lunes, 30 de diciembre de 2013

Capítulo 16

   Cuando nos subimos al coche creo que los dos sabíamos a donde nos dirigíamos. La verdad es que ella lo sabía mejor que yo, que andaba un poco perdido por aquellos lugares, así que me dejé guiar. Ella fue marcando que dirección tomar en cada cruce hasta que llegamos a un lugar solitario y oscuro donde el camino se acababa. Allí me mandó parar.

   - Esto no es tu casa – La verdad es que hay ocasiones en que me sorprendo a mi mismo, que capacidad de deducción.

   No dijo nada, se limitó a sonreír, y después de darme un beso, saltó con agilidad hacia el asiento de atrás, desde donde me hizo un gesto para que yo hiciese lo mismo. No sé porqué me sorprendió, como dije antes, los dos sabíamos a donde íbamos. No era la primera vez, ni la segunda - En realidad era la tercera – así que no me entretuve demasiado; yo también sabía que en el asiento de atrás íbamos a estar más cómodos.

   Casi sin hablar, en realidad no podría hacerlo pues su lengua me lo impedía, me revolví hasta quedarme tumbado debajo de ella. Me rodeaba con sus piernas, y sus labios, más que besar mordían los míos. Demasiada pasión para mi gusto. No tardó ni un segundo en desabrochar todos los botones de mi camisa, decía que le gustaba mi pecho. Dejé que mis manos se perdiesen bajo su falda, acariciando sus muslos y subiendo muy lentamente. Intentaba ir despacio. Quería ir despacio; tanto que pedí disculpas y retrocedí cuando mis manos encontraron lo que buscaban. Me encantan las chicas que toman la iniciativa, e Inés, que otra cosa no tendría pero de iniciativa andaba sobrada, atajó mi timidez con solo una frase:

   - ¿Acaso yo te he dicho que parases?

   Tengo que reconocer que en las distancias cortas, y mientras me miraba de aquella manera, la chica ganaba mucho. Me puse a cien, si es que ya no lo estaba, me incorporé para sentarme y agarrarla con más fuerza de las caderas. Tenía todo lo necesario, justo allí al lado guardaba un par de preservativos desde hacía meses. Sí, me parecía patético ver como los condones de mis amigos caducaban en sus carteras o bolsillos, por eso yo nunca los llevaba encima, si caducaban lo harían en su sitio, el bolsillo de atrás del asiento del copiloto.

   Cuando eres joven no sé quién es el que te convence de que la primera vez tiene que ser especial. Será lo que te cuentan las revistas, será la tele, no sé… (A veces son los papás; yo pienso contarle el mismo cuento a mi niña. No me mires así... tú harías lo mismo ¿O no?) Esperas poder compartir ese momento con el amor de tu vida, con esa princesita con la que dicen que después comerás perdices y todo eso… En ese momento se abrirán los cielos, habrá fuegos artificiales… oh… Que bonito. Todo mentira. Cuantas horas de sexo desperdiciadas, cuantas experiencias sin realizar, cuantos momentos sin vivir, para que después un día llegue tu princesita y te diga: “lo nuestro no funciona” “Ya no confió en ti” o “No siento que me quieras”. Puta tele, putas revistas, putas novelas de amor… Puta vida.

   En fin… perdona, que me pierdo. Te contaba que según van pasando los años, y ves que ese momento con esa persona especial no llega, empiezas a impacientarte y replantearte el tema. Yo había estado muchos años esperando a mi princesita, quizás demasiados, y creí que aquel momento era tan bueno como cualquier otro. ¿Qué más podía pedir? La tenía allí; encima, húmeda, caliente, dispuesta…

   ¡Solo un idiota no se la follaría!

   ¿Buscabas un idiota? No busques más, ahí estaba yo.

