lunes, 21 de abril de 2014

Capítulo 32

   Todos los sábados por la mañana, después de dejar a mi chica en el trabajo, me acercaba a tomar café al bar que había justo en frente. A veces nos levantábamos con el tiempo muy justo y llegábamos allí sin desayunar, entonces solía acercarle un café y un cruasán. Y aunque mi chica pronto dejó el café y el croasan, por no sé que historias de una dieta, yo seguí parando todas las mañanas, aquella magdalena que ponían con el café no tenía comparación con los cereales ligt que había en casa.

   El bar en sí, visto desde fuera no era gran cosa, y una vez dentro no mejoraba mucho que digamos. De no haber parado allí los primeros días seguramente nunca habría entrado. Pero ahora ya se había convertido en un ritual: el primer café de la mañana con su magdalena y un vistacito a la prensa del día; así después podía caminar mientras alguna noticia daba vueltas en mi cabeza, una manera de atormentarse tan buena como cualquier otra.

   Aquella mañana entré al bar a la hora de siempre, las ocho menos cinco. Nada más entrar hice un gesto al camarero y me hice con uno de los periódicos. Como casi siempre a esa hora no había ningún cliente. Me senté en mi esquina de la barra y en unos segundos ya me habían servido el café. Ojeé la prensa, vertí el azucarillo en la taza y removí lentamente mientras leía. Entonces me di cuenta, mi magdalena no estaba.

   Me quede un rato mirando fijamente al camarero, pero ya se había puesto a leer el Marca. Dos señoras mayores, una de ellas clavadita a la reina de Inglaterra, entraron en aquel momento y se sentaron en la mesa de la entrada. Era la mejor mesa del local, junto a la ventana. Desde allí se podía ver toda la calle, pero yo nunca me sentaba porque era una mesa para ocho y no me parecía correcto ocuparla yo solo. Me importaba un bledo que se sentasen allí ¿Quién era yo para juzgar a la reina de Inglaterra? Pero reconozco que pensé que las señoras tenían mucha cara estando el local lleno de mesas para dos, por muy de la realeza que fueran.

   Desde donde estaba sentado podía ver perfectamente la cesta llena de magdalenas junto al molinillo de café; magdalenas había. Me hice el remolón, no quería empezar mi café sin mi magdalena, así que me quedé mirando al camarero. Le seguí con la mirada mientras servía a las señoras junto a la ventana; un café con leche y un té con sus respectivas dos magdalenas. El camarero volvió a la barra y se puso otra vez a leer el Marca. Me di por vencido, entendí que aquella mañana me iba  a quedar sin magdalena.

   Reconozco que es un poco estúpido por mi parte, si tantas ganas tenía de una magdalena solo tenía que pedirla. Pero yo no quería pedir la magdalena. Si quisiese bollería hubiese pedido una napolitana o un cruasán con el café, pero no se trataba de eso. Yo quería mi magdalena; me sentía con el mismo derecho a ella que las señoras de la ventana; o magdalenas para todos o para ninguno. Estaba enfadado.

   Supongo que aquel señor no lo hizo a posta, pero yo me lo tomé como algo personal. El sábado siguiente cuando pasé ante la puerta del bar pasé de largo, y me dirigí hacia el que había al fondo de la calle, el del gran toldo rojo. Cada vez que pasaba por allí me llamaba la atención aquel gran toldo de color rojo con las palabras "Café - Bar"; parecía que alguien se había olvidado de poner el nombre del bar, nombre que sin embargo sí podía leerse sobre la puerta de entrada: El Sereno, un curioso nombre para un bar. Nada más entrar pedí un café con leche, me hice con la prensa y me senté en una esquina de la barra.

   - ¿Un pinchito de tortilla? - Preguntó la camarera mientras me servía el café.
   - Gracias. - Respondí.

   Fue en aquel momento, al levantar la vista, cuando ví por primera vez aquellos dos ojos verdes que me miraban desde la otra punta de la barra.

15 comentarios:

  1. Esos ojos verdes... seguramente de mirada profunda.... creo que nos van a traer problemas

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  2. Putas magdalenas! La magdalena de Enol en lugar de la de Proust!

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    1. En realidad la magdalena no era tan importante para mí, me hubiera conformado con una galletita.

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  3. Oh, oh,...
    Verdes como el trigo verde, y el verde, verde límón...

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    1. Ojos verdes, verdes, con brillo de faca, que están clavaitos en mi corazón.

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    1. Porsupuesto. Yo siempre digo que tener a quién culpar es algo muy importante.

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  5. Ay mare meuaa!! Se masca la tragedia!!!. No entiendo porque no pediste la magdalena, tampoco costaba tanto, es que yo lo hubiese hecho, por ser mujer de constumbres XD

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    1. Es que si pido la magdalena ya no sería mi magdalena, sería otra.

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  6. Es increíble como uno es capaz de encapricharse con una maldita magdalena (totalmente entendible, todo hay que decirlo. Si es de chocolate, mejor).
    Pero luego uno se olvida de disfrutar el café, mientras piensa en lo que no tiene. Vaya.
    Y donde esté la tortilla... que se quite el resto :)

    Miss Carrousel

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    1. Pues así de tonta es esta historia, de como uno se encapricha con una magdalena y por esa obsesión deja de disfrutar el café. Acabas de destripar cincuenta capítulos. ;)

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  7. Ayyyyyyyyyyyyyy esos ojitos, esos ojitos!!! cuentaaaaaaaaaaaaaa

    besos

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