lunes, 25 de noviembre de 2013

Capítulo 11

   Supongo que nunca te he hablado de Alba. Pillábamos juntos el autobús hasta Santiago cuando yo estudiaba. Nos conocíamos de haber pasado un verano compartiendo profesora de clases particulares. Éramos como diez o doce niños de distintas edades, nosotros dos los mayores, aunque ella era mucho más joven que yo. Supongo que por eso se sentaba a mi lado en el autobús y me acompañaba, si no recuerdo mal, casi todos los martes y jueves.

   Siempre tenía algo que contar, y una imaginación desbordante; de cada tres cosas que me contaba yo estaba seguro de que dos eran mentira. Pero nunca se lo dije ¿Para qué? Me gustaba que me hiciese compañía, y sus historias, que no hacían daño a nadie, me entretenían todo el viaje. Por ejemplo, un día que me contó que había estado hablando con Julio Salinas por teléfono, sobre no sé que incidente con un calzoncillo, no supe muy bien que cara poner. Ella era así, imprevisible.

   Al llegar a Santiago ella se bajaba en la primera parada, yo debía continuar como unos cinco kilómetros más, pero como me gustaba, bajaba con ella y la acompañaba hasta su academia para después caminar solo hasta el que debía ser el final de mi trayecto. Eran como unos cuarenta minutos a pié que aprovechaba para decirme a mí mismo lo estúpido que era por no decirle de una vez lo loquito que me tenía, mientras intentaba convencerme de que la próxima vez... la proxima vez... La próxima vez, fijo... Más o menos lo que hago ahora con la dieta.

   En realidad solo quería preguntarle si podía besarla, que era lo que sentía cuando estaba a su lado. Solo quería un beso, solo un beso a ver que pasaba. Muchas veces he pensado que ella sospechaba algo sobre mis sentimientos, pero prefiero pensar que no.  Recuerdo aquel día en que iba totalmente decidido a tomar el toro por los cuernos y confesarme.

   Al llegar a su parada bajé con ella, como había hecho en otras ocasiones. Durante todo el camino hasta Santiago había estado ensayando lo que debía de decir, pero aquel día que yo había decidido abrirle mi corazón, ella, digamos que también me abrió el suyo. Aprovechó el trayecto de diez minutos hasta su academia, los diez minutos que tenía para decirle algo sin que las señoras del asiento de atrás pusieran la oreja, para contarme como el fin de semana pasado había alternado con uno de sus profesores. Se la veía muy ilusionada con el asunto, y esa ilusión suya destrozó totalmente la mía. Me sentí pequeñito, muy pequeñito. No le dije nada, creí que aquel no era un buen momento. Fue la última vez que me bajé en su parada.

   No dejó de sentarse a mi lado en el autobús, y nada cambió entre nosotros. Continué disfrutando sus divertidas historias durante todo el curso, yo y las señoras del asiento de atrás. No sé que pasó con aquel profesor suyo, pero supongo que la cosa no funcionó porque poco después me habló de otros novios. Tuvo un montón de novios aquel curso, creo que salía a uno cada dos semanas.

   Cuando se terminó aquel curso dejamos de vernos. Coincidimos algún que otro sábado más adelante, incluso una vez me sacó a bailar, pero yo nunca fui capaz de decirle las ganas que tenía de probar sus labios. Un día le perdí la pista, desapareció de mi vida, y no he vuelto a saber de ella. 

   Ahora entiendo porqué nunca te había hablado de ella, la olvidé.

   Esto va para los que dicen que un amor no se olvida. No faltará quién diga que si la olvidé es porque no era mi verdadero amor. Amor verdadero... ya... Integristas del corazón cuanta gracia me hacéis.

   En fin... que hoy me he liado un poco, y como no me gustan las entradas demasiado largas casi que te cuento lo que pasó con Nati otro día, el lunes que viene para ser exactos.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Capítulo 10

   El aire fresco que corría entre las hojas de los arboles del parque era una bendición, llenaba mis pulmones y parecía calmar de alguna manera la sequedad de mi garganta. Por un momento pensé en tirarme allí mismo, sobre el cesped, pero en cuanto me paré me dí cuenta de que no era una buena idea. Era mejor seguir caminando Nada más llegar encontré a mis amigos en el lugar de siempre. Me dí cuenta de que empezaron a reírse y a murmurar entre ellos nada más verme, creía saber el porqué.

