, enseguida aquel lugar pasó a ser mi nueva casa. Aprendí a disfrutar de la soledad, e incluso del trabajo. Muy pronto tuve edad suficiente para hacerme cargo de muchas de las tareas de casa. Allí siempre había algo que hacer, no había tiempo para paseos, no había tiempo para juegos, y mucho menos para acercarse a la costa, que se quedó allá, lejos. A veces tengo la sensación de haber perdido mi infancia, otras pienso que no, que simplemente... fue diferente

   Creo que esa manera de vivir, aislado del mundo, marcó mi carácter. En la aldea solo eran cuatro vecinos, y solo uno de ellos tenía dos niños: Paco, un bebé que tendría poco más de un año, y Maribel que tenía la misma edad que mi hermana, era un año y pico mayor que yo. Siempre que podíamos mi hermana y yo nos escapábamos a casa del vecino para jugar. No me quedaba otra que jugar con ellas a lo que ellas decían, a la mariola, a saltar a la comba, a papás y mamás... Yo era el pequeño, pero era el que mejor encajaba en el papel de papá. Recuerdo el día que nos casamos, mi hermana hizo de cura, y cuando dijo aquello de, "Puedes besar a la novia", fue la primera vez que besé a una chica.

lunes, 7 de octubre de 2013

Capítulo 4.

   Las tres muchachas estaban entretenidas en lo que parecía una conversación interesante, interesante para mí que me hubiese gustado saber de que hablaban, pero su mesa quedaba un pelín apartada. Al principio pensé que ni se habían dado cuenta de nuestra presencia, pero no era así; Sonia nos lanzaba una mirada de vez en cuando, así como sin querer, y Marta también; Lola era la única que no miraba porque por su situación, nos daba la espalda, hubiera sido muy evidente.

   Supuse que estarían hablando de nosotros, o no... vete tú a saber. Cuando desde un grupo de chicas alguna se gira para mirarte de vez en cuando es lo que te imaginas, que están hablando de tí, mientras, engorda tu ego. Dice un amigo, que da igual si hablan bien o mal de uno, lo importante es que hablen; yo no lo tengo tan claro. La verdad es que siempre me pongo en lo peor, e intuir que alguien habla de mí me pone nervioso, siempre me estoy preguntando: ¿Que habré hecho ahora? o mejor dicho: ¿Que creen estos que he hecho ahora? No me gusta. Alguna que otra vez he deseado ser invisible. Sin embargo cuando lo he conseguido, ser invisible, tampoco me ha gustado. Que difícil saber lo que uno quiere de verdad..., la historia de mi vida. Quién sabe...igual solo estaban decidiendo si pedir o no pedir churros.

   El caso es que yo, un poco iluso, di por sentado que hablaban de mí y no era capaz de mantener las miradas.

   - ¿Qué? ¿Vamos...? - Volvió a insistir Fran al ver que no le hacía caso
   - ¿A donde?
   - A hablar con Lolita, a ver que nos cuenta.
   - No, deja...
   -¿Por qué no?
   - Porque no.
   - ¿Qué te pasa?- Dijo mientras sonreía.
   - Nada.
   -¿Hablar con quién? ¿Con Lola?- Preguntó Sergio que hasta el momento había prestado más atención a la bandeja de churros que había sobre la mesa que a la conversación, para luego dirigirse a Fran en voz baja    - ¿Le gusta Lola?
   - Claro ¿No le ves? Solo hay que mirarle a la cara.

   Me quedé callado y puse cara de enfadado, pero eso no hizo sinó hacerles la situación más graciosa todavía y empezaron a hablar del tema como si yo no estuviese allí.

