lunes, 14 de octubre de 2013

Capítulo 5.

   Crecí mirando al mar. Son las primeras imágenes que tengo grabadas en la memoria, las de una playa vacía, un océano inmenso a mi lado, inmensidad que todavía no podía imaginarme, y mi padre, en bañador, con una bolsa llena de berberechos en una mano y una paleta de albañil en la otra.
   Durante mis primeros años de vida, mis hermanas y yo eramos felices en un pequeño pueblo de la costa gallega. Un pueblo como te cuento, pequeño, con sus calles empedradas y su montoncito de redes de pesca en cada esquina, y al lado de esos montoncitos una señora que siempre que pasabas dejaba de atender su faena para hacerte una carantoña, no sé porqué esas dos imágenes quedaron impresas en mi mente. Los recuerdos de mi vida cerca del mar son pocos, pero todos y cada uno de ellos son de momentos felices, sin discusiones, sin gritos...

   Tendría yo poco más de cinco o seis años cuando mi padre decidió que viviríamos mejor tierra adentro, y allá que nos fuimos. No sé si mi vida hubiese sido mejor o peor de habernos quedado junto al mar, eso nunca lo sabré, lo que sí sé es que lo echo de menos. Siempre que he podido me he ido a vivir a la costa, el olor de la sal y la luz que inunda esos lugares, da igual que sea en Galicia, en Asturias, o en la misma Barcelona, me llenan de vida. Me gusta pasear junto al mar sin nada más en los oídos que su murmullo, y si tengo la oportunidad de caminar descalzo sobre la arena no la desaprovecho. Pero mi vida laboral no me ha permitido disfrutar de esa pasión, mis obligaciones siempre han tirado de mí hacia el interior, y yo me he dejado llevar sin oponer resistencia, como en su día me pasó con mi padre.

   Supongo que algo parecido le pasó a él, pero nunca llegué a ponerme en su lugar, nunca lo entendí, y por supuesto, nunca le perdoné. No entendí como pudo cambiar mi pueblo por aquél lugar donde no había nada, ni puerto, ni redes, ni señoras cariñosas..., nada. Ahora teníamos vacas, gallinas y cerdos, y vivíamos en casa de una señora mayor que decía ser mi abuela, que no sé porqué siempre estaba enfadada, y que no paraba de repetirle a mi madre - "¡Eso tenías que haberlo pensado hace años! ¡Hace años debiste pensar en eso!"- frase que no entendí hasta que un día, revisando unas viejas fotos de la boda de mis padres, descubrí que mi hermana también salía en ellas, el vestido que llevaba mamá no conseguía ocultarla.

Mi padre trabajaba como mecánico en un taller de Santiago de Compostela, pero vivíamos a las afueras, él nunca andaba por casa. Por las mañanas se marchaba temprano, a eso de las ocho, y no solía volver antes de las doce o la una de la madrugada. Normalmente me pillaba profundamente dormido, otras me despertaba el ruido de su viejo coche y los faros en la ventana de mi habitación avisaban de su llegada, pero nunca le veía entre semana. Si acaso, como mi habitación no tenía puerta, le veía pasar por el pasillo hacia su cuarto, pero eso era cuando venía muy tarde, sino solía quedarse en la cocina a ver la tele. Era como si no existiese. Supongo que de esa manera, poco a poco, mi padre dejó de ser ese señor que me llevaba de la mano junto al mar para convertirse en un extraño.

   No tardé en adaptarme a mi nueva residencia, y aunque el mar nunca dejó de llamarme, enseguida aquel lugar pasó a ser mi nueva casa. Aprendí a disfrutar de la soledad, e incluso del trabajo. Muy pronto tuve edad suficiente para hacerme cargo de muchas de las tareas de casa. Allí siempre había algo que hacer, no había tiempo para paseos, no había tiempo para juegos, y mucho menos para acercarse a la costa, que se quedó allá, lejos. A veces tengo la sensación de haber perdido mi infancia, otras pienso que no, que simplemente... fue diferente

   Creo que esa manera de vivir, aislado del mundo, marcó mi carácter. En la aldea solo eran cuatro vecinos, y solo uno de ellos tenía dos niños: Paco, un bebé que tendría poco más de un año, y Maribel que tenía la misma edad que mi hermana, era un año y pico mayor que yo. Siempre que podíamos mi hermana y yo nos escapábamos a casa del vecino para jugar. No me quedaba otra que jugar con ellas a lo que ellas decían, a la mariola, a saltar a la comba, a papás y mamás... Yo era el pequeño, pero era el que mejor encajaba en el papel de papá. Recuerdo el día que nos casamos, mi hermana hizo de cura, y cuando dijo aquello de, "Puedes besar a la novia", fue la primera vez que besé a una chica.

12 comentarios:

  1. Jolin, que tristor. Ahora ya eres mayor, ahora ya puedes ir al mar tú solo si quieres, eso es bien. Aunque a mí me escocería, creo.

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  2. Ser mayor no implica que puedas hacer lo que quieras, aunque no voy a discutirte la teoría, porque la teoría me la sé.
    Es cierto, me ha salido un testo un poco tristón, una amiga suele decir que me paso de dramático. Pero ciertos temas o los cuentas como son o no tienen sentido.

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  3. A lo largo de mi vida, yo también he ido muchas veces a remorque de mis padres, de sus gustos o decisiones. Siempre me pareció injusto, pero es así.
    Estoy segura que mi vida sería otra, hoy, si mi opinión hubiese contado algo.

    Un besín :)

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    1. Otra, seguro... Mejor? Nunca lo sabrás. Cualquier pequeño detalle, en un momento, puede cambiar totalmente el rumbo de tu vida. Yo un día dejé mi teléfono apuntado en una libreta, a modo de recuerdo, y gracias a eso tuve trabajo durante 20 años. Si no hubiese hecho eso aquel día, hoy estaría en otro lugar. Mejor? Peor? Eso, nunca lo sabré.

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  4. Y qué tiene de malo el interior????

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    1. jajajajaja,,,, míralo cómo defiende su terrón. :P

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    2. No tiene nada de malo. Yo he vivido casi toda mi vida en el interior, solo me falta el mar. Solo eso.

      Los jamones son mejores en el interior.

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  5. Viví algo parecido, aunque lo que tenía era montaña...Alpes para ser más específicos. En ese sentido no puedo quejarme, aquí hay montaña, campo...pero lo que más me costó fue entender a la gente, su mentalidad, su aparentar desde la riqueza hasta la amistad...y me sigue costando. Yo sé que me habría ido mejor allí, es tan simple como ver que mis antiguos compañeros trabajan todos de lo que han estudiado...los de aquí...creo que ninguno ha trabajado jamás de lo suyo..El trabajo no lo es todo supongo pero ya ves...es el que nos hace ir de un lado para otro.

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    1. No voy a discutirte esa seguridad que crees tener de que te hubiese ido mejor allí, igual tienes razón. Yo también pienso muchas veces que me hubiese ido mejor si hubiera o hubiese, pero como no hubo pues... ajo y agua.

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  6. No sé, igual no tocaba aquí, pero ya está hecho. Tengo una amiga que dice que me paso de dramático, igual no le falta razón.

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