   - ¡Eh, por ahí viene Jose! – Gritaba Fran entre risas - Y hoy parece que puede caminar solo. Sí… Hoy se tiene en pié ¿Cómo vas chaval? 
   - Bien – Dije avergonzado mientras aguantaba sus manotazos, que bruto era por dios.
   - Ya veo ya… Bueno Marta, aquí lo tienes, zúrrale tú ahora.
   - ¿Por? – Pregunté – ¿Por qué tiene que zurrarme? ¿Te hice algo? 
   - No nada, no te preocupes – Respondió la chica.
   - ¿Nada? ¡Si le diste una patada en la pista, que la pobre casi no puede ni andar!
   ¿En serio? – Ella me lo confirmó moviendo la cabeza – Vaya… lo siento, de verdad… Ni recuerdo haber estado en la pista.
   - ¡Joder si estuviste! Y no veas que meneos… - Dijo Fran, que no paraba de reírse.

   Miré alrededor, allí estaban, además de Fran y Marta, otros amigos que no os voy a presentar porque sino nos liamos y podemos estar aquí hasta el próximo lunes, ya tendrán su momento. No estaba ni Nati ni Lola, que era las dos personas que estaba buscando. Cuando terminé de comprobar este punto, me dirigí de nuevo a Marta para pedirle disculpas, no entendía como no podía recordar nada de eso.

   - No te preocupes, no fue nada, en serio. ¿Tú estás bien? 
   - Bien. Me duele un poco la cabeza, pero estoy bien… si dejamos a un lado que no recuerdo nada. ¿De verdad te di una patada? 
   - Sí – Volvió a asentir Marta
   - Al menos a ti no te tiró a la fuente – Apuntó Fran entre risas.
   - ¿Cómo? ¿A quién tiré a la fuente? - Todos me miraban sin decir nada, como si hubiera preguntado una obviedad. El tema ya empezaba a mosquearme, no pensaba que tuviera unos vacíos tan grandes - Que no me acuerdo, en serio… ¿A quién tiré a la fuente? ¿Qué fuente? ¿Quieres contármelo de una vez?

   Fran empezó a contar como me habían ido a buscar a la disco para llevarme a casa, que yo me negaba a ir, y como, en un momento en que Natalia me agarraba del brazo intentando convencerme, yo me la había sacudido de encima; al parecer al grito de “tu quita de ahí puta” la había tirado a una de las fuentes del pueblo. Fran escenificaba la escena agarrando del brazo a Marta, mientras narraba para todos la historia como si yo no estuviese allí. Y no terminó ahí la humillación, al parecer la noche no había sido tan corta como yo creía. Continuó contando todas mis andanzas bajo los efluvios del alcohol, hasta conseguir que me arrepintiese de preguntar.

   - “Y el tío, claro… quería mear, y no podíamos soltarle…, sino se nos clavaba en el suelo” - Fran estaba animado, la gente no paraba de reírse, y yo… ya no sabía donde meterme. ¿Por qué no me estaría calladito? En aquel momento juré no volver a beber nunca y empecé a pensar que hubiera sido mucho mejor haberme quedado en casa echando la siesta.

   Entonces creí reconocer a Natalia; una pelirroja salía de un local cercano y se marchaba en dirección contraria a nosotros. Decidí seguirla, tenía que hablar con ella, aclarar cosas... Eso, y que cualquier escusa hubiese sido buena con tal de largarme de allí. Me despedí con un “vuelvo ahora” y salí pitando sin esperar contestación.

   El lunés más, algo que dijo un tal Tomás.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Capítulo 9

   Levantarse el domingo no fue lo que se dice una tarea fácil, la boca pastosa, la cabeza a punto de estallar, aquello era terrible. No me hubiese levantado de no ser por el ultimátum que mi madre gritó desde la cocina - “¡Como tenga que levantarte yo te vas a enterar!”- Cuando mamá gritaba es porque ya era el último aviso, seguramente me había perdido todos los anteriores.
   Corrí al baño, tenía ganas de vomitar, e intenté hacerlo pero no pude, no había nada que vomitar solo era mi estómago que quería darse la vuelta, tampoco yo querría estar dentro de mí en aquel momento. Mientras me miraba al espejo intenté hacer memoria.