   - La Lola no está mal... Tiene buenas tetas - Comentó Sergio, sin dejar de comer por supuesto - Y la Marta tampoco está mal. Yo... Si alguna necesita que le hagan un favor... por mi no va a quedar desde luego.
   - ¡Eh! - Dijo Fran sin dejar de reír pero con un toque de autoridad - Martita no me la toques.
   - ¿Y eso?
   - A Martita no, ni se te ocurra mirarla. Además... ¿Tú no estabas con Rosa?
   - ¿Qué dices? ¿Rosa? ¿Me ves cara de tonto?, no me jodas... Rosa... es Rosa.
   - ¿Conocéis a Sonia? - Interrumpí, así como quién no quiere la cosa, viendo que no querían cambiar de tema.
   - ¿Sonia? ¿Qué Sonia? ¿La novia de Carlos? - Respondió Sergio enseguida mientras Fran, que dejó de reírse de inmediato, me miraba como si yo hubiese dicho algo interesante.
   - ¿Cómo? - Pregunté algo sorprendido.
   - Sí, la rubia esa de ahí ¿No? - Dijo señalando con la mirada hacia las chicas mientras pillaba el último churro de la bandeja - Creo que está saliendo con Carlos. Esa si que tiene falta de un buen polvo, me da a mí que Carlos no le da caña. Vive aquí al lado, es vecina de tu amiga Cris. Creo que se vinieron hace un mes o así... Ya sabes... Carlos vive en frente. Le he visto con ella paseando por ahí esta semana, cogiditos de la mano. Pero ahora casi nunca está, desde que se fue a Burgos, así que, ya sabes... ave que vuela... Fíjate como mira. Esa tiene ganas de algo, te lo digo yo...

   Fran no dijo nada, simplemente se me quedó mirando. Yo también me quedé callado, pensando en lo que me había dicho. Supongo que le miré mal, y no era para menos; se había comido el último churro de la bandeja. Y a las seis y media de la mañana, el último churro de la bandeja es el último churro de la bandeja... como para mirarlo mal ¿No te parece?

lunes, 30 de septiembre de 2013

Capítulo 3.

   Lola era una chica extrovertida, morena y con unos bonitos ojos negros. Llamaba la atención en ella sobre todo su enorme pecho (Ya..., ya sé que tendría que haber sido un poco más sutil pero ahora mismo no se me ocurre otra manera de decir que tenía las tetas grandes. ¿Qué quieres? Ya avisé en su momento que no soy escritor) y aunque yo no diría que estaba gorda, siempre vestía ropa muy holgada.
   Después de decirme aquello se había quedado pegada a mí con la cabeza apoyada en mi hombro y su pecho oprimía el mío amenazando con dejarme sin respirar; Al menos eso sentía yo, que me faltaba el aire, no sé si por el contacto con su cuerpo que empezaba a ponerme nervioso (¿Esta vez si he sido sutil eh?) o porque no sabía como reaccionar ante lo que me había dicho. Ya os dije antes que yo era muy tímido, seguro que en ese momento, si no fuese por que no tengo asas podrías confundirme con una bombona de butano. Me quedé mudo.

   - Ha llegado Marta - Dijo de repente - Tengo que hablar con ella.

   - Yo me tengo que ir, he quedado con Fran para tomar algo.

   - Vale... Nos vemos.

   Y dicho esto se marchó corriendo en dirección a la barra lo que daba por terminada nuestra conversación, aunque en mi cabeza todavía sonaba la frase "una como yo" una y otra vez. Estaba claro lo que había querido decir ¿No? ¿Lola y yo? Nunca pensé que ella tuviera ningún interés en mi, y yo tampoco había pensado en ella de esa manera, éramos amigos desde... siempre. Además ¿Ahora? ¿Tenía que ser ahora? ¡Joder! Y me soltaba eso y se marchaba ¿Y ya está?
   No me atreví a detenerla, aunque de haberlo hecho tampoco hubiese sabido que decirle, en cierto modo daba gracias a que se hubiera ido, eso solucionaba mi problema al menos momentáneamente.