   Te juro que fué difícil contenerse. Ella se frotaba contra mí en un ir y venir constante, y era una chica lista, había encontrado el punto exacto donde frotarse. Quería quitarmelo todo y entrar dentro de ella, pero cada vez que estaba a punto de lanzarme algo en mi interior me lo impedía. Mi cuerpo decía que sí, que tenía que hacerlo ya, que era el momento, pero mi mente decía no. No me fiaba de ella, no podía hacerlo. Sin embargo, físicamente estaba a punto de... explotar, nunca mejor dicho. Los dos estábamos totalmente entregados y tuve que pararla unos segundos; la agarré con fuerza y me mordí los labios para frenarme y no... terminar. Ella se dió cuenta, pero supongo que eso la puso más caliente todavía y ya no pudo parar. Fué la primera vez que una chica se corrió conmigo. Me gustó ver como se deshacía entre mis manos, me sentí poderoso.

   -¿Que te pasa? - Preguntó pasados unos segundos, con la voz todavía entrecortada y casi sin aliento.
   - Nada - Dije, aunque no estaba del todo seguro de que no hubiese pasado nada - Tengo que irme.  

   Esto..., seguimos el lunes ¿Te parece? Será mejor…

lunes, 23 de diciembre de 2013

Capítulo 15

   En un lugar, de cuyo nombre no quiero acordarme; ni me voy a molestar en buscarlo, es un dato que no tiene la más mínima importancia - No se molestó Cervantes ¿Voy a hacerlo yo? Pues eso - había una de esas verbenas que se organizan en los pueblos, con orquesta, más o menos buena, a las que tienes que ir, sin dudarlo, porque tu amigo dice que: “va a estar toda la peña”.
   Y tenía que ser precisamente aquel domingo. No me apetecía nada lo de ir de fiesta. Nada de nada. Estaba cansado, aburrido, sin ganas… y encima al día siguiente tenía que trabajar. Pero, según Fran, se suponía que allí iban a estar todos y todas; y teníamos que ir, y teníamos que ir… así que allí nos presentamos.

   No había ni dios.

   El borracho de turno, bailando delante de la orquesta y haciendo las veces de director; los vecinos del pueblo en cuestión, que se apiñaban todos alrededor de la barra que la comisión de fiestas había montado para la ocasión; y algunos chiquillos, supongo que no habría cole al día siguiente, correteaban de un lado para otro. De toda “la peña” que se supone iba a estar no había ni rastro. Solo se veía un grupo de jóvenes, sentados justo delante del pequeño bar del pueblo, lleno a rebosar, a solo trescientos metros del baile, pero ninguno conocido.

   - ¿Qué hacemos nosotros aquí, Fran? – No era una pregunta.
   - Ahora viene Marta y las otras – Respondió mientras buscaba a su alrededor.
   - ¿Marta? – Pregunté disgustado – Y las otras… Ya…

   No había caído yo en que Marta vivía por allí cerca, a menos de un kilómetro, y “las otras”… sospechaba quienes serían: Inés, que era vecina suya, y alguna otra chica del lugar. Efectivamente, al momento aparecieron de la nada, Marta, Inés, y dos o tres chicas más que no conocía, también jovencitas. Las presentaciones de rigor, esta es tal, esa es cual, a Inés ya la conoces; dos besos, y en menos de quince minutos me encontré solo con Inés en la jodida fiesta. Fran me dice que se va con Marta y que ya se buscará la vida para volver a casa; que no me preocupe, que me podía ir cuando quisiera, que sabía que estaba cansado – Hijo puta… – las otras dos, simplemente desaparecieron. Yo a eso le llamo encerrona, no sé como le llamas tú.

   ¿No te he hablado de Inés, verdad? No. No lo he hecho por que con ella me había tropezado como un mes o dos antes de conocer a Sonia. La llamaban “la pistolera”, no me preguntes porqué. Diecisiete años, delgadita, no muy guapa – esa es mi opinión, ya sabes que para gustos se pintan colores - metro setenta, o un poco menos, morena, y con una boca enorme; como Julia Roberts, salvando las distancias.

   Dios... ¿Acabo de comparar a la Inés con Julia Roberts? Estoy muy mal, tendré que hacermelo mirar...
 
   La verdad es que Inés no me gustaba. Nada. Pero nada de nada. Tenía tantas ganas de verla como de estar de fiesta aquella noche. No me gustaba por su manera de ser; lo de guapa o no... tampoco era tan fea; al menos no más que yo. Pero me resultaba un poco... tonta. Sï, tonta es la palabra que mejor la definía.