   Recordaba el momento en que llegué a casa, aparecí sentado en la solera del portal que hay justo enfrente. Me incorporé como pude, despacito. No hubiese sido difícil abrir la puerta si alguien la hubiera sujetado, no paraba de moverse. Cuando pude abrir subí a mi habitación intentando no hacer ruido, y despacito también, lo conseguí, o eso creo. Y recordaba aquella sensación al llegar a mi cama y poder cerrar los ojos, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Mis padres no me habían pillado, al menos eso creía, y eso también era importante, uno tenía una imagen de chico serio que mantener.

   Me acordé de Natalia, recordaba la escena del sofá tal y como te la conté el lunes pasado, y... yo estaba allí, con ella... Y ya no recordaba nada más. Recordaba como corrí hacia el baño para vomitar y como al salir uno de los dueños de la discoteca me sujetaba por el brazo, pero... nada más; ni donde había dejado a Nati, ni que había sido de mí desde ese instante hasta el momento en que desperté frente a mi casa.

   No podía dedicar más tiempo a pensar, me esperaban abajo. Me lavé la cara lo más rápidamente que pude pero cuando llegué a la cocina ya estaban todos a la mesa. Como me dolía la cabeza…

   Mamá tenía cara de enfadada, y mi hermana, que era un año mayor que yo, movía la cabeza de un lado al otro mientras me miraba. Me senté frente a mi padre que me miraba fijamente. Creí saber lo que estaba pensando; sí papa, ya ves, me he convertido en lo mismo que tú, un puto borracho. Durante la comida nadie dijo una palabra, pasó en silencio, solo interrumpido por el sonido de la tele que siempre teníamos encendida. Mejor así, yo ya tenía suficiente con mantener el tipo e intentar comer algo. No tenía ganas, pero era lo que tocaba en ese momento, comer, así que hice lo que pude. Pero como me dolía la cabeza…

   Como todos los domingos, al terminar bajé al parque para pasar el día y ver si me cruzaba con algún amigo, de todas formas en casa no tenía nada que hacer y no había un ambiente muy agradable. El aire de la calle me sentó bien, pero seguía sin recordar nada de aquella noche. Prácticamente violado por una niña, lo que hay que ver, los cuervos se tiran a las escopetas.

   La idea de liarme con Natalia, no es que me sedujese especialmente, no era mi tipo. Era buena chica, pero… no sé… no me decía nada. Era una cria. No tenía problemas morales, no te voy a engañar, con veinte años no ves a una cria de dieciséis como una niña, no te paras a pensar en eso. Aunque la noche anterior, así, vestida para cazar, nunca mejor dicho, la niña no parecía tan niña. Creo, yo no veía muy bien la noche anterior, y también sé que eso no es excusa. Ni siquiera recordaba lo que habíamos hecho, solo recordaba sus labios, sus muslos entre mis manos, y… Y al dueño de la disco para estropear el cuento.

- ¿Qué he hecho? - Intenté tragar saliva, pero en ese momento no encontré ni saliva para tragar.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Capítulo 8.

   Allí estaba yo, intentando aparentar que me lo estaba pasando bien, como otra tarde cualquiera, pero a los amigos de verdad no se les engaña tan fácilmente. Fran, que ya me conocía bastante mejor de lo que yo me conozco a mi mismo, enseguida se dio cuenta de que me pasaba algo, y en cuanto la peña se fue a casa y nos quedamos solos, puso su brazo alrededor de mi cuello y dijo las palabras mágicas: “Tú y yo nos vamos de cañas”.

   No tuve más remedio que confesarme con él mientras nos comíamos unos bocatas en una de las tabernas del lugar, que al fin y al cabo es lo que yo quería, contarle a alguien mis penas; lo de llorar siempre se me ha dado de vicio. Le conté como me había enamorado de una mirada, lo que me había pasado con Lola, y lo mal que me había sentado que por la tarde la chica pasase de mí; era como si a un niño le enseñas en que cajón guardas los caramelos para después decirle que no son para el.