   Voy a presentarte a los de la barra, aunque conocerlos o no conocerlos no tiene la menor importancia en la historia, así que no te preocupes si te haces un lío con los nombres. Incluso te animo a saltarte el próximo párrafo. Allí estaban entre otros:

   Marta, una chica encantadora y muy guapa, seguramente la mejor amiga de Lola.
   Mari, la "mari-macho", todos estábamos convencidos de que era lesbiana pero nadie lo sabía con seguridad pues no se le conocía pareja pero tampoco nadie se atrevía a preguntárselo.
   Cris, "la imbécil", perdonad el calificativo, sé que no está bien hablar así de la gente cuando no está delante, pero yo no la soportaba y el sentimiento era mutuo, ella tampoco me soportaba a mí; Siempre conseguía hacer que me sintiese mal la muy zorra, y pido disculpas de nuevo si alguna pobre zorrita se ha sentido ofendida.
   Rosa, una mamá con solo veinte añitos que en realidad ya era mamá desde los quince. Rosa era la típica chica que siempre parecía estar disponible, atractiva y provocadora, muchos decían que su hija con cinco años era más madura que la madre, pero pocos eran los que le decían que no cuando ella se mostraba interesada. Por lo que pude ver le había tocado el turno a Carlos, un amigo, pues se la veía muy pegadita a él. Hacía tiempo que no le veía, éramos buenos amigos en el instituto pero como se marchó a estudiar fuera no habíamos vuelto a hablar desde entonces, y de eso ya hacía casi dos años.
   También estaba Sonia. Al verla pensé en acercarme pero esa idea me duró solo un segundo, enseguida me pareció que no era el momento. Todavía daban vueltas en mi cabeza las palabras de Lola y además... había dicho que me tenía que ir. Cogí el camino de la puerta con paso decidido mientras saludaba a Carlos llevándome la mano a la cabeza al estilo militar, el levantó la copa sonriente, señal que todavía me recordaba.

   Necesitaba una copa y desconectar un rato. Las preguntas se amontonaban en mi cabeza y tenía que hablar con alguien, necesitaba un consejero. No tardé en encontrar a Fran, él y otro amigo estaban cerca de la entrada pasando revista a las niñas que entraban y salían. Entre risas, como era habitual en su compañía, bajamos por el pueblo parando en cada local que encontrábamos al paso, pero no encontré el momento para sacar el tema sobre el que quería hablar, y hablando de cosas sin importancia, entre cerveza y cerveza, fue pasando la noche. Lo dejé correr.

   A eso de las seis de la mañana terminamos en las puertas del Caelum, un café que abría a esas horas con churros y croasanes calentitos, donde solíamos terminar la noche o empezar el día, según se mire. Recuerdo que nos sentamos al fondo del local y mientras nos tomábamos un café vi como SóniaLola y Marta entraban y se sentaban en la otra esquina. Me quedé un rato mirándolas hasta que me di cuenta de que mis compañeros habían dejado de hablar y me miraban a mi. Fran dió un sorbo a su café sin dejar de mirarme, miró a las chicas, me volvió a mirar y dijo en voz baja:

- Vamos a ver Jose... ¿Cuando cojones piensas entrarle a Lolita?



.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Capítulo 2.

   Supongo que todas las historias de amor comienzan así, sin querer. Estás tan tranquilo, a lo tuyo, y de repente ves algo que te llama la atención y allá vas. Nadie te da garantías de nada, puede que lo que hayas visto sea solo un espejismo y al llegar allí no te encuentres un oasis sino un montón de piedras, pero tienes que ir, tienes que confirmarlo por ti mismo o siempre te quedará la duda.

 - Jose, ven que te presento. Esta es Sonia - Dijo Lola mientras me empujaba delante de la chica nueva- Sonia, este es Jose.