   Se me había arrimado un día en la discoteca mientras bailaba, y no sé como hice – el ambiente, las luces, el alcohol… - terminé llevándola a casa. Supongo que habrás oído la frase, “ave que vuela, a la cazuela”; cuando tienes veinte años le disparas a todo lo que se pone a tiro. Pues… digamos que no la llevé a casa directamente; hicimos una paradita por el camino, que ella sugirió, y nos dimos el lote. Nada serio, ella se sentó sobre mí en el asiento delantero de mi coche, nos besamos, se dejó quitar la camiseta; tenía buenas tetas, pequeñas pero bonitas, y poco más. No hubo más porque yo no quise, porque lo que es ella... estaba totalmente entregada.

   Creo que ya te he contado alguna vez que yo era muy tímido. Lo era, y mucho. Tanto que me sorprende como podía llegar a encontrarme en aquellas situaciones. Supongo que el exceso de alcohol tendría algo que ver, eso siempre ayuda mucho, y que una vez entrabas en faena, con tanta testosterona pululando por allí, era relativamente fácil dejarse llevar ¿Porqué no remataba la faena? Solo te diré una palabra: miedo.

   Desde aquél día no me la quitaba de encima; es una manera de hablar, tú ya me entiendes… Yo creía que ya había quedado claro que no quería nada con ella, pero se ve que no me explico nada bien. A veces me sentía acosado.

   Uno de mis problemas, heredado de mi madre, es que a veces soy demasiado bueno, unos te dirán cobarde otros me llamarán tonto, yo personalmente prefiero pensar eso, que soy demasiado bueno (Opinión personal que no podremos contrastar) Suelo implicarme demasiado en los problemas de los demás. Me cuesta desentenderme de lo que no me incumbe y siempre quiero ayudar, facilitarle las cosas a la gente, aunque eso provoque en muchas ocasiones que sea yo el que sufra las consecuencias, el que pierde. Por eso siempre termino diciendo que si; Por eso siempre me meto en líos; por eso… no era capaz de mandarla a la mierda.

   La chica no pillaba las indirectas, no se daba por vencida, y yo, después me arrepentía, pero cuando las hormonas se adueñaban de mi cerebro... Culpemos a las hormonas. Así que allí me quedé un buen rato mirando a la orquesta y manteniendo una conversación, si se puede llamar así, sobre temas que me interesaban más bien poco, hasta que… - Vale… Lo reconozco, además de imbécil soy un hipócrita - Me ofrecí a acompañarla a casa.

   Y por hoy lo dejamos aquí, que tengo una amiga que le encantan estos finales.

   Nos vemos el lunes. Si quieres...

lunes, 16 de diciembre de 2013

Capítulo 14

   Cuando era niño y tenía que ir a esas verbenas nocturnas que durante todo el verano animaban la noche gallega con mi padre, lo hacía de mala gana. Él nunca me preguntó si quería ir y yo nunca le dije que no. Ese día él decidía que teníamos que salir de fiesta y lo hacíamos todos juntos, mi padre, mi madre, mis dos hermanas y yo. Nadie rechistaba.

   Aquellas fiestas eran una tortura. Mis hermanas desaparecían nada más llegar al baile y apenas las volvíamos a ver hasta la hora de volver a casa, ellas sí lo disfrutaban, pero yo solía quedarme junto a mis padres. Era raro que coincidiese con algún amigo, y tampoco era yo una persona muy sociable, así que allí me quedaba casi toda la noche, yendo y viniendo, esperando a que llegase la hora de volver a casa. Ellos a su vez no solían moverse del chiringuito de turno. Solo recuerdo una vez que los vi bailar, un pasodoble, hace muchos, muchos años. Allí pasaban la noche charlando con los amigos entre cubata y cubata. Mi madre no bebía, mi padre se encargaba de hacerlo por los dos. De vez en cuando alguno se daba cuenta de mi presencia, y me soltaba una Pepsí, o una Mirinda que era lo que se estilaba en la época, que yo, con mi pajita, estiraba todo lo posible para mantenerme ocupado. Y así hasta que llegaba la hora de volver a casa, lo que volvía a ser toda una aventura. Mamá no tenía carnet de conducir, y puedes imaginarte como volvía mi padre.