   Antes de que nuestros colegas fueran volviendo de sus respectivas casas para empezar la noche, ya había caído alguna que otra copa y los efectos del alcohol empezaban a notarse en nuestra forma de hablar y los temas que tratábamos. Habíamos pasado de decir: “a las mujeres no hay quien las entienda”, “hay más peces en el mar” y “no vale la pena amargarse por nadie”, a resumirlo todo eso en una frase: “Las tías son todas unas zorras”.

   El problema de ir un poco animado es que a veces haces tonterías. En mi caso la tontería fue empezar una discusión con Sergio que terminó como era de esperar.

   -¿A que no tienes güevos de tomarte un tubo de vodka así a pelo?
   - ¿Que no? De penalti, tú tráelo.

   Y allá viene el muy cabrón con un vaso lleno de vodka, sin hielo, que me bajé de un trago, como un perfecto estúpido. Que valientes somos cuando somos jóvenes ¿Donde están en ese momento tus amigos para darte unas hostias? Es lo último que recuerdo haberme tomado esa noche, seguramente me trajeron alguno más, pero no lo recuerdo. A partir de ese momento todo es muy confuso, imágenes sin conexión con grandes vacíos en medio.

   No sé muy bien como llegué a la discoteca, lo más sorprendente es que consiguieran pasarme dentro. Recuerdo que los jefes siempre estaban en la puerta y eran muy poco tolerantes con todo aquél que iba un poco pasado. Solo recuerdo estar en el pasillo que conducía a la pista de baile, que alguien me cogía de la mano, una chica con una falda muy corta que quería que la acompañase a algún sitio. Me dejé llevar por aquella niña de piernas bonitas, que era lo único que acertaba a ver entre tanto juego de luces, y que me conducía hacia los sofás que había al fondo en un rincón del local. Era una esquina tranquila dentro de la discoteca, un lugar oscuro que las parejas aprovechaban para darse el lote, lugar ideal para mí que solo quería tirarme y dormir un rato. Me tumbé donde me indicaron, apoyando mi cabeza en aquellas bonitas piernas, y me relajé un rato. No sé cuanto tiempo estuve allí, cuando pude abrir los ojos de nuevo descubrí de quién eran aquellas piernas, Natalia.

   Aquello era maravilloso, que paz… Era el lugar ideal para estar en mi estado, quizás estaría mejor si alguien apagase aquella música que retumbaba en mis oídos, pero tampoco me molestaba excesivamente. Al verme despierto me miró, y dijo algo que no alcancé a escuchar mientras acariciaba mi cabeza. Sonreí de todas formas, estaba agradecido de que alguien se ocupase de mí. Ella hablaba con otra chica pero no acertaba a ver quién era. Intenté mirar, pero al hacer el esfuerzo de mover la cabeza un fuerte dolor me indicó que era mejor que me estuviese quieto. De todas formas me daba exactamente igual de quién se tratase. Volví a cerrar los ojos y me relajé.

   Recuerdo despertarme más tarde y encontrarme solo. Natalia no estaba. En los sofás de enfrente otra pareja se quería completamente ajenos a mi presencia. Todavía escuchaba la música así que supuse que no había prisa por irse, por eso no intenté levantarme, no se me ocurría ningún lugar donde pudiese estar mejor. Volví a dormirme.

   De repente me despertaron, Natalia había vuelto. Me miraba a los ojos muy de cerca, y me preguntaba si me encontraba bien. Estaba... encima mia, me rodeaba con sus piernas. Me hizo gracia encontrarme así, le sonreí. No tuve tiempo a responder a su pregunta, no me dejó, empezó a besarme como una posesa. Estaba totalmente perdido, no entendía nada, pero me dejé llevar. Sentía el calor de su cuerpo sobre el mío y mientras nuestros labios se fundían, mis manos subieron por sus muslos buscando algo (Fueron mis manos, lo juro… yo no tuve nada que ver) y entonces...

  ¿Te lo cuento el lunes? Es que se me hace tarde.