   De repente estaba delante de ella, rubia, algo menos de metro setenta, ojos verdes; No suelo fijarme en el color de ojos de la gente pero la manera en que me clavó la mirada hizo que fuera inevitable. Vestía unos vaqueros azules y una chaqueta de punto de color beis. Todo en su atuendo daba a entender que era una niña corriente, sin ganas de aparentar otra cosa. Una niña muy bonita por cierto. Tenía las manos entretenidas con un cigarrillo sin encender al que no paraba de dar vueltas, aunque no pude prestar mucha atención a sus manos pues fueron sus ojos, enormes, los que llamaron mi atención. Sobre todo por la manera en que me miró, en dos segundos me había hecho una radiografía de arriba a bajo. Por su manera de moverse, no paraba de agarrarse a su compañera, era como si fuera pidiendo protección; parecía perdida en aquél lugar, y eso la hacía más interesante si cabe.

   - Encantado... - es lo más que acerté a decir mientras le daba los dos besos de rigor.

   No tuve tiempo a decir mucho más pues al momento otra de las chicas llegó corriendo y se la llevó al grito de "ven ven... corre corre" ¿Porqué las mujeres tendrán siempre tanta prisa? ¿Estaría Beckham en calzoncillos en la puerta? No sé... No me quedó otra que mirar como la que podía ser la mujer de mi vida desaparecía entre la gente.

   Allí me quedé, sujetando mi cerveza, una heineken a medio empezar, con la mirada perdida en la multitud esperando a que volviese a aparecer, cuando un animal corpulento de casi dos metros se abalanzó sobre mí. Era Fran, mi mejor amigo los fines de semana. A mi "mejor amigo de fin de semana" apenas le conocía. En serio; habíamos coincidido un sábado de aquellos, los dos un poco perjudicados por el alcohol, y nos habíamos hecho buenos amigos hablando sobre temas sin importancia (Si consideramos la cría de aves de corral un tema sin importancia) A partir de ahí se convirtió en mi mejor amigo, en mi confesor, y yo por supuesto en el suyo. Era mi cita de casi todos los sábados, siempre andaba por allí, y todos nuestros problemas terminaban saliendo en alguna conversación entre copa y copa. No era raro terminar la noche hablando de chicas, porque a los veinte años el tema "chicas" es igual de complicado que a los treinta y a los cuarenta, te lo aseguro. Fran era un buen consejero pero, todo hay que decirlo, no brillaba especialmente por su delicadeza.

   -¿Que haces pringao?- dijo sujetándome fuerte por el cuello
   - Nada, aquí.
   - Anda, déjate de tonterías y págate unos chupitos.
   - No Fran, ahora no puedo, más tarde ¿vale?
   - ¿Que ahora no puedes? ¿Andas otra vez detrás de Lolita eh? - Dijo entre risas mientras me quitaba la botella de la mano - Pues venga espabílate que ahí la tienes.

   Sin querer había acertado, en aquel momento Lola era la persona con la que quería hablar, así que le hice una seña de "nos vemos luego" y me dirigí hacia ella. Fran estaba convencido de que entre Lola y yo había algo. La chica me gustaba, pero la verdad es que nunca la había visto con esos ojos, simplemente éramos amigos. Me puse a su lado y, como había confianza, le pregunté sin rodeos:

   - Oye Lola, esa amiga tuya...
   - Tiene novio - Me soltó ella también muy directa sin dejarme terminar la frase, y añadió con tono burlón, lo que delataba que me había pillado - Y se quieren.

   Me sentí como si me acabasen de dar una hostia. No sabía como continuar la conversación pero en ese momento empezaron a sonar las lentas. ¿Recuerdas cuando ponían canciones lentas en las discotecas? A mí me gustaba, ahora ya no las ponen, al menos en las discotecas que yo frecuento. Entonces, Lola, que no había dejado de sonreír, se agarró a mi y nos dejamos llevar por la música.

   - No te pongas triste, no es una chica para ti.
   - No te rías de mí anda...
   - No me río de ti, solo te digo que tú eres un buen chico y Sonia no es una chica para ti.
   - ¿Por qué?
   - Por nada. Porque no lo es.
   - ¿Y como se supone que es una chica para mi?