   Supongo que por esos detalles nunca acabé de pillarle el punto a aquellas verbenas que había por las aldeas, incluso llegué a cogerles un poco de manía, y cuando fui lo suficiente mayor para ir por mi cuenta, no volví a hacerlo.

   Recuerdo una vez, acababa de comprarme el coche. Estábamos paseando por ahí. Es lo que hacíamos, ir de un lado a otro para pasar el rato, gastar gasolina, y de vez en cuando pasear a alguna chica que quería ser paseada; Tener coche propio era todo un puntazo.
   Aquel día íbamos solos, Fran y yo seguíamos a un par de amigos que conducían sin rumbo fijo. Habíamos estado tomando unas cervezas en el bar de costumbre, y se supone que nos dirigíamos a algún lugar a tomarnos la última, cuando de repente aparecimos en una de esas fiestas. Había cuatro gatos.

   Nada más llegar ellos se acercaron al bochinche, nosotros nos quedamos apartados, observando a los nativos, los cuales nos observaban a su vez, no sé porqué, con cara de malas pulgas. La mayoría eran gente mayor, ya era tarde y casi no quedaba nadie. Supongo que se preguntarían lo mismo que yo, que coño hacíamos ahí. Quitando tres o cuatro chicas jovencitas que bailaban frente a la orquesta, todos los demás se agrupaban alrededor del chiringuito. Era una fiesta enana, en un lugar apartado en medio de la nada. Recuerdo lo que dijo Fran nada más llegar y ver el panorama.

 - Joder... debimos dejar el coche en marcha.

   Ni nos acercamos. Preferimos observar desde lejos, e hicimos bien. No tardaron ni dos minutos en montar lío. No sé quién empezó, aunque yo no pondría la mano en el fuego por ninguno de nuestros amigos, cuando nos dimos cuenta se habían enzarzado en una discusión con otros dos jóvenes del lugar. Fran se acercó para convencerlos de que teníamos que irnos, y lo consiguió, pero cuando volvíamos a casa, a solo dos kilómetros del lugar, de repente, vemos que paran el coche en medio de la carretera, y el que conducía sale dando gritos.

   - ¡Nos han largado como a dos perros! ¡Mecago en Dios! - Mientras gritaba abria y cerraba la puerta delantera a patadas - ¡Me cago en Dios! ¡Como a dos perros! ¡Aaaaaa...!
   -  ¡Sube ostias! - Gritó el otro que había sacado el cuerpo por la ventanilla, estaba sentado sobre el cristal, mientras pegaba manotazos contra el techo - ¡Sube Ya! ¡Tira! 

   Arancaron de nuevo, y al llegar al primer cruce giraron en redondo volviendo por donde habíamos venido. Fran y yo nos miramos, no hizo falta decir nada, teníamos que ir tras ellos. No quedaba otra, era como una norma no escrita.

   Al llegar volvimos a quedarnos en el lugar de antes, desde allí veíamos a la gente que había reunida junto al chiringuito, las chicas y la orquesta ya no estaban. Ellos se tomaban una cerveza en un lateral, mientras discutían con varios de aquellos señores que no los querían allí. En la otra punta de la barra los otros dos con los que habían discutido. De vez en cuando se cruzaban las miradas. Uno de nuestros colegas les hizo el gesto de que iba a cortarles el cuello. Fran y yo nos miramos y nos reímos mientras negábamos con la cabeza. No sé porqué la escena nos hacía gracia, no tenía ninguna, se mascaba la tensión. De repente uno de aquellos nativos se acercó a nosotros y se puso a mi lado.

   - Es mejor que os vayáis - Dijo aquel señor, que parecía tener claro que los cuatro formábamos parte del mismo grupo, aunque siempre habíamos mantenido las distancias, pero él insistía una y otra vez - Pensé que ya os habíais ido, pero al volver así estáis provocando. Después pasan cosas que no queremos que pasen. Es mejor para todos que os marchéis. Icísteis bien en iros, la primera vez, pero al volver estáis provocando. Es mejor que os vayáis. Aquí no se os ha perdido nada.

   Yo no le dije nada, me limité a sonreír, pero la conversación empezaba a molestarme. El estúpido orgullo de un joven de veinte años casi me hace perder las formas y decirle que me iría cuando me saliese de los cojones, pero me contuve. Supongo que lo mismo pensaban nuestros colegas, querían dejar claro que se iban a tomar su cerveza tranquilamente e irse cuando les saliera del nabo y no cuando nadie se lo ordenara. Y así fue, a los pocos minutos se acercaron a donde nosotros estábamos y los convencimos de que aquello no molaba y era mejor irse a tomar algo a otro lugar. Volvimos al bar del que habíamos salido, y en cuanto nos aseguramos de que ya era lo suficientemente tarde para que no pudiesen volver, les dejamos seguir bebiendo tranquilos y nos fuimos a casa.

   No sé a donde quería ir a parar al contarte todo esto, se me ha olvidado, así que saca tus propias conclusiones. Supongo que solo quería hacer una pequeña introducción al capítulo de la semana que viene, cuando, sin ganas, como me pasaba cuando era niño, terminé en una de aquellas romerías.

   Un domingo. ¿Pero quién se va de fiesta un domingo?

lunes, 9 de diciembre de 2013

Capítulo 12+1

   Hola. Hoy me he propuesto terminar el “capítulo Natalia”. Me he extendido demasiado con un tema, que me resulta tan amargo en su final como dulce era al principio, y quiero zanjarlo de una vez. Por eso, he decidido borrar todo lo que tenía escrito - muchas palabras, poco contenido - y hacerte un resumen. ¿Te parece bien? Claro que te parece bien...

   Te contaba que Natalia parecía un poco enfadada conmigo aquella tarde aunque no tardó en perdonarme. No me costó mucho ganarme su perdón, bastó con aguantar un codazo debajo de las costillas, que seguro me tenía merecido, y un par de sonrisas en el momento adecuado. Incluso nos reímos de lo que había pasado aquella noche. Sobre todo del tema del sofá, eso sí, sin profundizar en los porqués, ni en los detalles. De todas formas ella siempre dijo que no había pasado nada, que todo se quedó en unos magreos, y yo la creo. Una hora más tarde, cuando intenté sacar el tema de los porqués, ella decidió marcharse. Se puso en pié, y mirándome desde arriba, lo que me hizo sentir más pequeño todavía, me acarició la cabeza como si de un perrito se tratase, mientras decía:

   – “No te comas el tarro. Lo de anoche no fue nada. Olvídalo”

   Y yo… lo olvidé. Lo olvidé en el sentido de que, en aquel momento, no creí buena idea insistir en un tema al que la niña restaba importancia y del que parecía no querer hablar. Era mi oportunidad para pasar página y la aproveché; y después, nunca más volvimos a retomar el asunto, no surgió el momento ni la oportunidad. De hecho creo que fue una de las últimas veces que pudimos hablar tanto rato. A partir de aquel día nos alejamos un poco. No por lo sucedido, sino por las circunstancias de la vida; cambiamos de amistades y dejamos de frecuentar los mismos lugares. Aun así, cuando nos cruzábamos siempre tenía unas palabras y una preciosa sonrisa para regalarme; Ella, siempre atenta y cariñosa, además de bonita era encantadora, y según fue creciendo, se fue volviendo más bonita, sin dejar de ser encantadora. Pocos años después, yo me marchaba a Barcelona y ya no volvimos a vernos.

   Cuando me marché quise desconectar de todo esto, por motivos que ya te contaré más adelante, y no mantuve contacto con ninguno de mis amigos. Si hace cinco años me dices que iba a volver a vivir aquí, te mandaba a tomar viento, pero la vida da muchas vueltas.