Durante unos segundos los dos nos quedamos callados moviéndonos al vaivén de la música, entonces se acercó a mi y me dijo al oído:

   - Pues... una como yo.


(Continuará)
PD: Esto del "continuará" es lo que mejor me sale, sin duda.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Capítulo 1.

   Aunque ahora me veas así, viejo y con barriga, hubo un tiempo en que fui joven, y estaba de muy buen ver, todo sea dicho. Al menos eso era lo que decían mis amigos y amigas por aquel entonces; Es cierto que no era lo mismo cuando me lo decía una amiga que cuando lo hacía un amigo, hay momentos donde resulta un poco incómodo que te saquen esos temas, por ejemplo mientras te duchas después de un partido.

   Un día, mientras hablaba con una conocida, me comentó que para sus amigas yo era lo que se conoce como un “mujeriego”. Para sus amigas..., ella no, ella me conocía mejor y sabía de mi fondo y todas esas cosas que para cualquier mujer es primordial en un hombre; en un hombre que nunca se follarían porsupuesto. A la cama se van con el malote de la moto y la chaqueta de cuero. Cuanto más grande la moto mejor, aunque todos sabemos que no es el tamaño de la moto lo que importa.

   ¿Mujeriego? ¿Yo? Me quedé a cuadros. Se supone que un mujeriego es el que anda con mujeres ¿No? Entonces, yo no podía ser un mujeriego porque no me comía una rosca. Todavía hoy no entiendo que pudo  provocar eso. Supongo que esos momentos de "felicidad" en las discotecas, no habían dejado una gran imagen de mi persona. Si bien es cierto que en cuanto bebía un poco perdía el control y me volvía excesivamente sincero, aunque no entiendo que se me juzgase solo por esos momentos. La verdad es que casi nadie me conocía de verdad fuera de la noche, cosas del directo.

   Recuerdo un incidente con la panadera: Estaba sola apoyada en la barra y mirando a la pista de baile. Me acerqué y le dije al oido:

    - ¿Sabes una cosa? Tienes las tetas más grandes de todo el pueblo.
    - No has sido muy original. - Dijo clavándome una mirada que no me dejó continuar.

    Cierto, no había sido un comentario muy inteligente. Tenía unas tetas impresionantes, pero es verdad que no es manera de entablar una conversación. Era lo que el cuerpo me pedía decir en ese momento, algo que saltaba a la vista. Así de sencillo, los hombres somos muy simples, yo había observado algo y ella debía ser informada. Supongo que ya lo sabría, se lo habrían dicho más veces, ella misma me lo confirmó.

   Pedí disculpas, porque yo borracho además de sincero soy muy educado, y me fui. Es una anécdota estúpida y sin la mayor importáncia, lo sé, pero se ha quedado grabada en mi mente. Lo recuerdo tan bien porque el lunes al ir a buscar el pan no pude levantar la mirada. No me imagino lo que pensaría al verme allí, al día siguiente, con una barra en la mano y esperando el cambio sin apartar la vista de su delantal ¡Te juro que no estaba mirándole las tetas!

   Tendría yo unos veinte años, y para esa edad reconozco que me faltaba un hervor. Mis relaciones sexuales por aquel entonces, quitando las que mantenía conmigo mismo, eran más bien escasas; o mejor dicho, ya puestos a ser sinceros, inexistentes. Yo era muy tímido cuando no iba borracho, y cuando iba borracho no me tomaba en serio eso de ligar, lo que quería era divertirme. Todavía hoy me pongo colorado cuando alguien me habla de sexo, hay cosas que uno no puede cambiar por mucho que lo intente, vienen grabadas en el interior de tu disco duro. Y para complicarlo todo un poco más, ahora me venían con estas; Que me considerasen un mujeriego colocaba un nuevo obstáculo en mi ya difícil camino, unas pensaban que era tonto y las otras me veían demasiado listo. Estábamos apañaos...