   Hace como dos meses volví a verla. Últimamente me estoy reencontrando con muchos viejos amigos, pero esta vez hubiese preferido no haberlo hecho. Como todos los domingos bajé a comprar el pan y mientras caminaba por una de las calles más concurridas del pueblo, a eso de las doce, creí reconocerla a lo lejos, caminando en dirección contraria a la mía. Según se iba acercando pude apreciar mejor su rostro, pero aun así tardé en convencerme de que aquella mujer era Natalia. No quería admitirlo. Dios… Su cara… Esa no era su cara, era solo un pedazo de piel sobre un montón de huesos. No había que ser un genio para adivinar que su cuerpo estaba consumido por las drogas. Al pasar a mi lado, su mirada – una mezcla de enfado y tristeza - se cruzó con la mía durante dos segundos. Aproveché para saludarla con un gesto, aun sin estar seguro de que se tratase de ella, mientras intentaba disimular en mi rostro lo que estaba pasando por mi mente. Creí apreciar en el suyo un gesto de contrariedad. Me reconoció, pero no se alegró de verme. No había sonrisa para mí, solo un triste “hola” antes de volver a bajar la cabeza y continuar su camino sin detenerse. Supongo que es algo normal después de más de diez años sin vernos. No pude evitar pararme y mirar atrás, como queriendo convencerme de que había visto lo que había visto, o tal vez esperando que ella hiciese lo mismo, pero ella no se volvió.

   Mi primera reacción fue de rabia, maldije a su hermano una y mil veces. Al final tuvo que arrastrarla a ella también. ¿Por qué? Ella no era como él… Ella era más lista ¿Por qué? Maldito hijo de puta. Tonta, tonta, tonta… Después me entraron ganas de llorar, pero no lo hice, ya sabes… los hombres no lloran. Y a continuación empecé a pensar tonterías: ¿Y si yo hubiese insistido aquel día?, ¿Y si hubiera intentado que sucediese algo más? Bueno…, eso… Tonterías ¿Quién dice que estando conmigo no hubiese terminado así?  No soy capaz de explicarte con palabras lo que duele encontrarse con alguien a quién has querido, aunque solo fuese como amigo, y verlo de esa manera.

   Me enteré de que tiene un hijo. Me contaron que vive con un chico, que supongo que será el padre del niño, a solo dos calles de donde yo vivo. O vivía… La verdad es que desde aquel fin de semana no he vuelto a verla. No sé… Que más da ¿No? Yo no puedo meterme ahora en su vida. Ni puedo, ni debo. Incluso puede ser que haya olvidado que somos amigos. De lo que sí estoy seguro, es de que nunca voy a apartar la cara cuando me cruce con ella; quizás algún día decida pararse.

   En fin… que hoy ya no te cuento más. Se me han ido las ganas de seguir escribiendo.
   ¿Cómo…?
   ¿Yo?
   No…
   Ya te dije antes que los hombres no lloran.
   Es que hace tiempo que no llueve, y con este tiempo seco se me humedecen los ojos. También puede ser la primavera, el polen y eso… ya sabes…

   Un beso amigo. ¿Nos vemos el lunes?

lunes, 2 de diciembre de 2013

Capítulo 12

   Un día alguien me propuso que le contase algo de mí y empecé a escribir. Decidí empezar mi historia el día en que me enamoré por primera vez, aunque en realidad ese dato es falso. Antes de Sonia pasaron otras por mi vida, amores fáciles de olvidar aunque no por ello menos importantes. Decidí empezar ahí mi relato porque ella fue un punto de inflexión en mi vida.
   No me duelen prendas al hablar de amor, Sonia, Lola, Alba... todas tuvieron su momento en mi vida, y de todas ellas estuve enamorado en algún momento. No me gusta clasificar las historias que vive el corazón: a esta la quise de verdad... a aquella un poco menos... No, eso creo que no está bien ¿Como puedes poner nota a un sentimiento? Las veces que me he enamorado no he tenido tiempo para evaluarme. Me he enamorado sin ninguna razón, sin control, porque el amor es así, una explosión incontrolada donde la razón no tiene cabida.
   Pero vamos a lo nuestro, que me estoy liando y después no te cuento lo que venía a contarte. Pues eso, como te iba contando…