   Durante el día yo vivía una vida totalmente diferente. Había un grupo de chicas con el que me gustaba estar. Me trataban como si fuera su hermano pequeño, aunque yo era mayor, y me resultaba cómodo estar con ellas. Por la noche, cuando no iba muy perjudicado, me dejaba caer por el grupo. Una noche, de repente, apareció una chica nueva en la manada. No sabía muy bien de donde había salido, ni me atreví a preguntar, pero allí estaba.

   ¿Crees en el amor a primera vista? Yo creo, porque aquel día, en aquel momento… me enamoré.

lunes, 9 de septiembre de 2013

32. Y si empezamos de nuevo?

  Si este es el post nº32 es que habré escrito 32 entradas en este blog, entrada arriba entrada abajo, y sí tenemos en cuenta que empecé allá por noviembre de 2008 podemos decir que la cosa no ha funcionado muy bien. Ya lo anunciaban mis letras en uno de los primeros escritos que publiqué, decía así:

 "La verdad es que no tengo mucho que contar. Ni siquiera a mí mismo, y eso no es bueno teniendo en cuenta que la mayor parte del día me la paso solo. No sé que es lo que me ha pasado que últimamente no encuentro nada que decirme, como para sacar algo que contarte a ti. Tal vez sea que no me quiero escuchar. A lo mejor temo que lo que me pueda decir no me guste y por eso no me hablo."

  Estas letras las hubiese firmado hoy mismo. Es como si después de casi cinco años nada hubiera cambiado, y sin embargo, han cambiado tantas cosas... La vida, empeñada en no detenerse, va removiendo tus planes hasta que al final ya no sirven de nada. Es algo que suele pasar por hacer planes sin contar con los que ya tienen preparados para tí.
  Pero bueno, el caso es que me aburro. Vivo sin tiempo para aburrirme pero me aburro, qué ironía... Siento un vacío. Un vacío que he intentado llenar a base de helado y galletas, y está resultando difícil llenarlo de ese modo, así que he pensado en volver a empezar, más que nada por entretenerme. De momento he ampliado mi lista de lectura y he encontrado cosas interesantes, me divierten.

  Una vieja amiga - lo de "vieja" no es un desliz, está puesto ahí con tan mala intención como lo de "amiga" - me ha dado una idea, hacer una reposición. Eso soluciona mis problemas de tiempo, mantiene el blog vivo, me permitirá volver a pillar el punto de la historia, y quién sabe... igual la termino, algo que hace tiempo que espera al menos uno de mís tres lectores.

Así que el lunes te espero ¿Porqué el lunes? Pues por lo que ya sabes, para que los lunes vuelvan a ser especiales.

viernes, 16 de agosto de 2013

31, Por decir algo...

Ya van a ser las cuatro y llevo algo más de dos horas dando vueltas por la web sin saber donde ir. Hoy no he encontrado nada interesante que leer. La gente ya no actualiza, al menos aquellos que tengo en mi lista de lectura. Incluso he entrado a comentar al Marca a ver si algún madridista se picaba, pero no entran al trapo.
  En el chat, solo aparece Maya conectada, pero no voy a hablarle. Lo más seguro es que no esté. Ahora, con los móviles, la gente aparece conectada en todo momento pero en realidad no están. Además, no tengo nada que contarle. Hubo un tiempo en que eso no hubiera sido un problema, pero ahora sí, los tiempos cambian..., supongo que las personas también.
  Esto está muy aburrido. Un día de estos voy a tener que caminar un poco más lejos a ver que me encuentro, pero es que ando tan ocupado, y mis momentos de relax vienen ahora tan de tarde en tarde que me da pereza empezar algo nuevo. 
  Y tampoco puedo seguir con el blog, porque hoy no es lunes... ¿Qué? Es una excusa tan buena como cualquier otra.

- ¿Porqué no actualizas? 
- Porque no es Lunes
- ¿Entonces actualizas el lunes?
- Nó. Actualizo los lunes, que no es lo mismo.