   Aquel día me marché calle arriba, por donde creía haber visto subir a Natalia. Mientras caminaba, en mi mente daban vueltas las cosas que me habían contado. Me angustiaba pensar en todo lo que podría haber hecho la noche anterior y mi mente no recordaba ¿Cuántos vecinos me habrían visto en esas condiciones? Con lo pequeño que es el barrio... Miraba a la gente como si todos ellos estuviesen al tanto de mis devaneos nocturnos; creía reconocer en cada mirada algún gesto de desaprobación, algún reproche, por eso caminaba mirando al suelo. De todas formas, subía sin rumbo fijo, no tenía la certeza de poder alcanzarla. Cuando estaba a la altura del ayuntamiento un silbido llamó mi atención y me giré, allí estaba Nati, sentada en las escaleras que daban a un pequeño parque infantil. No estaba sola, a su lado, Ana, una chica de su edad, quince o dieciséis años, morena, bajita, y con algún que otro kilo de más, me hacía señas para que me acercase. Supuse que había sido ella la que había silbado. Sorprendido, durante unos segundos me quedé inmóvil, mirándolas. No había tenido tiempo para pensar. Es cierto que la iba buscando, pero no tenía muy claro que es lo que quería decirle cuando la encontrase (Esto suele pasarme a menudo) Los gestos de su amiga me sirvieron de excusa y me acerqué, y aunque a Ana apenas la conocía, al llegar junto a ellas me senté a su lado, escondiéndome así de la mirada de Natalia.
   ¿Qué soy un cobarde? Por supuesto, incluso creo que era más valiente a los veinte que ahora con  cuarenta, pero eso es otra historia que ya contaré más adelante. Lo que yo no sabía era que mi protección iba a durar lo que tardé en sentarme.

   - Hola – Dije - ¿Qué tal?
   - Hola – Respondió Ana, que mientras saludaba se ponía en pié y recogía sus cosas. - Bueno…, yo me voy ya, a ver si encuentro a mi hermana. Nos vemos luego.

   Natalia, sin pronunciar palabra, dijo adiós con la mano, y yo, desprotegido, hice lo mismo. Ana nos dejó solos y allí nos quedamos, en silencio. Ella jugaba con una pequeña pulsera de bolitas de colores, donde fijé la mirada mientras intentaba construir una frase con la que romper el hielo, pero mi mente estaba en blanco.

   - Que dolor de cabeza, dios… - Me lamenté mientras me cubría la cara con las dos manos, al volver la mirada hacia ella me topé con su sonrisa, cosa que me tranquilizó - No te rías… No tiene gracia. Creo que la cabeza va a estallarme de un momento a otro; yo de ti mantendría una distancia prudencial, por si acaso.
   - ¿Ayer pillaste una buena eh…?- Dijo con desgana.
   - Sí… – Respondí sin quitarme las manos de la cara. Por el tono de su respuesta decidí dejar las bromas para otro momento – Creo que me pasé un poco. Estoy hecho polvo, y lo peor… es que no recuerdo nada.
   - ¿Nada? - Preguntó con gesto serio, dejando de sonreír.
   - Esto… me han contado… ¿Que te tiré a la fuente? – Puse toda la cara de bueno que pude mientras lo decía – Lo siento.
   - Ya… - Definitivamente pude comprobar que Natalia había dejado de sonreír.
   - ¿Te hice daño? – Pregunté preocupado.
   - Hay cosas que duelen más – Dijo mientras volvía centrar su atención en la pulsera.
   - ¿Por qué dices eso?
   - Por nada…
   - No…. Dime…– Insistí, mientras me acerqué más a ella hasta estar justo a su lado - ¿Qué pasa?

   Durante unos segundos que parecieron interminables, se quedó callada, mirando al frente, como si yo no estuviese allí. Después me miró fijamente a los ojos y dijo con cara de pocos amigos:

 - Yo no soy una puta ¿Sabes?


   Cuando empecé a escribir en este blog, me propuse no escribir mas de una página por capítulo, para no ser demasiado pesado, así que... continuo el lunes si te parece bien.